La previa
Juanse trae una bandeja con dos cafés. Cierra la puerta que comunica con la cocina, de espaldas, con la mano que sostiene el cigarrillo. Se oyen los bocinazos de la calle. Deja los cafés sobre la mesa.
-¿Quiénes integraban la banda cuando entran al estudio a grabar el primer disco, Ratones Paranoicos? ¿Eran todos de Devoto?
-Los de la primera formación, sí. Yo me caractericé siempre por tener varios grupos de amigos: con unos hacía deportes, con otros salía todas las noches, con otros tocaba. Éste era el grupo al que más afición tenía. A Gabriel Carámbula lo conocí por Pablo Memi. Nos hicimos inclusive muy amigos de Berugo que en esa época trabajaba en ATC, de sol a sol. Fue ahí donde empezamos a escuchar música juntos.Yo ya tenía una amplia historia musical, no sólo por ver shows; también recibía mucha información de mis primos más grandes, uno, incluso, había sido plomo de Pescado. Con el rock en general, los Beatles, los Stones, entré en contacto a los cuatro, cinco años.
-Una edad muy temprana.
-Mi mamá me traía los simples de Los Beatles a medida que iban saliendo. Eso tuvo un gran impacto para mí. Yo tenía como dos vidas paralelas, digamos: mi infancia, con soldaditos, juegos y todo lo que encierra la infancia, y mi vida musical, que iba mucho más acelerada que mi infancia. O sea: yo retomaba por horarios mi edad biológica, pero el sesenta por ciento del día ya tenía la obsesión del sonido.
-¿Y qué hacías? ¿Te ponías el disco de Los Beatles?
-Me ponía un blazer azul que tenía, me peinaba así... como me ves ahora -se pasa la mano por la cabeza y se ríe: está todo despeinado- y hacía los playbacks a la noche, porque a la noche el vidrio de la casa de Villa Celina, donde vivíamos con mi familia antes de mudarnos a Devoto, reflejaba mucho en la oscuridad, entonces ahí hacía los playbacks. Y eso nunca lo dejé de hacer, nunca.
-Además de oído tenías una cualidad fuertemente histriónica, ¿no?
-Era una conexión, digamos. Una obsesión. Para colmo tuve la suerte de vivir un cambio muy traumático de colegio: del Antonio Devoto al Cardenal Copello. Para que te des una idea: en el Devoto sonaba el timbre del final del recreo y venía el portero a bajarte del árbol de duraznos para decirte que tenías que volver al curso. O sea que pasé de la libertad absoluta a un régimen super estricto.
-No sólo me puedo dar una idea, tengo recuerdos similares. Yo también fui al Copello -Juanse se queda quieto en su silla y me mira como si intentara recordarme. Para evitarle esfuerzos infructuosos, enseguida agrego-: de Punta Chica.
-Ah... -se tira hacia atrás, le da una pitada al cigarrillo, de alguna manera podría decir que se relaja-. Eran muy cálidos, muy copados, pero muy estrictos. A mí me ha pasado de todo en el colegio ése: desde lo bueno o medianamente aceptable hasta lo terriblemente siniestro -sigue Juanse-. Lo bueno es que entré en contacto con gente, con compañeros con los que nos gustaba ir a bailar y ver si nos enganchábamos a alguien, y también con los que nos gustaba ausentarnos del colegio. Porque no necesitábamos ratearnos. O sea, yo le avisaba a mi vieja: “Hoy no voy”. Entonces nos íbamos a una pizzería. Y ahí es donde empezó a fluir la historia. Esto fue importante porque me llevó, escalonadamente, a conectarme con Pablo, por ejemplo. Alguien de quien no fui compañero de colegio, con quien no íbamos al mismo club pero... ¿cómo te puedo explicar? Fue una cosa circular. Un día terminé tocando en una pieza con él.
-¿Dónde lo conociste a Pablo Memi?
