lunes, 31 de agosto de 2015

30.Sólo una vez más, como enlace

Sólo una vez más, como enlace


-Bueno, para retomar donde dejamos el otro día: hicimos esa grabación discográfica, Ratones Paranoicos, y salí a mostrarla. La llevé a compañías como CBS, RCA, a todas. Pero nadie me la quiso comprar.
      El aire nocturnal de Gus no termina de acomodarse al ámbito de luces cenitales, espejos y cuerpos esculpidos a fuerza de sudor e histeria. Estamos en el bar del gimnasio donde trabajo.
     -¿Y vos cómo te sentías, después de haber corrido con todos los costos de la grabación?
     -A pesar del bajón de las negativas, yo seguía convencido de que la grabación que habíamos hecho era buena. Entonces me dije okey, ¿nadie me la compra?, se la doy simplemente a alguien para que la publique y que después me pague sobre las ventas de los discos. Se la regalo a una compañía a cambio de tener una regalía mayor que si la compañía hubiera pagado la grabación. Fui de nuevo a ofrecer la grabación, con este convenio, y a nadie le interesó. Ni regalada la querían. Para entonces ya había pasado bastante tiempo, ya hacía como uno o dos años que estábamos en contacto con los Ratones. Y todos nos estábamos empezando a poner un poco nerviosos  -Gustavo baja la cabeza hasta sus manos y muerde un tostado de jamón y queso-. En medio de todo eso yo estaba grabando en el estudio un disco de César “Banana” Pueyrredón, que en ese momento estaba intentando encarar una carrera como solista. Él iba a sacar el disco en forma independiente, con su propio sello, a través de Distribuidora Belgrano. Entonces, cuando le cuento mi situación con los Ratones, me dice: “Por qué no vas a ver a los Amorena”. Los hermanos Amorena son los dueños de Distribuidora Belgrano. Y estaban tomando producciones. Realmente ya no tenía muchas cartas, así que un día me reuní con Ramiro, uno de los hermanos, le hice escuchar el disco y le gustó. Ya para esto los Ratones eran bastante conocidos en el ambiente de los productores porque yo hacía tiempo que se los estaba mostrando a todos. Me acuerdo que en esa época Guillermo Vilas venía mucho al estudio, y a Vilas le encantaban los Ratones. Yo se los había hecho escuchar y le encantaban. Bernardo Bergeret, el productor de Viudas e Hijas de Roque Enroll, que trabajaba en Abraxas, le había hecho una apuesta a Vilas, incluso. Porque a Bernardo Bergeret no le gustaba nada el rock. El era muy defensor de la música pop, de la música para discotecas. El rock no le gustaba. Le gustaba la música tecno y todo eso que había florecido en esa época. Y decía que si los Ratones algún día llegaban a ser exitosos, él se retiraba de la música.


     “En 1986 leo, en una revista, que Guillermo Vilas dice que los Ratones Paranoicos son la mejor banda de la Argentina. Entonces voy a uno de sus shows en Montana, un bolichito putrefacto de Flores. Acaba de salir el primer disco de los Ratones y no hay casi nada de gente. Hacen covers de los Sex Pistols. ¡Imaginate! Pero tocan ‘Holidays in The Sun’ y me vuelan la cabeza”.
                                                                           Fernando Ruiz Díaz, 
Catupecu Machu.
Rolling Stone, octubre de 2004.
El show que me marcó.


Dibujo del Indio Solari dedicado a Gustavo Gauvry
 (alias Nosferatu, alias El Principe de las Tinieblas)


