Y con un sueño en un lugar,
te espero
-La idea de esta gira vos la tuviste en un momento muy temprano de tu carrera -le digo a León-. Ya en el año ’73, en una entrevista que te hace la revista Pelo, hablás de tu interés en hacer una gira gigantesca por todas las provincias.
-¿Ah, sí? Mirá vos... -me dice un León asombrado.
-Una idea que se concreta diez u once años más tarde. ¿Hubo en tu vida otras visiones tempranas que se terminaron convirtiendo en realidades?
-Todas. Todas las cosas que yo voy haciendo vienen de unos años atrás, lo que pasa es que me olvido que las digo. Pero lo mejor que hay, cuando vos querés lograr algo, es comentarlo.
Lo miro como diciendo: “Algunos piensan exactamente lo contrario” y es increíble lo rápida y certera que a veces es la información que viaja a través de las miradas porque León me contesta:
-Excepto que se trate de una idea original que vos no querés comentar por temor de que te la roben, una cosa así. Pero si no, está bueno decirlo porque te comprometés. Si vos explicás tu idea en un reportaje, ya te comprometiste. Yo, por ejemplo, ya estoy diciendo una cosa que es casi imposible pero que podría ser posible: continuar con la gira De Ushuaia a La Quiaca.
-Hace rato que estás diciendo eso.
-Claro, hace cinco años que lo estoy diciendo.
-¿Y por qué te parece casi imposible?
-Bueno, porque tenés que abandonar un montón de cosas. Además esta vez sería totalmente diferente. Tendríamos un micro donde estén armadas dos salas: una para editar video y otra para editar audio. Y el material que registramos durante el día, lo editaríamos esa misma noche, viste. Por ejemplo: “Bueno, ¿qué hacemos ahora? Y bueno, nos pegamos un baño y editamos”. Ese bus, por otra parte, tendría que estar instalado dos o tres meses en cada provincia porque eso nos permitiría investigar y hacer una recopilación no sólo de la música del lugar sino de otras expresiones artísticas tales como poesía, escultura, pintura. Entonces vos, el día de mañana, te hacés un libro dividido en capítulos: cada capítulo, una provincia. Cada provincia, varios subcapítulos: música, arte, literatura. Poder hacer algo así sería muy piola.
-Ya lo creo.
-Cuando vos tenés una visión o un proyecto, tenés que pensar cuál sería el punto más high de la cuestión. Y para mí, el corolario de esto sería estar en una laguna que yo conozco, en Jujuy, donde hay flamencos, con el micro estacionado, un chivito haciéndose a la parrilla, y laburando; tomándonos unos vinitos y laburando, mezclando el audio y el video de lo que estuvimos haciendo hace dos, tres días en Jujuy. Y tener electricidad para poder tener Internet y estar mandándole una última baguala a David Byrne, por ejemplo, o a Peter Gabriel.
“¿Y yo podría ir como cronista?” le pregunté adentro mío. León se quedó callado. Gustavo también.
-Me voy a servir un vaso de agua -le dije a León y me paré.
Había momentos, durante las entrevistas, en los que necesitaba refrescarme, salir de la conversación, ubicarme no frente al personaje sino del mismo lado. Del mismo lado las reglas eran otras. El juego cambiaba. Ponderé las molduras y la vista de las ventanas.
-Esta casa la recicló Alicia -detalló León-. Las molduras eran horribles, estaban pintadas de verde.
Miré por la ventana hacia la calle y me pregunté si habría alguna fórmula para lograr un matrimonio perdurable y feliz. Aun sabiendo de antemano la inutilidad que su respuesta tendría en mi caso, se lo pregunté también a León.
-Sí -dijo, y yo dejé la ventana-: en primer lugar, no trabajar juntos. O sea: estar medianamente separados a nivel físico. Nosotros con mi mujer funcionamos así: no nos podemos ver todos los días. Nosotros estamos juntos un fin de semana que yo no toco y ya nos estamos peleando, viste, porque hay algo anormal.
-O sea que a tu matrimonio lo salvó la música -dije mientras volvía a sentarme.
-Y bueno, puede ser, por qué no. Nosotros todo lo hacemos los lunes, martes y miércoles: ir al cine, a ver una muestra de obras de arte y qué sé yo. Vamos los lunes, martes y miércoles porque no hay nadie. Yo a veces me pierdo de un montón de cosas, viste. De vez en cuando quisiera ser un anónimo para no perderme cosas. El otro día, por ejemplo, había una muestra de vinos ahí, en la Sociedad Rural. Me fui con un barbijo, loco -lo mira a Gustavo-: con un gorro y un barbijo. Cuando salgo a andar en bicicleta también: me pongo un barbijo. La gente piensa que es por el smog.
-Pero es por la gente -acoto.
-Es que si no -dice, como si se disculpara- tengo que estar saludando a todo el mundo y no puedo andar en bicicleta. Entonces salgo con barbijo, hago gimnasia con barbijo...
-¿Hacés gimnasia en el parque?
-Y sí, dónde voy a hacer si no.
-No sé, en el gimnasio, en tu casa.
