domingo, 9 de agosto de 2015

08.Si estás ahí, si lo deseás

Si estás ahí, si lo deseás


La palabra “construcción” remite a algo sólido, planeado, racional. La construcción del Cielito, no sólo como estudio de grabación con determinadas características sino como espacio mítico, podría asimilarse mejor al concepto de hapenning, al igual que la vida de Gauvry. Tuve la misma impresión cuando hablé con David y con Spinetta. Ellos no apostaban al éxito sino a la música. El foco no estaba puesto en algún hipotético futuro brillante sino en cómo hacer que las cosas funcionen ahora. Y funcionen bien. En mi opinión, lo que mejor supieron hacer es “estar ahí”. Lograron no subestimar el presente, no dejar que se marchitara bajo el peso del pasado o las expectativas de lo por venir. No tenían un plan trazado de antemano pero sabían dónde querían ir, dónde querían estar. Y se permitieron soñar. No se tomaban demasiado en serio eso que el consenso colectivo acepta como “la realidad”. En lugar de respetarla o de avenirse a sus criterios, jugaban con ella, la manipulaban hasta que empezaba a cobrar la textura de los sueños.

     -Sucedió lo que soñamos -confiesa David Lebón y el largo pelo blanco brinca sobre sus hombros, señala y a la vez desmiente el paso del tiempo-. Acá pasaron muchísimas cosas porque este lugar estaba abierto las veinticuatro horas. Se componía, se tocaba, se grababa. Luis venía acá, prendía las luces y se ponía a dibujar. La idea de hacer cuartos fue para que los músicos pudieran quedarse. No estábamos tan enfocados en lo comercial sino a favor de la música. Queríamos tener un lugar piola donde los músicos se pudieran inspirar y hacer las cosas bien.
     ”El tiempo es veloz, mi primer disco como solista, lo hicimos allá, en la cabaña. Esto todavía no estaba -se refiere al estudio, donde tiene lugar la entrevista- Era la época de Malvinas y estábamos grabando un disco a contramano porque todos estaban en guerra y nosotros hacíamos un disco de amor. Estábamos grabando y de repente escuchábamos por el noticiero: “Bajamos siete Sea Harriers”.
     -Era impresionante  -interviene Gustavo, que entra y sale del estudio y participa de la entrevista sólo en algunos de sus tramos-: a cada rato teníamos que parar.

     En medio de la grabación la casa empieza a temblar. El ruido es atronador y perentorio. Corremos hacia el parque y nos topamos con un cielo sombrío, cubierto de helicópteros. No son dos o tres helicópteros: son veinte, treinta, tal vez más.
     Los escuadrones se dirigen de la Base Aérea de Palomar a la Base Aérea de Morón. Llevan soldados y provisiones para las bases del sur.
    El temblor, el rugido. Parar, salir. Mirar cómo pasa la guerra sobre nosotros.
   Sucede varias veces al día.



Amilcar Gilabert, Lebón y Gauvry, grabando a Mercedes Sosa en el Teatro Opera. 1982

  -Hay, en ese disco, un agradecimiento a Floki y también a Spinetta  -retomo después de varios minutos en que las voces se superponen y trenzan hablando de la guerra-. ¿En qué participó Spinetta?
     -Hizo la gráfica de la tapa.
     -Él andaba por acá.
     -Él estuvo durante toda la grabación. Cuando terminamos, nos fuimos con un grabador grandote bicanal, con la cinta de “El tiempo es veloz”, a Panda, donde estaba Charly, grabando con Los Abuelos de la Nada. Llegamos ahí…
     -Súper entusiasmados y ansiosos por mostrar el material.
     -Gustavo y yo estábamos más que entusiasmados, nos encantaba, porque estaba buenísimo el disco, de hecho está buenísimo.
     -Está buenísimo.
     -Ellos paran todo, enchufamos, lo ponemos, les hacemos escuchar el primer tema y... nada, no había gestos, nada. Medio que lo escuchamos todo rápido porque ellos estaban grabando. Cuando el disco termina nos empiezan a tirar una pálida atrás de otra: que no, que estaba mal grabado, había que grabarlo de nuevo, que el sonido no sé qué, que pa pa pá, pa pa pá. Nos tiraron el mundo abajo, viste. Con el laburo que habíamos hecho. Y bueno, llegamos acá los dos medio bajoneados, diciendo “che, qué cagada”. Pero por otro lado, estábamos seguros de que el disco era bueno, sordos no éramos. Llegamos a la conclusión de que, en realidad, los tipos no estaban a favor de nuestro invento, viste. Porque cuando vos hacés una cosa que es buena y la hacés antes de que se les ocurra a los otros, se pueden poner un poco celosos. Los tipos se dicen: “Para qué habremos puesto toda esta plata en este estudio del centro, mirá lo que hicieron estos dos inexpertos”.
    
     Algunos días después volví a reunirme con Gustavo. Le devolví el disco de Lebón.
     -Se hicieron varias versiones del tema El tiempo es veloz -me informa- pero a mí, la que más me gusta es la original. ¿Escuchaste el piano de Diego Rapaport?
     El disco está sobre la mesa. Abro la cajita transparente, lo inserto en la bandeja de cedés del equipo.
     Escuchamos.
     -David  -me explica Gustavo cuando lo ponemos por segunda vez- se puso a tocar el tema con la guitarra y Diego Rapaport iba sacando los acordes mientras David  tocaba. Lo que aparece en el disco es exactamente este momento.
     El tiempo es veloz. Y ese piano que viene después de la guitarra y la voz de David, como si tuviera que correr para alcanzarlos, lo confirma. Pero, a la vez, el clima no es de urgencia sino, paradójicamente, de atemporalidad. El piano, que sigue a la guitarra, pareciera ir abriendo caminos y la voz de David, que supuestamente está adelante en el tiempo, da la impresión de haberse situado en un lugar ajeno al trajín del mundo. Esa voz, momentáneamente, se ha rodeado de cielo. Quizás nadie entienda.

     -Sí, sí  -las manos de David se aferran a los apoyabrazos de la silla giratoria; sonríe-. Es que estábamos acá, cómo podría decirte, en un lugar donde nadie nos molestaba. No había apuro, nadie nos apuraba para terminar el disco, no había un tiempo para terminarlo...

     El disco se gesta en ese borde: surge en un entorno de distensión, de tranquilidad, no hay un death line para finalizar la grabación. Pero el tema que le da nombre apunta que por afuera de ese eterno “ahora” o presente donde se produce el encuentro con la “vida esencial”, el tiempo corre, o vuela, o va a una guerra. Incluso la voz de David no circula siempre igual o con el mismo énfasis. Es una voz en estado de contemplación, podría decirse. No obstante, a medida que el tema avanza, un desprendimiento de esa voz que presencia, pone notas al margen (“quizá nadie entienda”, “si realmente se pudiera”, “qué extraño” “qué loco”) o se apura (“todo va creciendo hacia arriba”, “mientras que a alguien le queden ganas de amar”) porque, después de todo, fuera de ese estado de gracia hallado en el presente, el tiempo es veloz.


Gauvry en el pequeño control donde mezcló "El tiempo es veloz", "Kamikaze", 
"Los niños que escriben en el cielo", "Mondo di Cromo" y otros grandes discos...
(Foto Héctor Milberg)


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