domingo, 16 de agosto de 2015

15.El Rey León

El Rey León


Suele mediar un abismo entre la idea que nos hacemos de una persona y la persona misma. Cuando en La reamplificación del sonido hago una digresión para hablar sobre la memoria de los entrevistados, todavía no conocía personalmente a León.


     No creo haberme equivocado con mi hipótesis de la memoria justiciera y vindicativa, lugar de la conciencia social. Sin embargo, un hombre es muchas cosas. Y esa memoria “leonina” que guarda todo, que carga con todo, tenía, según pude comprobar, otras facetas.   


Gustavo Santaolalla y León grabando la canción "Canto en la rama" 
en una vivienda del Pucará de Tilcara, Jujuy. 1984
(Foto de Alejandra Palacios)

   -Yo fui al estudio Del Cielito en el... ’88 creo.
     -Pero De Ushuaia a La Quiaca fue en el ’84  -preciso, teniendo en cuenta que el registro sonoro de la gira fue realizado por Del Cielito.
     -En el ’84...  -repite León y se queda pensando. Tiene el mentón apoyado en el pulgar y con el índice se golpetea la aleta de la nariz-. Ah, tenés razón  -dice, al cabo de varios segundos, como quien acaba de hacer un gran descubrimiento. Gira sobre la silla, se levanta, se sirve un vaso de agua-. Mmh, se me cambiaron los cables de lugar.
     León permanece de pie, una mano apoyada sobre el mueble en el que alguien dejó una bandeja con una jarra de agua, la otra sosteniendo el vaso.
     -¿Cómo fue que se te ocurrió convocarlo a Gustavo Gauvry para que fuera parte del equipo de la gira? 
     -No...  -el agua del vaso sigue los movimientos de la mano-  estoy pensando cuándo lo conocí al Cielito, en qué momento. No me acuerdo exactamente pero entonces sí, nos conocimos... Yo lo que sabía del estudio es que había sido una idea de David Lebón. Porque David Lebón había hablado mil veces de tener un estudio en el campo, al aire libre, una cosa más tranqui. Después qué fue lo que pasó con el inicio del Cielito, no sé.
     -De hecho David estuvo en los inicios. Fue una idea conjunta.
     -Claro, claro. Bueno entonces no  -dice León, corrigiéndose-: Entonces conocí el Cielito en el año ’84. En el ’84 fue lo de Ushuaia a La Quiaca y en el ’88 mi disco.
     -Justamente eso te iba a preguntar: si además de lo que fue De Ushuaia a La Quiaca habías grabado alguna otra cosa en el estudio.
     -Sí, todo un disco que se llama Semillas del Corazón.
     -¿Con Gustavo como técnico?
     -Sí, con Gustavo Gauvry.
     -¿Y por qué se te ocurrió convocarlo a él para la gira De Ushuaia a La Quiaca?  -insisto-. ¿Te acordás?
     León me mira. Vuelve a sentarse. Bebe al fin el agua.
     -No, no me acuerdo  -concluye, y deja el vaso en la bandeja.

     -Me parece  -retoma- que fue una idea de Pity Yñurigarro. A lo mejor Gustavo Santaolalla se acuerda más, viste. Yo creo que el Cielito era el único que contaba con la posibilidad de armar un estudio móvil para salir de gira.



El interior del Estudio Móvil Del Cielito, de 16 canales,  
con el que se grabó la mayor parte de la gira "De Ushuaia a La Quiaca".
(Foto Gustavo Gauvry)


  Gauvry, que había salido para atender un llamado telefónico, regresa en ese momento. León le pregunta:
     -Gustavo, ¿quién te convocó para De Ushuaia a La Quiaca? ¿Yo te conocía ya?
     -Me llamó Pity  -dice Gus.
     -Ah, viste  -me dice León, y se sonríe.
     Un rato más tarde, hablando de la grabación del Volumen 1 de la gira, un disco totalmente de estudio, Gustavo y León mantienen esta conversación:
     -¿Te acordás de los teclados?  -le dice Gus.
     -Era un teclado... sí, era un teclado... no sé qué teclado era.
     -Que hacía unos acordeones que eran buenísimos.
     -Claro, que cargaba... -chasquea los dedos, como quien de pronto recuerda-. Cargaba sonidos, viste  -me dice a mí-: Ya en esa época.
     Estábamos sentados en uno de los salones de la vieja casona inglesa de Parque Centenario donde funciona su estudio.
     Cuando se conoce a un personaje público, uno tiene que dejar de lado sus ideas y empezar a interactuar con la realidad. Repasar la biografía de León, leer algunos reportajes, escuchar su música, eran hechos que no me habían proporcionado ninguna clave para develar eso que ahora se desplegaba ante mí.
     Decidí observar atentamente. Ser testigo. No modificar lo que naturalmente ocurría. ¿Qué podía pasar si, en lugar de tener control sobre la entrevista, permitía que ese momento maravilloso me tomara?
     Me quedé callada.

