De Ushuaia a La Quiaca. Volumen 1
-Después de completar el primer tramo de la gira se internan en el Cielito y graban el volumen 1.
-Sí -confirma León-. Pero ya antes de salir de gira habíamos estado trabajando con Santaolalla en el Hotel Bauen, haciendo los demos del disco número uno. Cuando volvimos, nos pusimos a grabar en el Cielito.
-¿Y cómo fue la experiencia de internarse un mes, un mes y pico en el estudio para hacer este disco?
-Dormíamos ahí -dice León-. A mí me encantaba dormir en la... –repentinamente se acuerda de algo y se ríe, pero no dice de qué.
Lo mira a Gustavo Gauvry y... otra vez, ahí está la mirada cómplice, la picardía en los ojos. León lo mira a Gustavo y yo también, para ver si puedo develar el secreto. León se ríe, Gustavo se ríe y a mí no me dejan entrar en esa risa. Hay, parece, una gira comunicable, capaz de sostener desde la palabra incluso los excesos, la incomodidad y las desilusiones, y otra que se resiste a ser contada: es la gira interior, la que los dejó “tildados”, como dijo León, la que tiene una intensidad impronunciable.
Me quedo callada y espero.
-A mí me encantaba dormir en el cuarto de la batería -dice León tratando todavía de sosegar la risa-. Por el silencio que había en la pecera ésa. A las cinco, seis de la mañana, terminábamos fusilados, y yo me tiraba a dormir ahí. Realmente teníamos el estudio copado, todo para nosotros. Entonces nos levantábamos al mediodía, comíamos algo y continuábamos con la grabación durante todo el día. Eso dio sus frutos. Además fue toda una experiencia en sí misma el hecho de estar trabajando en un lugar que era el campo, viste, un lugar en el que no teníamos que lidiar con todas esas cosas que traen problemas en la ciudad. No teníamos, por ejemplo, que tomarnos un taxi para ir al estudio, ya estábamos en el estudio. Eso era piola. Esas semanas en las que estuve ahí fueron una deformidad. Estábamos en un clima óptimo para deformar.
-¿Para “deformar”?
-Sí, bueno, para estar libres, digamos -concede León-Para hacer lo que uno quisiera. Entonces, cuando vos te das manija con eso, es como que creás un montón de cosas más. Yo creo que en el Cielito se puede dar un clima óptimo. Si vos te vas a vivir ahí y grabás un disco ahí, realmente entrás en un clima óptimo. ¿Por qué? Porque estás en un lugar donde nadie te jode, todo el tiempo en contacto con los músicos con los cuales grabás. Y es muy creativo ese asunto. De hecho nosotros hemos creado cosas ahí, en el Cielito. De tanto deformar, digamos, terminaron saliendo cosas muy piolas, cosas que no teníamos planeadas.
-¿Podrías mencionar alguna de esas cosas?
-Gustavo Santaolalla tiene un personaje que es el personaje del locutor. Y lo inventó ahí, en el Cielito, viste. Hubo un antecedente en Oncativo, donde tocamos con el Cuarteto Leo. Ahí, entre tema y tema había un espacio, un silencio que... -León baja la voz y me habla en un susurro- no pasaba nada, viste. La gente bailaba, ¿no?, bailaba. Y cuando terminaba un tema se quedaban así -se para y hace un gesto con el cuerpo de quedarse rígido y duro- mirándonos. Nosotros con la orquesta nos mirábamos también. “Bueno, y ahora qué hacemos”, les decíamos. “Vamos a hacer La Lluvia, La Lluvia y el Vino” ponele, algún tema. Pero entre tema y tema quedaba un espacio en el que algo faltaba, viste. Entonces en un momento viene el acordeonista y le dice a Gustavo, en voz baja: “Mirá que tenemos un locutor, eh”. “Sí, sí”, le dice Gustavo -León pone la voz y hace el gesto de quien no da la menor importancia a lo que le están diciendo-. “Sí, sí”.
-Típico de cuarteto -acota Gustavo Gauvry.
-Y de pronto un día se apioló Gustavo -sigue León, refiriéndose a Santaolalla-. En un momento cayó y dijo: “Bueno, ¿qué es eso del locutor?”. “Y... nosotros tenemos un locutor”. Y vimos que el locutor estaba ahí, esperando, viste. Un petisito, viste. Estaba esperando. Entonces Gustavo le dice al tipo que se le había acercado: “Bueno, llamalo. Porque él, ¿qué hace? ¿habla entre tema y tema?”. “Claro”, le contesta el otro. Entonces lo llamaron. Y el tipo agarra el micrófono y empieza: “¡Sssíí!” -se ríe León, al imitarlo-. “¡El Arrtista Interrnacionaaal Leónn Gieco!” -yo me estoy desternillando de risa-. Y era como que sí: abarcaba todo un espacio que hasta ese momento había estado completamente vacío. Ése fue el primer locutor que vimos.
Grabando a León con el Cuarteto Leo en Ocativo, Córdoba. 1985
(Fotos Floki Gauvry)
”Cuando después vinimos a grabar al Cielito, mezclamos el tema Yo vendo unos ojos negros, que originalmente es una cueca, a ritmo de cuarteto. Entonces a Gustavo Santaolalla se le ocurrió que tenía que haber un locutor durante ese tema. Y empezó a hacer él de locutor.
-En el baño lo grabó -interviene Gustavo Gauvry y yo recuerdo las palabras de Spinetta: “utilizar el espacio para convertirlo en sonido”. Todo el espacio.
