domingo, 30 de agosto de 2015

29.Raros Ratones

Raros Ratones


-¿Qué fue lo que primero te llamó la atención cuando conociste a los Ratones Paranoicos? 
     Estamos comiendo las empanadas fritas que hace mi vecino. Torres tiene una parrillita ambulante que al mediodía arrastra hasta la avenida serpenteante. Se escuchan insistentes golpes de martillo en el departamento de al lado.
     Gauvry muerde una punta de empanada. El humo asciende por el lado izquierdo de su cara. Traga el trozo de repulgue y sopla en el cráter. Entra de inmediato en el recuerdo. Sonríe.
     -Las pintadas. Pero todavía no los conocía. Hubo una, sobre todo, que me llamó la atención: estaba delante de la Escuela de Mecánica de la Armada. Era el año ’82 u ’83, no me acuerdo bien. La pintada decía Ratones Paranoicos y yo me pregunté qué sería eso, porque en esa época los grafitis todavía no se habían popularizado; de hecho los Ratones fueron los primeros que salieron a pintar paredes con el nombre de la banda. Yo todos los días pasaba por ahí y me preguntaba si tendría algo que ver con la paranoia o con los desaparecidos.

     Tiene los codos apoyados en la mesa y fuma. Observo la vehemencia de sus manos, las lentas piedras metálicas que raspan el aire cuando mueve los dedos cargados.
     -En el ’79  -dice Juanse- hice un viaje a Brasil. Habíamos decidido tomarnos un descanso con Pablo porque estábamos todo el tiempo juntos y éramos dos personalidades muy obsesivas y fuertes, entonces claro, nos terminábamos saturando el uno al otro. Y en Brasil veo en las calles que las bandas, no las bandas de rock sino las bandas, se mandaban mensajes con aerosol. Me llamó mucho la atención. Y mientras yo pestañeaba y veía eso desde el colectivo, ahí en Flamingo, cuando cerraba los ojos veía toda la Capital blanca. Entonces me dije: “Esto es. Con esto por lo menos nos vamos a dar a conocer”.


     Doy otro mordisco a la empanada. Gustavo ya va por la segunda. Se apresura a tragar. Tiene el bollito de una servilleta de papel en la mano.
     -Pablo Memi, un primo mío unos cuantos años menor que yo, me dice que tiene un grupo y quiere venir al estudio para mostrarme lo que hacen. Arreglamos. Una tarde se aparece por el estudio con otro chico de la banda. Se presentan como los Ratones Paranoicos. Entonces ahí me cayó la ficha de que ellos eran los de las pintadas. El pibe que vino con Pablo era Juanse. En ese momento me llamó mucho la atención porque lo veía así como muy inquieto, muy... era todo un personaje. Por la forma en que me habló pude ver enseguida que él estaba muy seguro respecto de lo que quería hacer, de su ambición artística de querer ser una estrella de rock. Era un chico de veinte, ventidós años a lo sumo y sin embargo, tenía un perfil, una determinación tal que se veía claramente que el tipo algo iba a lograr. Me hicieron escuchar un casete que habían grabado en el garage de la casa de mi primo, en Devoto. Y me gustó porque lo que ellos querían hacer no tenía nada que ver con lo que estaba de moda. En ese momento tenían mucho auge los grupos pop: Virus, Soda Stereo, Zas y toda esa moda bien característica de la música de los ’80: mucho colorido, peinados raros, músicas muy plásticas, sonidos muy electrónicos. Y ellos odiaban todo eso, hablaban pestes de todo eso. El famoso sonido de tambor que hace qshhh, es bien de los ’80; como decía un músico, Rinaldo Rafanelli, “tambor con sebita”. Y ellos no, ellos querían sonar...

     -No quiero sonar moderno  -se impacienta Juanse-. No quiero cámara en la voz, me hace sentir que estoy cantando adentro de una cámara... ¡pero de auto! Yo quiero que mi voz suene normal, como la de un tipo cantando con un micrófono. Lo que nos gusta es el sonido inglés.
     Que un chico de veintidós años diga eso en 1984, en pleno auge de las primeras máquinas, el tecno y demás modernidades, me causa una mezcla de sorpresa, respeto y alivio. Está claro que a los Ratones Paranoicos no les interesa la moda pop que invade Buenos Aires, los colores chillones, los sonidos plásticos, los peinados batidos. Es evidente que nunca escucharon rock sinfónico, ni jazz rock, ni acid house. Sus fuentes son obvias: Sex Pistols, Iggy Pop, NY Dolls, Lou Reed, Stones.
     -Es más  -insiste Juanse, doblando la apuesta-: no me copa el sonido de ‘estudio’. Los monitores suenan demasiado perfectos, me gusta más el sonido de los bafles Audinac que tengo en mi casa. Lo que suena bien ahí sé que va a sonar bien en cualquier parte.
     -¡Pero los Audinac son un bochorno!  -me alarmo, porque ya me lo veo venir-. En los setenta eran de lo mejorcito que se fabricaba acá, pero a esta altura...
     -¿No te animarías a mezclarnos el disco con mis bafles?  -arriesga con timidez.
     -Y bueno, dale…-respondo aceptando el desafío.