-No lo recuerdo. Era tan frecuente todo que no recuerdo el día ni cómo. Sí recuerdo cuando conocí a Sarcos o cuando vino Roy, pero lo de Pablo nunca lo entendí -por unos breves segundos Juanse deja que su memoria se balancee en el aire quieto del comedor; luego arriesga una hipótesis-: El hermano mayor de Pablo era un tipo conocido en el barrio porque hacía cosas increíbles con la mecánica y con las motos. Tal vez yo haya ido a la casa por el hermano y haya visto el bajo. No sé. La cuestión es que Gabriel, Pablo y yo nos fuimos convirtiendo en un centro de atención. Esta etapa de los primeros Ratones fue increíble. Inexplicablemente convocábamos a un montón de gente: tocamos en el Teatro del Plata, en la Universidad de Belgrano, en el Círculo de Devoto, en un pub que para nosotros era muy grande. Cada uno de nosotros tenía varios grupos de amigos, entonces...
-Se juntaba un montón de gente.
-En la Universidad de Belgrano llegamos a meter, en el segundo show, cuatrocientas ochenta personas, que era muchísimo, el lugar no tenía esa capacidad. Aparte Gabriel era un tipo que te arengaba mucho en esa época y, por supuesto, tenía un talento muy grande para tocar la guitarra. Éramos muy pendejos, no teníamos claro no digamos pensar en una carrera o lo que fuera, no teníamos claro cómo relacionarnos musicalmente. Es como cuando juntás a cuatro pibes gateando: uno se agarra de acá -toma el borde de la mesa-, el otro se quiere quedar con el juguete del otro y deja el suyo...
-O sea: lo hacían como hobbie, porque les gustaba, ni siquiera con una proyección seria de seguir haciendo esto en el futuro.
-Total, total. Entonces, qué pasó: yo ya me había cambiado al Carlos Pellegrini, pero de Flores, todo estaba solucionado, todo. Decías que ibas al Carlos Pellegrini y hasta los canas te hacían así -hace el gesto de tocarse la gorra-. Ese espacio de enorme libertad, de ausencia absoluta de horarios, de no tener ninguna presión, nos dio la posibilidad de crear nuestro propio taller artesanal de cosas que desconocíamos. Entre las cosas que desconocíamos estaba el rock & roll: una palabra que estaba permanentemente en nuestras manos. Pero veíamos que, excepto en algunos sectores de Inglaterra y Estados Unidos, el resto del planeta no tenía la menor idea de lo que pasaba. Nosotros estábamos muy al tanto de todo.
-De lo que es la cultura rock, te referís a eso.
-La cultura del rock & roll, que no es lo mismo que la cultura rock. La cultura rock envuelve a Led Zeppelin, a Yes, a Sui Generis, qué sé yo, todas esas cosas. Led Zeppelin, obviamente, tiene un lugar muy especial en nuestros corazones. Pero para nosotros el rock & roll era Chuck Berry, Jerry Lee Lewis, Albert Collins, los Stones, Faces, Eric Clapton, Jimmy Hendrix, Johnny Winter, Pappo: no éramos permeables a otra cosa. Sí a Led Zeppelin, por ejemplo, la competencia eterna entre Purple y Led Zeppelin, ni hablar. Pero a nosotros nos movía mucho el rock de los Stones y a mí en particular, el de los Sex Pistols. Esta es la historia que metimos en nuestro propio argot. Muchos partieron de nuestro entorno porque no lo resistían. Éramos tipos que podíamos estar ocho, nueve horas encerrados tocando el mismo tema, sin preocuparnos por si iba a pasar algo o no: teníamos adicción al sonido y a los experimentos que hacíamos -Juanse apaga el cigarrillo, mira su taza, la levanta del plato, la hace girar en su mano y de un trago se bebe el resto de café frío y azúcar que queda en el fondo-. Entonces bueno: nos quedamos sin batero, Gabriel formó una banda de heavy metal que se llamaba Alto Voltaje y, por otro lado, se separa Oxido, el grupo de Sarcos. Los conocíamos y seguíamos porque al lado de la casa de Sarcos había una casa abandonada donde ellos ensayaban. Nosotros, que apenas si contábamos con una viola, aprovechábamos todo eso: esperábamos que terminaran de ensayar y nos metíamos a usar los equipos.
Pienso que el autodenominado “adicto al sonido” ahora me va a hablar de los equipos. Pero me habla de la guitarra.
