martes, 25 de agosto de 2015

24.El sur también existe

El sur también existe


El relato de toda la gira De Ushuaia a La Quiaca requirió que me encontrara tres veces con Gustavo Gauvry. Recién en la tercera reunión pudimos llegar a Ushuaia. El país es largo, incluso para recordarlo.
     -¿Hay algún otro elemento, además de los que ya mencionaste, que podrías señalar como particular de esta gira?  
     -El contraste  -dice, sin vacilar.
     Pienso en las fotos en blanco y negro de Alejandra Palacios. Otro de sus aciertos. Alejandra fue la tercera fotógrafa convocada para realizar la cobertura visual de la gira. Santaolalla se había contactado primero con José Luis Perotta, a quien conocía de las primeras épocas de Arco Iris, y luego con Andy Cherniavsky, “una fotógrafa muy buena”, según consigna Santaolalla en el libro De Ushuaia a La Quiaca, “que venía de Ibiza de hacer unas fotos con Los Abuelos de la Nada”. En el caso de Perotta, el presupuesto que les pasó no se condecía con la realidad del disco o de los discos que estaban por hacer. Por su parte, Andy no tenía ganas, en ese momento, de volver a viajar. Desde Los Ángeles, Gustavo Santaolalla seguía una revista llamada Cerdos y Peces. Le habían llamado la atención las fotos que ilustraban algunos de los artículos. La fotógrafa se llamaba Alejandra Palacios. Le preguntó a Andy si la conocía. Cherniavsky le dijo que trabajaba con ella, la tenía al lado. Y se la pasó.
     Hay que escuchar la historia narrada por sus protagonistas para comprender hasta qué punto Alejandra Palacios captó con sensibilidad exquisita los argumentos y contraargumentos de la gira. Pasé horas  -no exagero- contemplándolas. A medida que la narración iba sumando voces, yo volvía a las fotos como a un silencio potente, necesario, que permite conocer otra cosa o desde otro lugar.
     Después me di cuenta: toda la gira fue contada por hombres. Hecha por hombres. Alejandra Palacios nos proporciona, a través de sus fotos, una única mirada femenina. Los hombres acometen sus faenas y el ojo de una mujer los sigue con discreción y agudeza incomparables. La cámara de Alejandra nunca invade: rescata. Pone a salvo las actitudes, los gestos, todo aquello que los hombres han olvidado de sí. Ellos se vuelven otros gracias a ella. Y se vuelven, paradójicamente, más ellos mismos.
     Durante la gira, Santaolalla le recordaba: “Todo lo que está pasando es relevante”. Alejandra sacó 9000 fotos.
     Hay, no obstante, una foto que yo quisiera tener y no tengo: una de Gustavo Santaolalla y Alejandra Palacios. Hoy son marido y mujer, y tienen dos hijos. La relación  se inició en esa gira.


Leon Gieco junto al Canal Beagle, Tierra del Fuego, durante la grabación 
"De Ushuaia a La Quiaca". 1985 (Foto de Alejandra Palacios)

La grabación en el Beagle desde el control improvisado en una rural Falcon.
(Foto Gustavo Gauvry)

-En Ushuaia  -sigue Gustavo Gauvry- hacía un frío terrible. A las cuatro de la tarde ya era de noche; a las once de la mañana era de noche.
     -No fueron en la mejor época.
     -No. Era muy loco porque hacía apenas unos meses habíamos estado trabajando en medio de un calor insoportable y los mismos baúles que decían “Del Cielito” y que Alejandra había fotografiado en una pirca del norte, en la arena del desierto, ahora aparecían en la nieve de Ushuaia.

     Son las diez de la mañana y está amaneciendo en Ushuaia. Nos avisan que en una hora saldremos para el Río Pipo, donde vamos a grabar hoy. Yo me apuro para poder comprar antes una botella de vodka.
     -¡Andá, borracho! ¡Cualquier excusa es buena, eh! -me cargan los chicos que filman.
     -Ya van a venir  -les contesto con aire previsor.
     Estamos grabando a León y a Isabel Parra sobre el río congelado. El frío nos cala los huesos. En un alto de la grabación me patino y me voy de cabeza contra el piso de hielo. Como quien busca un poco de calor y consuelo,  abro la botella de vodka. Los cuarenta y cinco grados del alcohol pasan por mi garganta como si fueran agua mineral. Enseguida todos se me vienen al humo y me ruegan por un trago. El vodka, pese a todo, trae cierta reminiscencia del fuego.


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