     -Si uno hubiese sabido que éste iba a ser un trabajo tan importante, hubiéramos sido quizá más precavidos con respecto a cómo conservarlo. Por ejemplo, los videos suponete, costó pasarlos a... hay un sistema para conservarlos... -observa León.
     -¿No están digitalizados?  -le pregunta Gustavo.
     -Sí, sí  -responde Gieco-: Están todos en Mini DV.
     -Ah, menos mal.
     -Y hay una copia  -agrega León- toda en eso que usan las televisoras, U-Matic.
     -Betacam  -corrige Gauvry.
     -Betacam  -dice León.
     -U-Matic fue la original.
     -Sí, la master. U-Matic high y low. Pero cuando se levantó todo ese material, no sé por qué, no sé dónde estaban guardados los videos, pero estaban todos como empastados, se empastaban las cabezas por las que pasaba el video. Hubo que sacarles la cinta y limpiarla. Cuando lo hicimos salió toda una baba blanca, no sé por qué.
     -Por la humedad  -certifica Gustavo.
     -Y bueno, por la humedad  -acepta León-. Pero si uno hubiera sido precavido con eso. Tendríamos que haberlo pasado enseguida a un sistema más moderno. En un momento apareció Albistur, el del teatro, para comprar el material y editarlo.
     -Entonces los que Albistur tiene son los U-Matic  -concluye Gauvry.
     -No, los Betacam  -corrige León-. Los U-Matic están todos... no deben servir más. Los tiene Vigil.
     -¿Pero esos Betacam son copia de los U-Matic?  -pregunta Gus.
     -Exacto  -confirma León-. Los Betacam son copia de los U- Matic. Y yo ya antes había ido a hacer unas copias Super VHS a Rosario. Copié todo en Super VHS.
     -¿Y los Mini DV?
     -Los Mini DV son una copia de esos Betacam. En un momento, nosotros pensamos en hacer algo con De Ushuaia a La Quiaca y los pasamos todos a Mini DV. Eso está todo en Dharma.
     -A mí la verdad es que me encantaría hacer algo  -dice Gus.
     -Y bueno, hagamosló  -dice León acentuando la última sílaba-. Si se pudiera hacer en el Cielito sería bárbaro.

Empecé a inquietarme. Es decir: me quería matar. Meses y meses esperando que León volviera de su vasta gira innumerable y el tiempo que nos había dado se me iba en escuchar esa jerga inentendible. Y no me sentía precisamente como León cuando Sixto se lo llevó por Atamisqui para hablarle en quichua.
     No puedo seguir desperdiciando a este personaje, decidí y, automáticamente, una escena se desplegó en mi mente. Un joven avanza por un camino de tierra bordeado de pajonales. En la puerta de una casa humilde, un hombre pasa el brazo sobre los hombros de su mujer. Ella tiene lágrimas en los ojos y levanta la punta de su delantal para secarlas. El joven se da vuelta por última vez y levanta la guitarra a modo de saludo. Los padres agitan sus brazos. El joven agita la guitarra y se vuelve. Carga un bolso de mano y su instrumento. Deja Cañada Rosquín, su pueblo. Por delante se abre la gran ciudad, y el viaje hacia sus sueños. 
     No podía permitir que un itinerario así quedara ensombrecido por el Betacam. Me aclaré la garganta. Intervine.
     -Hay un tema en ese volumen 1 del cual estuvimos hablando, que a mí particularmente me gusta mucho: Cola de amor. Según contás en el libro De Ushuaia a La Quiaca ese tema se lo hiciste a Alicia, tu mujer, en un momento en el que vos estabas muy mal y ella había empezado a salir con... 
     -Sí, así es  -cortó León.
     -¿Cómo te sobrepusiste a éste y a otros reveses de la vida matrimonial, sobre todo teniendo en cuenta que tu profesión te lleva una y otra vez a estar de gira o lejos de tu casa?
     Gustavo se removió en su asiento. Parecía incómodo.
     -Bueno  -dijo León con naturalidad-: cuando mi mujer empezó a salir con otra persona, a mí no se me ocurrió nunca agarrarla a la otra persona y matarlo, viste. O agarrar a mi mujer y encerrarla entre cuatro paredes. No se me ocurrió eso. Lo que pensé es que, en realidad, la deficiencia debía venir de mi parte. Me dije: yo no estoy dando algo que esta persona necesita, no estoy rindiendo lo que necesito rendir para esta persona. Entonces bueno, me dije, si no estoy rindiendo será así, no rindo; ella es libre de hacer lo que quiera y yo me la tengo que bancar. Así que salió un tiempo, como ocho meses o... no, casi un año con la otra persona y bueno... compartíamos lo de las nenas y la casa porque no había guita o no había posibilidades de que cada uno viviera por separado. Ni tampoco se ve que había una determinación de decir “no, te vas de acá” o “vos te quedás”... no había eso tampoco. Aunque no curtíamos, vivíamos juntos en la misma casa y compartíamos las nenas.
     Claro, me dije, es por cosas así que esta gente no envejece. Esta gente (Spinetta, Lebón, Juanse, Cordera, ¡León!, a su manera también el Indio) no madura, no se desarrolla hacia algún punto fijo, hacia alguna meta propuesta por afuera de ellos mismos. Ninguno busca “asentarse”, “asegurarse”. Ninguno se abroquela. Ahí lo tenía a León,  girando, saltando sobre la silla, León, que unos días antes había sido fotografiado en el sillón de Rivadavia, diciéndome que no “curtía” por ese entonces con su mujer.
     -Pero no creo que alguien pueda robarme este amor -recité.
     Un verso de Cola de amor.
     -Exacto. Entonces se ve que inconscientemente empecé a pelar algo, no sé. Porque habíamos estado en una situación problemática: yo me acuerdo que hubo un tiempo en el que rogaba que ella saliera con alguien para yo poder salir con todas las minas que tenía que salir. Ahora: bastó que ella empezara a salir efectivamente con alguien, con una sola persona, para que yo no quisiera salir con ninguna. Realmente me comí un bajón muy grande. Me decía: ¿qué voy a ir a tocarle el portero a una mina para comerle el coco y llenarle la cabeza de pelotudeces si lo que yo quiero hacer es estar con esta persona, no con estas cinco minas? Algo así me pasó, viste. Me di cuenta de que había fracasado en esa intención.
     ”Pero cuando me di cuenta ya era tarde  -continúa Gieco-. Ella salía con otra persona. Y hacía ya como un año que estábamos haciendo este trabajo de compartir la casa, cuando yo también empecé a sentir deseos y ganas de estar con otra persona. Entonces empecé a hacer los primeros planteos de decir “bueno, mirá, me parece que me tengo que ir de acá, de esta casa: estoy saliendo con alguien”. Y bueno: bastó que yo dijera que estaba saliendo con otra persona para que la quía se pusiera como loca.
     -O sea que a ella en cierta forma le pasó lo mismo que a vos  -le dije.
     -Claro, le pasó exactamente lo mismo. Fue ahí que también ella empezó a trabajar para recuperar la relación, viste. Y bueno, no me acuerdo cómo fue la cosa pero la recuperamos.
     -La recuperaron  -repetí.
     -Tampoco fue que “peleáramos” para recuperarla. No es que dijimos: “Vamos a recuperar esta relación”. Había un sentimiento muy importante, se ve, adentro nuestro, inconsciente, que determinaba que teníamos que recuperar esta relación. Porque la verdad es que nuestra relación se basó siempre, lo dijimos desde el comienzo, en el amor y la libertad.
     -Eso a lo que vos le cantás, justamente.
     -Sí: amor y libertad. Ya lo habíamos planteado en el ’73, cuando nos conocimos y decidimos vivir juntos. “No te olvides que yo voy a faltar de esta casa días y días, meses y meses y meses y meses, porque yo trabajo de ser músico, y si me va bien, voy a tocar en todos lados”.
     -Y ella estuvo de acuerdo.
     -Ella estuvo totalmente de acuerdo. Me dijo: “Mirá: a mí me parece bárbaro que vos te vayas así nos extrañamos, porque yo nunca podría vivir con una persona que esté todo el tiempo al lado mío”. Y yo tampoco  -remató León.
     -Así que ella también: un espíritu muy libre.
     -Exacto. Así que bueno: fue así. Yo desaparezco dos meses y ojos que no ven corazón que no siente. Así es la cosa. Pero se ve que predominó mucho más el amor de ella hacia mí o el mío hacia ella porque tuvimos oportunidades los dos, realmente, de irnos a vivir con otras personas. Los dos tuvimos miles de oportunidades y sin embargo estuvimos ahí. Pusimos la pareja en el fuego, la quemamos mil veces pero qué sé yo, siempre siguió. Siempre siguió. Nunca nos casamos, por ejemplo.
     ¿Por ejemplo?, pienso. ¿Casarse será lo contrario a seguir? ¿Casarse es detenerse? ¿Ponerle condiciones a la libertad?
     -Ah, ¿no se casaron?
     -No, nunca nos casamos.
     -Ni harías como Sting, que se casó después de años de convivencia, cinco hijos...
     -En un momento lo pensamos. Ella fue a ver a una abogada, a buscar todos los papeles para casarnos. Y ya teníamos planeado casarnos. Entonces le dije: “Bueno, ahora que nos vamos a casar, nos podemos separar”. Así que se tiró para atrás y...  -León también se tira para atrás, en su silla, y suelta una carcajada.
     -“Entonces no”  -dije, asumiendo la voz de la mujer.
     -Claro, una vez que estás casado te podés separar, ¿no?
     -Claro: hecha la ley, hecha la trampa.
     -Exacto. Así que quedó en la nada.
     El matrimonio quedó en la nada. Pero el amor, continuó.
     Y colorín colorado, este cuento no se ha acabado.



Santaolalla y Gauvry, en una cueva cerca de Cafayate, Tucumán. 1984
(Foto Héctor Starc)

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