-En el ’78 mi tía me vio muy destrozado mentalmente y se conmovió: me sacó una SG, que todavía está por ahí, en cuotas. Pero esa no fue la primera. La primera que tuve fue una Kuc eléctrica: mi viejo me la regaló para un cumpleaños. Y fue después también mi viejo el que terminó pagando la guitarra que me compró mi tía.
-Cuando decís que tu tía te vio muy destrozado, ¿a qué te referís? ¿Por qué estabas tan destrozado?
-Fue así: cuando no iba al colegio, mi actividad se desarrollaba siempre en Florida. Yo vivía ahí: la Galería del Este, Little Stone. Y en Ricordi, una vez trajeron una SG, una Gibson. Mi viejo, con mucho esfuerzo, había comprado un bajo Faim; ya tenía la Kuc, no estaba tan mal. Pero ya empezaba a tener necesidad de un instrumento con expectativa, digamos.
-Más profesional.
-Sí, yo creo que sí. A mí la palabra “profesional” no me gusta, pero en este aspecto sí. Yo quería un instrumento como el que usaban mis ídolos. Y luego de un intento fracasado de estudiar flauta traversa, ya la guitarra era una cosa de jonca. Yo desde los nueve que hacía ruido con la guitarra; no sabía lo que era pero la tenía. Durante unos meses tomé clases con un compositor amigo de mi viejo, Jorge Silicas. Lo único que aprendí fue a tocar el re y el sol. Y con esas dos cosas yo... –hace una pausa y se ríe con picardía- me lancé.
-Casi podríamos afirmar que fuiste un autodidacta.
-Sí, total. Total porque después hubo un año que estudié clásico pero ya conocía digamos...
-Ya tocabas.
-Ya tocaba cuando empecé. Pero ese tiempo con Groisman me ayudó mucho. Después terminé de pulir lo que son escalas con Gustavo Bazterrica. Gustavo me enseñó a tocar sobre los tonos correctos porque el problema mío es que después de que aprendí a hacer los solos, desconocía por completo sobre qué tonos tocarlos -se ríe.
Su falta de pliegues resulta fascinante.
-También me ayudó mucho estar con Gabriel Carámbula. Gabriel realmente sabía mucho de guitarra por el padre, por el abuelo, por toda la familia. Entonces ahí fue como que él me pasó algunas cosas de estructuras. Pero lo que yo siempre tuve adentro es que sabía que componía. No tenía el clavijero en la cabeza, pero ya componía. Componía todo el tiempo: hacía temas, tocaba en el aire con la boca, escuchaba mucho a Frank Zappa. Yo hacía mini recitales de Zappa cuando caminaba, me imaginaba temas que él componía pero que nunca había hecho. Entonces, cuando empecé más o menos a entender el plano de la guitarra, ahí fue cuando me hice fuerte. Yo no tenía técnica, pero cuando se juntaban todos los que sí sabían tocar muy bien, veía que no había ideas en el lugar del ensayo. Eran horas y horas haciendo una cosa y yo esperaba. Ese fue mi master, digamos. Intencionalmente esperaba una, dos horas. Entonces tiraba una estructura. Y esa estructura era la que generaba una zapada de dos o tres horas. Ahí fue que me dije: bueno, esto es lo mío, no me voy a romper la cabeza buscando, copiando o estudiando escalas. Yo con estas cosas que domino -que eran muy pocas, eran los tonos...
Ratones Paranoicos, firmando junto a Gustavo Gauvry,
su primer contrato discografico para Del Cielito Records. 1984
Mueve mucho las manos, Juanse, cuando habla. Los gruesos anillos que ciñen sus dedos golpean con vehemencia el pasado. Sólo algunas historias, de las muchas que quedan esbozadas en el aire, se dejarán seducir, formatear por las palabras.
-Era tan difícil enfrentar a tipos que no conocías y tocar, y darte cuenta que te equivocabas y que ellos tocaban bien. A pesar de eso yo tenía una profunda seguridad de mi rol dentro del esquema, que no es ni mejor ni peor que el de los otros. El problema es que el negocio, muchos años después, te hace creer que eso tiene una jerarquía que no existe en realidad. Lo que existe es la aceptación de cada uno de los elementos de cada rol. Es como en un equipo de fútbol: el tipo que sabe que la mete adentro del arco es el que va a estar arriba, el que es bueno para sacarle la pelota al contrario, será el defensor. Entonces, si de chico te tiraban muchos piedrazos por la calle y te acostumbraste a atajarlos, vos vas a ir al arco, seguro. Yo creo que el destino también jugó lo suyo porque Pablo, aparte de poner su casa y soportarnos a nosotros, tenía esa conexión con Gustavo, que era su primo. Vos fijate también cómo nosotros habíamos madurado sin saberlo porque hasta ese momento nunca nos habíamos animado a encarar a Gustavo, aún sabiendo que era una persona cercana a Pablo. Todo eso se dio después de que encontráramos el destino final de nuestro reherse.
-A ver, explicame cómo sucedió esto.
-Nosotros teníamos un gran baterista: Fabián Núñez, el Ruso. Pero era un dandy. O sea, él estaba todo el día en un pub, en Paternal, sentado, con chicas. A las cuatro de la tarde arrancaba, hasta las doce de la noche. Entonces, claro, no podías esperar que ese tipo fuera a ensayar. Cuando nos reuníamos él siempre llegaba mucho más tarde. Se sacaba la camisa, usaba el chambergo de cenicero... Claro, entonces por ahí pasaban veinte días y no aparecía. Un día nos cansamos y le vendimos la batería. Y bueno... compramos sustancias. Porque en esa época estábamos explorando nuestra conciencia. Entonces, con la plata de la batería del Ruso, compramos cocaína y nos fuimos a ensayar. En definitiva, llegamos a la conclusión de que estábamos en aprietos porque ya nos habíamos tirado en lo profundo. Pero no sabíamos nadar.
-Cuando decís que se habían tirado en lo profundo, ¿te referís al compromiso que tenían con lo que estaban haciendo a nivel musical?
-Lo que pasa es que eran horas y horas haciéndolo. Entonces de golpe quedarte sin batero después de haber dado shows, después de... aunque se trataba de un embrión, todo lo que sucedió...
-Pero ya ahí eran los Ratones Paranoicos.
-Sí, sí, sí. Pasamos unos meses de mucha angustia porque claro, buscábamos, probábamos, y no pasaba nada. Nadie sabía tocar rock & roll: ésa era la verdad. Un tipo que en los ochenta tenía diecisiete, dieciocho años, te imaginás, era la época de... qué sé yo: Police. O ni siquiera Police: Electric Light Orchestra, esas cosas, viste. Entonces, encontrar a un tipo al que lo gustaran los Stones, que escuchara a los Sex Pistols, que conociera a Faces, a Humble Pie, a todos esos grupos...
-No era tan fácil.
-No sólo no era fácil: era imposible. Nosotros publicábamos avisos en Clarín, pidiendo baterista. Y en la agencia de Clarín un día vemos el primer número de Segundamano. El nombre no era muy alentador, pero decidimos publicar ahí. Y apareció Roy. Por el aviso de Segundamano. Roy se sentó, empezamos a zapar y... era un tipo que tenía escuela de jazz, venía estudiando la batería pero desde el punto de vista del jazz. Entonces, si bien Roy desconocía nuestra temática, la intuyó porque al ser doce años mayor que nosotros la tenía más clara. Quizás tenía más escucha o varios intentos con otras cosas antes. Pero fue perfecto. La batería era espantosa pero sonaba como nos gustaba a nosotros. Ahí fue donde detectamos también eso, ¿no?: la anti-estética. A nosotros nos gustaban las cosas feas. Decidimos que Roy sería nuestro baterista. Estaba decantado.
”Después, cuando se fue Gabriel, todo el barrio pensó que se acababa la banda. Pero con Roy empezamos a probar violeros. Probamos muchos guitarristas. Y no nos gustaban. Tocaban muy bien pero... Creo que el mejor guitarrista que tuvimos a prueba fue Alberto, que terminó tocando en Memphis durante mucho tiempo. Quedamos impactados porque él sabía tocar todo Mick Taylor, pero era mayor que nosotros y cuando empezamos a ensayar, el pibe también, a veces venía, a veces no, y a nosotros no nos gustaba mucho la falta de constancia.