     -Era muy gracioso cómo se expresaba  -Gus sonríe y clava la mirada en la bandeja de cartón-. Lo vi como un tipo carismático, original, y que tenía muy claro lo que quería hacer.


     -Para mí ya está bien  -con un gesto de la mano invito a que se sirva la última empanada.


Gustavo Gauvry y los Ratones Paranoicos. 1986
(Foto de Elina Memi)

  Juanse prende un cigarrillo,  le da una pitada y tira el humo hacia arriba, de perfil a mí. Bebo un sorbo de café y lo miro.
     -Nosotros no queríamos tanta distorsión como sustain, que era algo que a él le gustaba. Si hay algo en lo que somos como una misma persona con Gustavo, es en ese aspecto: nos gusta el sustain, el delay y la compresión, digamos. Esas son cosas que básicamente manejamos cuando trabajamos juntos. Él es un verdadero artista en eso y creo haber aprendido mucho. Y era algo que yo ya tenía antes de conocerlo. Eso generó una conexión muy directa. Fue como si volviéramos a encontrarnos después de no hablar durante mucho tiempo. El resto de la banda quedó un poco abstraído de la comunicación que se dio entre nosotros.

    
     La bandeja de cartón está vacía y grasienta.
     -Vas a tener que pintar pronto esta mesa  -observa Gustavo- si no se te va a manchar toda  -es una mesa de pino, comprada en el Puerto de Frutos de Tigre, una semana atrás.
     -¿Y cómo la pinto?
     -Diluís en partes iguales barniz y aguarrás. Le das una mano. Cuando se seca la lijás y le das dos manos más de barniz.
     -Lo extraño  -confieso.
     La mirada de Gus estaciona a la vera de estas palabras. No diría que me mira, aunque lo hace. No diría que espera alguna otra explicación, aunque también lo hace. Se presenta con la magnanimidad silenciosa de un refugio  en una noche de tormenta. O con la de un oasis, para quien transita el desierto. No señala el agua o el albergue. No hace bulla. Ofrece lo que tiene  -todo lo que tiene- con gestos mínimos pero incontrovertibles. No hace, jamás, de su generosidad una escena.
     -Eso no implica que no lo odie también. ¿Alguna vez extrañaste a alguien a quien odiabas?
     Gus no dice nada. Doblo en dos la bandeja de cartón, tomo también las servilletas de papel arrugadas y llevo todo a la cocina. Piso el pedal del tacho de basura y levanto la voz:
     -La mano del hombre, es eso: su presencia en la casa, no tener que preguntar algunas cosas. O no tener que hacerlas.
     -Y sí. Es lógico  -al otro lado del vano de la puerta, Gus se inclina en su silla para encuadrarme-. A mí me parece bien que las mujeres no sepan ni quieran hacer algunas cosas que los hombres solemos hacer naturalmente bien. Está bueno que podamos ayudarnos, que podamos complementarnos. La semana que viene voy a estar muy ocupado, tengo que grabar a unos chicos, pero después podría venirme un día y te la pinto.
    
     Algo así como diez días después, revuelvo con una ramita el barniz y el agua ras. Gus quita el envoltorio transparente que cubre las cerdas de un pincel.

    -A mí me gustaba esa música  -dice-. Me gustaba la música inglesa, me gustaban los grupos que le gustaban a Juanse, que acá no habían sido muy difundidos, exceptuando los Rolling Stones. Igual los Rolling Stones, en los ’80 no eran tan conocidos en la Argentina; en ese momento no hubieran llenado cinco estadios de River ni por casualidad. De todas maneras había también otras cosas que me gustaban, que me parecían buenas, como por ejemplo David Bowie, los Sex Pistols, Iggy Pop, The Clash, Lou Reed, New York Dolls, qué sé yo, grupos que acá no eran muy conocidos. No eran conocidos porque toda esa época del rock punk en la Argentina pasó casi desapercibida. Fue reemplazada por el rock sinfónico o el jazz-rock, ese tipo de cosas. Entonces, bueno, los invité a al estudio y grabamos varios temas. El más redondo fue Descerebrado. Me gustaba porque tenía un clima muy desolador y describía toda la situación de sentirse perdido que tiene un chico en la adolescencia. Descerebrado por la calle voy/ descerebrado sin saber quién soy, decía la letra, que contrastaba con las letras en boga en esa época, que eran todas así muy de felicidad, más alegres. Grabamos ese tema y empecé a mostrar lo que hacían a músicos amigos y a los productores con los que yo trabajaba en esa época como Daniel Grinbank, Bernardo Bergeret, Alberto Ohanian, la gente de Abraxas. Aunque a varios de ellos les gustó, lo consideraban muy a contramano de lo que estaba en boga. Lo escuchaban y decían “ah, está bueno”, pero nadie me decía “me interesa contratar a este grupo”. Entonces pensé: tal vez lo que habría que hacer es grabar un master y vendérselo a alguna compañía porque quizás, qué sé yo, la compañía no quiere afrontar la inversión de hacer una grabación, pero si les doy la grabación ya terminada, por ahí la compran. Así que nos pusimos a grabar un disco en serio: incluimos algunas canciones que ya habíamos grabado en los demos, más otras nuevas. El primer disco de los Ratones Paranoicos se llamó Ratones Paranoicos.