 Gustavo Gauvry, considerado por Juan Sebastián Gutiérrez como una especie de Príncipe de las Tinieblas que espera a sus víctimas en el castillo Del Cielito, parpadea y entrecierra los ojos. La luz del fitness-bar resulta agotadora para el personaje que le faltó a Los locos Adams. Observa mi botella de Gatorade casi vacía y me pregunta:
     -¿No nos podemos ir de acá?
    Llegamos a mi casa a eso de las nueve de la noche. Especulo con su negativa y le pregunto cortésmente si quiere cenar. Me dice que sí.
     Dejo sobre la mesa el grabador encendido y abro la puerta de la heladera. En la bandeja de las verduras sobreviven algunas hojas de lechuga. Pongo a hervir un par de choclos y huevos. No hay mucho más. Le pregunto a Gus si se comería también un plato de polenta con queso. Hace un gesto con la cabeza y continúa, imperturbable, su relato:
     -Como te decía: fui a DBN y a ellos les gustó, a Ramiro especialmente. Me dijo: “bueno, yo tengo un sello”. En ese momento él distribuía un sello independiente que se llamaba Umbral donde había otro grupo nuevo: Los Violadores. “Lo que podemos hacer”, me propone Ramiro, “es hablar con el dueño y sacarlo por Umbral”. Acepté. Firmamos el contrato y el primer disco de los Ratones salió por Umbral. Al poco tiempo de la salida del disco tuvieron un problema entre ellos, los de DBN con los de Umbral.
     Desde la cocina, reparto mi atención entre las peripecias de los Ratones y la harina de maíz que dejo caer en forma de lluvia sobre la leche. El minuto en que se hace la polenta es un minuto crítico.
     -Entonces me llama Ramón Villanueva, el dueño de Umbral  -continúa Gustavo- y me dice “mirá: yo me voy a ir de DBN”. Y a mí no me gustó porque yo había entrado en contacto con él por una autorización de DBN. Le dije: “dejame hablar con la gente de Belgrano porque yo no sé si me quiero ir con vos a otra distribuidora”. Hablé con Ramiro y le dije: “mirá, Ramiro, este tipo se quiere ir de acá y me quiere llevar con él, no sé, ¿qué hacemos?”. “¿Y vos qué querés hacer?”, me dice. “Y bueno, yo me quiero quedar acá”. “Okey, pero vos no tenés un sello, ¿cómo hacemos?”. Entonces le digo “bueno, armemos un sello”. Ahí vi, finalmente, la oportunidad de hacer ese sello que había sido mi idea original. Y así nació, una vez más casi por accidente, Del Cielito Records. Para reeditar el disco de los Ratones.

     Julieta golpea la puerta del comedor y apenas asomando el perfil de su cara, nos pregunta si queremos más café o té. Le decimos que no y vuelve a cerrar con sigilo.
     -Yo creo que Gustavo nos bautizó  -Juanse da otra pitada a su cigarrillo-. Nos puso en la frecuencia correcta y nos dio no sólo la apertura sino la posibilidad de demostrarnos que había alguien afuera del grupo que confiaba en nosotros. Alguien que no era el público sino un tipo que estaba metido en el mundo de la técnica. Gustavo hizo que, al entrar nosotros al estudio, viéramos todo ese mundo nuevo que se complementaba con el que llevábamos. Y ése fue el mensaje de él: “Acá, por más que tengas la música y todo lo que te gusta, si no traés vos el contenido para que quede registrado lo que hay y lo que sos, no sirve para nada”. A partir de ese momento, yo ya no necesité grabar. Para mí se había terminado todo lo que yo quería o anhelaba, incluso sin ver el primer disco en la vidriera. Me fui a dormir diciendo: “Bueno, ya hay alguien que nos conoce, que reconoce...”
     -... que lo que nosotros hacemos es bueno  -agregué, completando la frase.
     -No bueno o malo. Que es algo. Entonces claro, lo demás fue todo increíblemente mágico porque sonaba bien.
     -Aún a pesar de estos dos años de espera hasta que lograron editar el primer álbum.
     -Sí. Gustavo le puso una personalidad al sonido que es muy de él, también. Se armó como una química. Porque algo había ahí. Y Gustavo lo vio antes que nadie. Él es un experto en eso. Se da cuenta enseguida cuando algo va a funcionar o no. Él sabe cuándo hay una personalidad artística.
     -Tiene esa sensibilidad.
     -Sí, aparte son muchos años de trabajar con los mejores artistas, no sólo del país. Yo creo que Spinetta es uno de los más grandes artistas del mundo, de la música. Y él trabajó con Spinetta, trabajó con Charly, trabajó con Fito, trabajó con Lebón  -se ríe como diciendo “mirá, de los mejores, ninguno quedó afuera del reino de Gauvry” y traza una figura espiralada, en el aire, con los dedos que sostienen el cigarrillo-. Trabajó con los Redondos, trabajó con Divididos, trabajó con Bersuit, trabajó con Los Piojos. O sea: nada de lo que pasa por adentro de esa cabeza es casual.
     Sonreí. Lo que Juanse decía llevaba a su interlocutor en una dirección para después, sorpresivamente, dar un volantazo y tomar la dirección contraria o caminos inesperados. Cuando dijo “años de trabajar con los mejores artistas, no sólo del país”, yo me quedé esperando una enumeración de bandas extranjeras. Pero Juanse se dio la media vuelta y nombró a los de acá llevándolos, con ese movimiento singular, a la categoría de los mejores del mundo