-Fue impresionante -continúa León-. Porque él estaba apoyado en la pared así, ¿no? -se levanta de la silla y se apoya contra una pared- con los auriculares, el micrófono y los ojos cerrados -imita un aire de concentración-. Se venía preparando para cuando viniera la parte. Yo estaba ahí al lado, mirándolo -se ríe- y a medida que nos acercábamos a la parte, él se iba como... –León inhala profundamente y, con el pecho henchido, hace un gesto con las manos que, vueltas con las palmas hacia arriba, ascienden delante suyo.
-Inflando. Inspirando -digo yo y me acuerdo del juego Dígalo con Mímica. Sólo que acá, en lugar de adivinar películas, trataba de adivinar acciones.
-¡Sí, se estaba preparando como un locutor el hijo de puta! A mí en un momento me agarró un ataque tal que yo ahí, en el Cielito, creí que literalmente me estaba muriendo de risa. Fue un ataque de risa tan grande que tuve que salir afuera. Entonces me arrodillé en el pasto -se arrodilla en el parqué- y empecé a ver calaveras que venían hacia mí. Yo me seguía riendo y venían calaveras y más calaveras y más, seguían. Llegué a preguntarme: ¿esto será morirse de risa? -y se ríe mientras cuenta; Gustavo y yo nos reímos con él. Cuando la risa amaina, concluye-: Estábamos muy relajados, por eso ocurrían esas cosas. El tema quedó muy bueno.
-A Gustavo Santaolalla le encanta hacer ese tipo de cosas -no me refería a encerrarse en el baño sino a contar una historia que va sucediendo por detrás de la música; una historia donde la música no es “funcional” sino parte de la historia misma, esa parte, justamente, a la que se le sube el volumen.
-¡Sí! -exclama León-. Gustavo es un deforme. Es atípico, es poético, es folklórico, es kitsch. Él aprovecha todo, no se ata a una sola forma, es libre en su pensamiento. Y el disco De Ushuaia a La Quiaca que grabamos ahí en el Cielito fue totalmente revolucionario para la época porque hicimos un disco tecno... ¡pero de folklore!
-Una novedad absoluta.
-¡Claro! ¡Una novedad total! Fuimos los primeros en hacer un disco tecno de folklore. Todos los temas son re folklóricos y son re tecnos. El tema de Sixto es una chacarera; está Carito, que es un chamamé; Camino en llamas, que tiene unos ritmos medio raros, todo hecho con una máquina. Todo máquina y todas cosas disparadas con un Emulator II que le fuimos a pedir a Ernesto Acher, de Les Luthiers, ¿te acordás? -le pregunta León a Gustavo Gauvry.
-En ese disco también está el tema Por el camino perdido para el cual grabaron a un gallito -acoto.
-¡El gallito! -exclama León, con tono rememorativo- ¡Estuvimos como siete horas para grabar un gallo!
Cuando esa mañana abro la ventana del cuarto, descubro un gallito paseándose por el jardín. La que no está es la perra, me digo, por asociación animal. Salgo y la busco por todas partes. Quizás porque nos cuesta más admitir que se fue o que la perdimos, con Floki barajamos otras hipótesis y llegamos a la conclusión de que la perra se ha convertido en gallo.
León también lo ve desde el estudio y dice, chasqueando los dedos:
-Un gallo, eso es lo que necesitamos para el tema Por el camino perdido.
-Yo tengo unos discos de efectos con sonidos de animales -le ofrezco.
-No -interviene Gustavo Santaolalla y, siempre listo para alguna nueva epopeya, propone-: Tiene que ser el gallito éste.
-Estaría bueno, pero va a ser un quilombo. No podemos traer el gallito al estudio y hacerlo cantar -opino.
-No importa -insiste, invencible, Santaolalla-: saquemos un micrófono al parque y esperemos que cante. Ya está por amanecer.
-¿Te parece? -digo, todavía no muy convencido, pero igual empezamos a tirar unos cuantos metros de cable desde el estudio hacia el jardín.
Poco después de que tenemos todo armado, empieza a clarear. Expectantes, esperamos el canto del gallo. Pero el sol va ascendiendo y el gallo no canta.
-¿Será que es muy chico y todavía no sabe cantar? -me pregunto en voz alta.
A cincuenta metros del estudio el gallito se pasea, indiferente y ajeno a nuestros objetivos, por entre los autos del estacionamiento. De pronto se me ocurre algo:
-¡Ya sé! -le digo a mi asistente-: Prendé las luces del auto que yo me pongo a grabar.
“¡Cocorocóoo! ¡Cocorocóoo!” arranca el gallito, a pleno, y queda inmortalizado como nuevo integrante del colorido elenco De Ushuaia a La Quiaca.
El día que escuché esta anécdota puse el “revolucionario” volumen 1 más que para escuchar el tema Por el camino perdido, para escuchar al gallito. En el disco su canto dura no más de tres segundos, con toda la furia. Me acuerdo que pensé: nadie se debe imaginar las horas de trabajo que hay detrás de estos tres segundos. Volví a poner el tema varias veces, quizá con la ilusión de concitar para mí todo ese entusiasmo, la apuesta artística, la exploración de lo dado.
Pero la belleza resiste la repetición. El gallo canta para que uno despierte. La magnificencia no reside en la duración sino en haber escuchado. Y despertar.
Santaolalla y Gauvry junto a Aníbal Kerpel y Diego Villanueva,
durante las grabaciones del disco de estudio "De Ushuaia a La Quiaca",
en el Estudio Del Cielito. 1985. (Foto de Alejandra Palacios)
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