Grabación del primer disco "Ratones Paranoicos" 1985
(Foto de Héctor Milberg)


 Juan Sebastián Gutiérrez, frontman de la banda, levanta la taza de té, bebe y después le da otra pitada a su cigarrillo.
     -Ya con Roy y con Sarcos estables, además de Pablo, con quien ya veníamos de antes, empieza el trabajo de crear y de ensayar  -hace una breve pausa, fuma-. A partir de ahí, inclusive en la sala de Ramos Mejía les empezamos a gustar a muchos que nos dejaban tocar... no digo por lástima, pero por conmoción, tal vez. Entonces nos dimos cuenta de que teníamos un par de cosas que eran importantes. De hecho, el primer disco nuestro, si bien es el resultado de un demo, tiene temas que hoy los Ratones siguen tocando en sus shows. DescerebradoEstrellaBailando conmigo, son temas que hoy se siguen tocando. Y cuando corrés el manto así de golpe y te encontrás, después de haber armado muchas bandas y de haber tenido un montón de historias, con la formación estable, fue como que todo lo que veníamos arrastrando, que parecía inconexo e irracional, cobró una forma muy definida. A partir de ese momento, nos dimos cuenta de que el compromiso o la angustia iban a pasar por el lado de que ya teníamos que salir de ese embrión y mostrar lo que hacíamos al establishment. Y eso fue lo más duro. Así que cuando aparece la conexión de Pablo que me dice “che, yo tengo un primo que tiene un estudio muy conocido”, yo le digo “escuchame, por favor, si no nos vamos a morir todos de desesperación”. Entonces bueno, cuando le llevamos una grabación que habíamos hecho en Ramos Mejía y Gustavo la escuchó y nos llamó, comenzó una larga... fue como la Cuaresma nuestra.
  -Una Cuaresma que en lugar de durar cuarenta días se prolongó durante dos años.
  -Yo con Gustavo frené la desesperación, digamos. Me la banqué. Me costó mucho porque yo era un tipo ta. Yo quiero, ta, ta, ta.
  -No querías esperar más.
  -No, no, porque no hay tiempo. Cuando hay tiempo, hay tiempo. Cuando no hay tiempo, no hay tiempo. O sea: no justifico ir a 90 por la ciudad, puedo tardar un año en llegar. Pero los tiempos en la música son globalmente musicales, desde la perilla que se aprieta hasta la cuerda que suena, y la que hay que esperar para que entre el otro instrumento. En ese aspecto esperé porque sabía que él... yo hice una ecuación una noche cuando llegué a casa. Porque nosotros íbamos por supuesto cuando él estaba libre, entonces nos encontrábamos a la noche, a veces a la tarde, pero en general de noche, y teníamos que volver de Parque Leloir en colectivo. El único colectivo que pasaba, no me acuerdo el número, te llevaba a Liniers y en Liniers había que tomar el que te llevaba a Devoto. A veces nos quedábamos con los ojos así  -hace un gesto con las manos, extendiendo los dedos delante de su cara-  de hablar con Gustavo. Y después de hablar con él, deliberábamos nosotros. Idas y venidas, idas y venidas. Yo creo que fue un gran logro de Gustavo porque lo que nos impuso justamente fue el “pará, pará, vamos a grabar, pero vamos a grabar bien, no a grabar por grabar y que después, en el 2000, no quieras escuchar eso que grabaste aquel día”. Entonces, lógico, esas cosas llevan un proceso muy largo. Pero nos puso en órbita, digamos, y en el ’85 grabamos la primera pista que fue Descerebrado. Ahí también Gustavo se relajó muchísimo porque el problema más importante que él tenía para apostar todo, era que no sabía realmente si había un compositor en la banda y en el caso de que lo hubiera, cuántos temas podían llegar a tener estos cuatro tipos. Ahí fue cuando empecé a apelar a todo lo que disponía en ese momento, porque antes de Descerebrado estaba Autocine, un tema que se llamaba La orden de Dora, después apareció DescerebradoEstrellaPrimavera nacional y pa, pa, pá. Un día estábamos mezclando el demo me acuerdo y llegó Héctor Starc y escuchó una frase de un tema nuestro que dice: “Tu nena está caliente/ yo sé quién se la tiende”, y en esa época, viste... Dijo: “¿Qué hacés con éstos?, ¿quiénes son?, ¿qué estás haciendo?”. “No, es la banda de mi primo, son mi primo y su banda”. “¡Pero esto tenés que hacerlo ya!”.
     -A Héctor le gustó lo que hacían.
     -Sí, a Héctor le gustó. Creo que fue lo único que le gustó.

