Marta
Al día siguiente Gustavo Gauvry me llamó para preguntarme cómo me había ido.
-Nos besamos -confesé.
-¿Cómo que se besaron?
-Así, como lo escuchás: nos besamos. Un beso rockero.
Oigo una risa corta, áspera.
-¿Y cómo es un beso rockero?
-Tumultuoso.
-¿Fue durante la entrevista? ¿En su casa? -Gauvry no daba crédito.
-No: en un sueño.
-Ah, menos mal. Me habías asustado.
-Te dije que me iba a buscar un novio rockero.
Como él no replicó nada, seguí:
-Mi inconsciente ya empezó a tender redes. Primero el sueño erótico. A continuación, el encuentro. Juanse estuvo de acuerdo -mentí.
-Lo voy a tener que llamar a Juanse.
-Pero somos grandes, Gus. ¿Qué le vas a decir? ¿“No debiste besar a mi biógrafa”?
-¿Me estás diciendo que entonces pasó algo?
-Claro que pasó.
-Bueno, no sé -se malhumoró Gauvry-. Eso no lo pongas. No le interesa a la historia.
-Vamos… cómo que no. Es lo más jugoso. Literalmente.
-Escuchame, te tengo que dejar. Estoy por pasar un peaje.
-¿No querés saber lo que me dijo Juanse?
-Ahora no. Te llamo la semana que viene.
-¡Pero hoy es martes recién!
-Podés pasarme la entrevista por escrito.
-Juanse me dijo en qué parte del jardín está enterrado el enano.
-¿Dónde? -se interesó, por fin.
-Te llamo la semana que viene y te cuento con lujo de detalles.
Diez minutos después tocó el timbre de mi casa.
Y le tuve que contar.
-Yo le agradezco a Gustavo todo lo que me pasó a mí durante estos años.
Marta tiene las manos entrelazadas sobre el delantal de cocina y se las queda mirando.
-Hace dieciocho años que estoy -ahora levanta la vista-. El tres de diciembre se cumplieron dieciocho años. Me acuerdo que había venido por quince días nada más. Una señora me trajo, porque se iba de vacaciones. Ella vivía cerca de mi casa y tenía un nene. El nene quedaba conmigo cuando ella venía a trabajar. Y un día viene y me dice: “Marta, necesitan una chica porque yo me quiero ir unos días”. Entonces vine por quince días y me quedé dieciocho años. Cuando me pongo a pensar me pregunto si no me habrán echado un montón de veces y no me di cuenta.
Era un viernes de mediados de febrero, muy caluroso. Gus me había pasado a buscar a la mañana temprano para ir al estudio. Cuando llegamos, Pablo nos informó que los viernes Marta llegaba al mediodía. Pablo hace tareas de todo tipo en el estudio. Ese día me presentó a Mora y a Gua Gua, las perras de Cordera. Gus había subido a su nave del segundo piso. Tenía que trabajar. Así que anduve por ahí, revoloteando. El calor apretaba. Me saqué las zapatillas y sumergí los pies en el agua. Pablo se acercó y me dijo que podía buscarme alguna malla. Las chicas siempre las dejaban. No le pregunté qué chicas. Imaginé fiestas acuáticas y mujeres rientes que se dejaban tirar al agua completamente desnudas. Aunque me estaba insolando, le dije que me encontraba perfectamente, no hacía falta que buscara ninguna malla. Gua Gua, al vernos junto a la pileta empezó a trotar. Venía del fondo, con la panza y las patas totalmente embarradas. Se zambulló. Ahora se acercaba nadando. Pablo comentó que a Gua Gua le encantaba nadar. Mora, en cambio, prefería refregarse en los charcos, al lado de las plantas. Si el karma existía, pensé, estas perras tenían del bueno. Eran las únicas que ese mediodía tórrido hacían uso de la pileta y el parque con fines netamente recreativos. Todos los demás trabajaban. Y yo esperaba a Marta.
Sacudí los pies y me dirigí a la cabaña. Abrí la puerta. Pedí permiso para pasar a una penumbrosa oquedad. Nadie me respondió. Entré. En la habitación que había sido de Gustavo y Floki todavía imperaba una cama matrimonial. Prendí el aire acondicionado y me tiré.
A pesar de que la espera en cualquier lugar que no sea mi casa, donde puedo hacer otras cosas, me produce un enorme fastidio, sentí que estaba exactamente donde quería estar. “El lugar elige a las personas”, me había dicho Gustavo Gauvry una vez, refiriéndose al estudio. Giré hacia un costado y me acurruqué. La habitación empezaba a enfriarse. Antes de cerrar los ojos observé la colcha: había un par de pelos negros, duros y espiralados. Instantáneamente los relacioné con ciertas zonas del cuerpo y con ciertas actividades de esa zona. Di un respingo y salté de la cama. Me sacudí la ropa y la piel. Volví a mirar la colcha. Quería detectar si también había manchas. Blanco amarillentas u otro tipo de manchas. Y sí: había todo tipo de manchas. Me senté en una silla junto al escritorio. Corrí un poco las cortinas. El jardín se veía quieto como una estampa y yo empezaba a aburrirme. Abrí el cajón del escritorio para ver si encontraba algún libro. ¿Qué esperaba? ¿Encontrar una Biblia, como en los hoteles? Encontré una caja abierta de preservativos.
Cuando llamaron a la puerta me sobresalté.
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