Sin estar muy convencida del resultado, puse en una fuente para horno una capa de polenta, queso, y otra capa de polenta. “La próxima vez quizá prefiera invitarme a cenar”, pensé.
     -El disco gustó  -siguió Gustavo, ajeno a mis incertidumbres culinarias-. Sonaba mucho en la Rock & Pop, le gustaba a Bobby Flores. Los chicos empezaron a hacer más shows.
     -¿Y quién es Bobby Flores? -le pregunté acercándome a la mesa.
     Gustavo se quedó en silencio. Se quedó en silencio y me miró.
     -¿Vos no leés los diarios, las revistas de actualidad?
     Giré la cabeza hacia la puerta del horno. El tono de sus palabras había resultado hiriente como una bofetada. Uno de mis problemas con la “actualidad” era que no le podía seguir el ritmo. La veía entonces  -y la veo ahora, ocho años después, cuando ya conozco a Bobby Flores y tuve, incluso, la oportunidad de trabajar en la misma radio que él donde nos cruzábamos cuando terminaba su programa y empezaba el nuestro- como una dama vertiginosa que se las arreglaba para tener centenares de romances y vernisages mientras el mundo se derrumbaba a su paso.
     -No hace falta que me lo preguntes así  -me defendí.
     -¿Así cómo?  -pero Gus se había dado cuenta y no esperó mi respuesta-. Bobby Flores es un disc jóckey de la radio. ¿Nunca lo viste? Un flaquito con los dientes separados.
     Traté de recordar. Y me pareció que sí, que alguna vez había leído una nota, tal vez en la revista Viva de Clarín, o quizá en el suplemento de espectáculos. Hice sonar los dedos de una mano mientras me levantaba para apagar el fuego.
     -¡Ah, sí! Ya sé quién es.
     -Bah... ahora se puso aparatos –abundó. Volví a desconcertarme.
     Gus se quedó callado. Enseguida agregó:
     -Están de moda ahora los viejos con aparatos.
     -Es verdad.
     -Vos te deberías poner. 
     -¿Te parece?
     -Tenés una sonrisa re linda pero los dientes se te van a torcer cada vez más.
     Gauvry estaba bravo. Me prometí tomar velocidad,  leer todos los diarios y revistas en forma consistente.
     -Dos años con brackets, hay que bancarse.
     -Y bueno, qué sé yo  -cerró, impaciente, Gus-. Al año y medio hicimos otro disco, que se llamaba Los chicos quieren rock. Ya estaban empezando a hacerse más conocidos, a tocar en lugares más grandes, como Cemento, y en ese disco hay una canción, Enlace, que tuvo bastante difusión.
     Saqué la polenta del horno y la serví.
     -Con los Ratones convertidos en artistas del sello Del Cielito Records grabamos tres discos. Con el tercero, que es Furtivos, aparece el primer tema de ellos que se convierte en un hit total: Rock del gato.
     -¿Y vos cómo te sentías en tus nuevas funciones? ¿Te resultaba placentero todo lo que pasaba en el estudio y alrededor?
     Soplé la polenta con queso que había podido atrapar en el tenedor y la probé: no tenía sal y estaba ligeramente acascotada. Me levanté a buscar el salero.


     -A mí me encantaba  -tragó, él también, una montañita de polenta. Acto seguido extendió el brazo hacia la sal-. Siempre me gustó el fenómeno del rock, también en el sentido de cómo un pibe de barrio que hace música con sus amigos en el garage de su casa, llega a convertirse en un personaje que genera modas, que genera maneras de hablar, que genera canciones que todo el mundo conoce. Yo a los Ratones los conocí cuando ellos tocaban en el garage de su casa y de mi mano llegaron a llenar Obras. Viví todo ese proceso con mucho orgullo. Fue la confirmación de que no me había equivocado, de que el potencial que había visto en ellos terminaba siendo reconocido por todo el mundo. Encima no había resultado fácil: había tenido que ir en contra de la corriente y correr todos los riesgos. Entonces, haberlo logrado, fue una satisfacción. A partir de ese momento, además, se abrió para mí todo otro campo de acción. Del Cielito ya no era sólo un estudio que se alquilaba y un técnico que se contrataba. Yo podía elegir los proyectos que me interesaban y producirlos  -untó el chocho con manteca y lo mordió; después miró alrededor como buscando algo-: ¿Vino no tenés?  -preguntó.


Ratones Paranoicos durante la grabación de su segundo disco 
"Los chicos quieren rock". 1987 (Foto de Héctor Milberg)

Juanse me mira seriamente y dice:
     -El mensaje no era el contenido sino la banda: cuatro tipos con cuatro instrumentos básicos tocando rock & roll. Ése era el mensaje. Detrás, bueno, había un montón de cosas que en ese momento uno tenía en la cabeza; ángeles manejando aviones Focker en primavera, por ejemplo, cosas que yo veía realmente.
     El momento spinetteano de la conversación ha llegado, pensé.
     -No sé si te sigo, Juanse. ¿Cómo que veías? ¿Estas eran imágenes que a vos te venían, que vos tenías...?
     -Imágenes artísticas que yo tenía adentro de mi cabeza.
     -Y el rock & roll que vos querías hacer, ¿lo veías como un elemento de resistencia en relación a otras músicas?
     -Sí, de resistencia al resto de lo que había, no de resistencia interna. Yo nunca fui un rebelde. Nunca. Pero vos escuchás nuestro primer disco y realmente suena muy diferente a todo, no solamente a lo que había acá: suena diferente a lo que había afuera también. Era otro tempo, otra afinación, otra... no sé cómo explicarlo. Eso fue lo que mucho tiempo después le llamó la atención a Andrew Oldham.
     -¿Incluso diferente a los Rolling Stones?
     -Sí.
     -Porque viste que al principio se decía: los Ratones son la banda que copia a los Stones. Después ustedes se fueron perfilando con una personalidad propia.
     -Fue al revés. Nosotros siempre tuvimos nuestra personalidad. Yo creo que lo más parecido a los Stones que hicimos fue un grupo que teníamos con Sarcos, Los Rostizados. Pero eso fue mucho antes porque entre Rostizados y Ratones Paranoicos estuvo La Puñalada Amistosa. Lo stone viene por el lado de la imagen.
     -Ah, no tanto por lo musical.
     -No. Mi influencia real como compositor, esta es una de las primeras veces que lo digo, son los New York Dolls. Para mí Johnny Tunder es... hay unas coincidencias terribles. Me acuerdo que una vez escuché temas de los Dolls y yo ya había compuesto temas que tienen la misma estructura. Y nunca los había escuchado.
     -O sea que más que nada lo que los emparenta con los Stones es una estética.
     -Sí, bueno, también tenemos, obviamente, nuestro perfil stone porque nosotros hacemos rock & roll y la mejor banda de rock & roll que hubo, que hay y que habrá son los Rolling Stones. Eso está claro. Pero a fines de los años setenta, con nuestro grupo de amigos del barrio dimos como un puntapié inicial a lo stone, digamos. El pañuelito que hoy usan muchos es una cosa...yo tenía una camisa de ese material; la usé tanto que se me rompió. O sea, no se me rompió, se deshizo del uso. Era como una bambula azul con unas rayitas. Entonces yo, para no tirarla, le corté las dos mangas, hice un pañuelito, me lo até acá  -se señala el cuello- y salí a la estación con eso. Nosotros vivíamos en Little Stone, un boliche que había en la Galería del Este: nos vestíamos ahí de pies a cabeza porque ahí vendían botas, pantalones, todo. Entonces eso también se mezcló porque una vez que tuvimos toda la parafernalia musical todo lo demás fue cayendo por decantación.
     -¿Y cómo fue para vos o para la banda grabar en el estudio de Gustavo Gauvry?
     -Fue una locura. Pensá que yo ahí  -señala un aparador- tengo los discos que escuchaba, que están grabados ahí: discos de Spinetta, de Charly, de Lebón.
     -Y de golpe vos estabas en el mismo lugar en el que todos ellos habían estado.
     -Yo estaba sentado en la cabina donde había ocurrido todo eso, con él. Porque cuando se graban todos esos discos el que está es Gustavo.
     -O sea que para vos fue empezar a cumplir ese sueño que tenías.
     -Yo nunca tuve sueños, eh. Lo que pasa es que yo a veces me voy de mambo, empiezo a decir en broma “vamos a tocar con los Rolling”, como dije una vez, adentro de un auto. Estábamos todos en ácido, adentro del auto.
     -Vos no tenés sueños. Tenés visiones.
     -No, son bromas, son bromas. Pero bueno, eso ya es parte del pasado. Ahora uno tiene la mente en otra cosa.
     -¿Dónde tenés la mente ahora?
     -Acá.
     Hace una pausa.
     -Acá y ahí  -señala ahora las guitarras desparramadas por todo el living-. Acá prácticamente no hay muebles. Hay equipos, violas, discos. Mi cerebro es eso.




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