     -Viste que la conexión se dio porque Pablo Memi, el que era bajista de los Ratones, es primo de Gauvry  -me explica Héctor Starc-. Entonces se ve que el tío de Gustavo lo llamó y le dijo: “Mirá, este pibe no quiere estudiar, es un vago, dice que toca rock & roll. Por qué no le grabás un tema y me decís si sirve para algo o lo mando a estudiar”. En esa época nosotros estábamos muy en la onda David Lebón, muy Spinetta. Entonces, escuchar un grupo que hacía rockito de cancha de fútbol para mí era una cagada. Pero me interesó Juanse porque el primer tema que me pone Gustavo dice Tu nena está caliente/ yo sé quién se la tiende  -Starc imita la voz de Juanse y toca el tema en su guitarra-. Cuando escucho eso le digo “¡chau! ¡tienen que grabar ya! ¡un tipo que hace esa frase va a ser un genio!”  -recuerda exaltado-. “Pasá a otro tema”, le pido a Gustavo. Y pone un tema que dice Descerebrado por la calle voy. Y yo pensé ¡no, este pibe es un genio! “Me lo tenés que presentar”, le dije. “¿Cómo va a hacer un tema que dice Tu nena está caliente y otro que dice Descerebrado? ¡Nos está hablando a nosotros!”. El disco costó sacarlo  -casi parece que reflexionara después de referirse a las drogas y el alcohol como los causantes de la descerebración padecida-  porque era bien Rolling Stone, era como son los grupos de ahora, los...  -chasquea los dedos- Callejeros, Los Villanos, bien berretas, así eran los Ratones -aunque parezca lo contrario, a su manera Starc los está ponderando-. Y en esa época todo tenía que sonar modernoso, viste, todo tenía que ser Soda Stereo.

      Gustavo Gauvry se pasa por los dedos un trapo con aguarrás para eliminar los restos de pintura. De su mochila saca un sobre de papel madera.
     -Te traje unas fotos de los Ratones.
     Son fotos en blanco y negro, tomadas en el estudio. Se los ve a todos muy jóvenes y muy concentrados.
     -En esa época, Héctor Milberg, un amigo mío que es muy bueno para la instantánea, solía sacarles fotos a los artistas del sello cuando venían a grabar. Se terminó haciendo amigo de los chicos.
     -¿Es el hermano de Pablo, el que te llevó al Far West?
     -Claro  -Gustavo se sonríe, recordando quizá el día que llegó a Parque Leloir por primera vez, o el día que me lo contó.
     La mesa recién pintada está en el patio, secándose al sol. Nos acomdamos en el piso y tomamos té en grandes tazas, con las fotos deslizándose entre los almohadones.
     -Ellos venían muchas veces a través del barro, tomándose un montón de colectivos.
     Los chicos crecen. El tiempo les va implantando un carácter a sus caras todavía jóvenes; la perseverancia dejará unos cuantos surcos.
     -Fue muy grato estar ahí y ser testigo de la transformación  -subraya Gustavo-. Poder observar  cómo llegan a convertirse en estrellas.
     Héctor Milberg pudo detener en imágenes a los que llegaban al Cielito con el barro hasta las rodillas. El movimiento inverso, en cambio, no quedó registrado.  Gus Gauvry sostiene, sin embargo, que él vio a más de uno correr hacia el barro huyendo de ciertas amenzas que a veces se cernían sobre las gráciles praderas del oeste.

     No sé si reirme o preocuparme.
     Fito se acaba de pelear por enésima vez con Faby. Cuestiones artísticas de la grabación del disco debut de Fabiana Cantilo y los Perros Calientes, mezcladas con su apasionada relación personal. Pero resulta que el tipo da un portazo y se va caminando para la autopista.
     Imagino la escena: medianoche, parada de colectivos en Brandsen y colectora del Acceso Oeste. Fito Páez, terriblemente enojado y sin tener la menor idea de dónde está, espera un colectivo que tal vez no existe, para que lo devuelva a la civilización. Es un cuadro surrealista.
     Le pido a Peter, mi asistente, que lo vaya a buscar.


    


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