-Para terminar de conformar y ajustar la banda necesitaban a alguien que pudiera estar todo el tiempo.
-Esa fue una característica que siguió el grupo durante toda su carrera. Para nosotros la sistematización es fundamental. Y bueno, finalmente apareció Sarcos, que ya era amigo nuestro y había sido compañero de colegio de Pablo. En esa época Sarcos no era tan dúctil como lo es hoy, pero a pesar de todo le tuvimos muchísima fe porque sabíamos que dentro de él había encerrado algo muy importante, como después se comprobó con el tiempo. Pero pasó que una vez que incorporamos definitivamente a Sarcos, entró en crisis Roy. Porque Roy trabajaba de cafetero y ya tenía familia. Si bien todavía no tenía hijos, estaba casado y tenía que llevar adelante toda una cosa de laburo. Sin embargo se las arreglaba para venir siempre a ensayar: arrancaba a la mañana con su trabajo, al mediodía paraba, comía y venía a ensayar, y después volvía a laburar. Pero igual llegó un momento en que hubo una crisis porque nuestro sistema de vida era otro: lo nuestro era terminar de zapar para fumarnos un caño, salir, volver a zapar después de salir para al otro día volver a salir. Y Roy sentía que le temblaba un poco el piso porque él buscaba algo serio, algo que justificara todo ese esfuerzo que él estaba haciendo. Un día se fue. Lo corrimos, lo fuimos a buscar, pero desapareció. Estuvo tres, cuatro meses sin venir. Seguimos ensayando con un amigo nuestro, Jape, pero no pasaba nada. Al final Sarcos se metió en su Fiat 600, se fue a Mataderos y habló con Roy que, con muchos refunfuños, regresó. Encontramos una sala en Ramos Mejía, que a Roy le quedaba más cerca y eso equilibró un poco la cosa. Inclusive en esa sala grabamos. Eran pequeños, pero empezaban a verse ciertos resultados de lo que hacíamos.
-Y vos, a esa altura, ¿ya veías una proyección? ¿tenías la idea de seguir haciendo esto en el futuro?
-Sí, yo era un enfermo. Un enfermo crónico. Yo ya les decía a los otros que íbamos a tocar con los Stones. Inventaba historias para arengarlos a todos.
-Pero qué increíble, ¿no? Algo que en ese momento podía sonar a delirio, años más tarde se convierte en una profecía que se cumple.
-Yo estoy convencido de que la fe y la voluntad hacen cualquier cosa. No hay ningún tipo de obstáculo. Surgen obstáculos en el camino, como corresponde, pero en mi caso no fue difícil. Porque yo era lo único que sabía hacer, entonces no iba a tener otra alternativa. Y lo sabía perfectamente bien.
-Nunca hiciste otra cosa.
-Bueno, en realidad, no. Casi me recibo de licenciado en Ciencias Políticas. Lo que pasa es que después se complicó porque cuando empezamos a grabar y a actuar... Yo estudiaba en el estudio de grabación o venía de una gira y me bajaba del micro, que me dejaba ahí, en Córdoba y Riobamba, con el pelo anaranjado, pantalones de cuero. Y entraba así, para dar el final. Los profesores me miraban. Pero bueno, en ese momento, cómo te puedo explicar, era estimulante estudiar. O sea: todos mis amigos hacían desastres, hacían de todo. Pero estudiaban, iban a la universidad. Y eso a mí me pegó y también me ayudó aunque ahora piense que nadie te puede enseñar nada en realidad y que los títulos son muy relativos. Pero yo tenía una ansiedad muy grande y tardaba todo. Todo tardaba para mí. Y tenía que buscar alguna forma de hacer algo porque en mi casa me iban a eyectar rápidamente. Entonces, bueno, en el medio de armar, desarmar, ensayar, diseñar y pegar afiches, hacer pintadas, en el medio de todo eso aparece, finalmente, Gustavo Gauvry.
Juanse y Gauvry, 1990.
No hay comentarios:
Publicar un comentario