-Es que a mí me gusta salir a caminar y escuchar discos. Es el único momento en que yo escucho discos. Por mi edad, por la edad que tengo, no me banco estar escuchando un disco de Los Beatles cruzado de brazos: siento que estoy perdiendo el tiempo. Y si además de caminar y escuchar música pudiera leer una novela, te juro que lo haría, sería bárbaro porque hay tantas cosas para leer, tantas cosas para escuchar.
-Y además debés de tener muchos proyectos que querés llevar adelante.
-Y aparte la cantidad de proyectos que uno tiene permanentemente, desde ya. Para ver películas, por ejemplo, utilizo otro sistema: una bicicleta que tengo en casa, de esas que tienen los pedales adelante. Así que me pongo una película y mientras la veo me bajo de paso unas dos mil calorías. Porque si no: ¿dónde pongo la cabeza? Si sólo ando en bicicleta fija: ¿dónde pongo la mente?
-La parte que no tenés puesta en ningún lado te come.
-Te entra como un cuervo y te come el bocho. Yo ya no tengo más la paciencia que teníamos cuando éramos pibes -lo mira a Gustavo- que nos tirábamos a escuchar Pink Floyd fumando un porro. No me cabe más ésa. ¿Cuántos años de vida me quedan? ¡Con suerte quince años!
-Productivos -agrego, quizás para atenuar el veredicto, para alejar lo más posible la sombra despiadada del final. Y porque siempre me resulta conmovedor escuchar a alguien que no se engaña, que no te dora la píldora, que está parado en la realidad con todo el valor y la sinceridad de que es capaz.
-Con suerte quince años productivos -sigue León-: hasta los setenta, ¿no? El promedio es de setenta, no jodamos. El promedio de vida del hombre es de setenta años. La mujer dura diez años más. Porque no fumó, porque procrea y porque tiene un montón de reservas que el hombre no tiene. Vos ponés a un tipo en una máquina para transpirar y el tipo baja mil quinientas calorías. Ponés a una mujer y baja doscientas, viste. ¿Por qué? Porque tiene un montón de reservas que el hombre no.
-Y también más problemas de gordura -le digo para definitivamente trivializar el tema de la muerte. Ya no se trata de la cantidad de años que podríamos vivir sino de la cantidad de calorías que podemos quemar. Yo no quiero que te mueras León, ¿para qué fijarle un límite al aliento? Por favor, sigamos pedaleando.
-Escuchame -León hace una pausa-: somos dos seres diferentes. No tienen nada que ver el hombre con la mujer. No podés comparar a una persona que procrea, que puede inflarse una panza y sacar una criatura, loco.
-¿No serán de otro planeta? -interviene Gus.
-Son de otro planeta -confirma León-. Mirá -me dice-: yo soy ateo pero a veces estas cosas me hacen creer en Dios.
Al rato bajamos. Gustavo y León se meten en el estudio. Los veo hablar con el técnico desde el otro lado del vidrio. Después León entra en la sala.
-Acá también hay una vista muy linda -comento señalando los árboles de la vereda.
-Si te situás acá -me dice León arrinconándose- tenés la vista de las tres ventanas: las de la sala y la del estudio.
Camino hasta donde León me espera plegado y me aplasto a su lado. Nos quedamos callados, observando la sombra triplicada de los paraísos.
Gustavo sale del estudio. Es hora de irse. Nos despedimos con profusión de besos, abrazos y promesas de reencuentro.
Bajamos los escalones que terminan en la calle, caminamos unos metros y subimos al auto. Yo me siento exultante, llena de energía. Miro a Gus de reojo. Sé que se siente igual porque enseguida me invita a almorzar.
-¿Te das cuenta? -me dice algo después, cuando bordeamos los parques de Palermo-. Yo hice el Cielito para estos tipos.
Tipos singulares, pienso, creativos, inquietos. Lindos, lindos tipos.
-Tendríamos que hacer la película del Cielito, también -opino-. Ya tenemos a Violeta, que es directora de cine y vestuarista. Floki podría hacer los decorados y Paul encargarse de la producción.
-¿Y vos qué harías? -me pregunta Gustavo.
-Buscarme un novio rockero -respondo-. Para que mi fascinación retórica por el Cielito, se convierta en fascinación narrativa.
Gustavo clava los frenos en el semáforo y me mira. Sonrío. No me pregunta qué quiero decir con eso o a qué me refiero. Me mira. Eso es todo. Asomo levemente la cabeza por la ventanilla y busco en el parque, tal vez, otras palabras.
Entonces lo veo venir. León avanza con la bicicleta hasta el semáforo que está rojo para nosotros. Mi primer impulso es bajar y saludarlo de nuevo, saludarlo siempre. Pero veo también el barbijo y los auriculares, y eso me detiene. Gus le toca bocina y él, sin girar la cabeza, sin vernos, hace un adiós con la mano.
Atónitos, reconocemos el ser anónimo. Su potencia. Su fe. Su obstinación. Su fragilidad. León pasa con todo su caudal de energía pisando los talones del tiempo. Y enseguida su figura se desvanece en la ciudad fugaz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario