Por si las moscas
-Es una música muy dura -admite Gauvry-. O sea: no es mainstream. Hay cosas que no son agradables, se te paran los pelos. Es un poco como lo que son esos lugares: áridos, duros. Todo el norte tiene una belleza árida y espinosa. Y la música representa eso.
”Eran lugares inhóspitos. Cuando llegábamos teníamos la sensación de ser los únicos ahí. A veces pasaba algún lugareño, algún coya que nos miraba como diciendo ‘y estos de qué plato volador se bajaron’. Sentías como que viajabas a través del tiempo.
”En toda esta zona siempre hizo un calor infernal, era impresionante. Y siempre mucha mosca, mucho bicho, no sé si era la época del año o qué. De hecho, en la tapa del disco De Ushuaia a La Quiaca, en el centro del disco de vinilo había una mosca, era como el logo de la gira.
-Me acuerdo que un día -sigue Héctor Starc- mirá de dónde vendríamos, yo no me acuerdo de dónde veníamos, si de Jujuy... -frunce el ceño e inclina la cabeza fijando la vista en el piso encerado; tiene uno de los brazos en jarra sobre la cintura y está sentado en el borde de la sillita decimonónica-... pero veníamos tan hechos mierda que ya no podíamos más. Queríamos bañarnos, queríamos suicidarnos. No sé qué queríamos: queríamos que nos agarre un camión y nos mate. No podíamos más del calor, del cansancio y de manejar. Íbamos a Tucumán. Bueno, para mí, ni Nueva York, ni París, ninguna de las grandes ciudades le llegaba a los tobillos, nada se compara con haber divisado Tucumán esa noche. Estábamos en una montaña y veíamos ahí abajo, Tucumán iluminada. “¡Llegamos!” “¡Llegamos!”, gritábamos. Fue como si hubiéramos llegado a Saint Tropez.
”En el hotel nos bañamos y después fuimos a comer. Gustavo con la remerita limpia. Esa sensación no la sentí en ninguno de mis viajes, te juro. Porque veníamos tan hechos mierda. A veces hacíamos setecientos, ochocientos kilómetros en un día, por camino de montaña, con la combi toda cargada de equipos.
”Y después, otra que nos pasó: un día nos invitan los Carrabajal -dice, agregándole una ‘r’ al apellido de la familia de folkloristas de Santiago del Estero- a comer un asado. Y nosotros veníamos cortando camino porque se nos había hecho tarde. Total de que los tipos no nos esperaron para comer. Cuando llegamos se habían comido todo y estaban todos en pedo. ¡Había una mugre! Todos en pedo, todo lleno de tierra, todo sucio, polvo, calor, ¡moscas! Y Santaolalla, en la sobremesa de los Carabajal, no tiene mejor idea que decir: “Vamos a grabar unos temitas acá”.
”Gustavo Gauvry nunca bajó de la combi. Me suplicó: “Por favor, no me hagas bajar. Hacé todo vos. Yo te miro por televisión”. Entonces Gustavo abría la combi así -hace el gesto de abrir apenas una puerta y mirar con asco lo que hay del otro lado- me tiraba los micrófonos y se encerraba de vuelta: ¡nunca bajó! Hizo bien porque ni agua había. No había para tomar un vaso de soda, se habían tomado todo. Tuvimos que tomar agua de una canilla toda sucia y estaba todo lleno de chorizos tirados, todos en pedo, todo una mugre, el piso de tierra regado con pedazos de carne. A nosotros no nos convidaron nada. Bueno: la cuestión es que los tipos nunca se levantaron de donde estaban. Chupando agarraron la guitarra y ahí grabaron, frente a los micrófonos que les pusimos.
”Apenas terminamos Gustavo me dice: “Huyamos, huyamos, por favor. No quiero ver más una mosca, no quiero ver más un santiagueño, quiero ir a mi casa, me quiero bañar”. Entonces -se ríe- agarramos la combi y nos fuimos. Subimos todo y nos vinimos para Buenos Aires. Ni saludamos, creo.
-Tengo entendido que de ahí viajaron todos al Valle de la Luna pero como no iban a grabar, sólo harían tomas de video, a ustedes se les dio la posibilidad de que volvieran a Buenos Aires.
-No sé -me dice con el mismo tono de fastidio y posiblemente la misma cara de asco que habrá puesto ese día-. Nosotros de ahí, yo con todo el dedo gordo del pie lleno de morcilla sucia y barro y moscas, nos subimos a la combi y no paramos hasta Buenos Aires. Me acuerdo que en Santa Fe comimos una hamburguesa y fue como comer faisán al horno. Fue muy desagradable terminar así esta parte de la gira cuando ya venís cansado, cuando ya venís podrido -y como si le hablara a Gustavo Gauvry o a algún otro, agrega-: “Estos negros de mierda, hijos de puta, no nos esperaron ni para comer, encima de que vamos a grabarlos, por qué no se mueren con sus arañas pollitos, ahí” -solo de guitarra-. Una mala educación única. ¡Que se metan la chacarera en el orto, hijos de puta! ¡Viva el rock & roll! Hice bien en no tocar nunca la guitarra española. Gustavo estaba verde del odio, ¡y eso que él ni siquiera bajó! Él lo veía por televisión -como diciendo “así cualquiera”- yo le tenía que poner la camarita mientras él me indicaba -pone una voz delicada, casi afeminada-: “más a la derecha la camarita, más a la izquierda”. Entonces yo movía la camarita y él, desde el televisor que había en la combi, podía ver a los tipos que tocaban. Y yo le decía: “Micrófono uno: guitarra; micrófono dos: charango; micrófono tres: bombo; micrófono cinco: moscas”. Gustavo se debe acordar, porque era tanto el odio que teníamos -recuerda ahora, riendo- que yo le decía “micrófono siete: moscas”. Era todo moscas.
En el techo de la camioneta pega sin piedad el sol de mediodía. Estamos a mil doscientos metros de altura, en Pucará de Tilcara. El aire es seco. No obstante, todas las máquinas prendidas en el reducido espacio de la combi hacen que nuestro estudio móvil sea un horno. Y para colmo los bichos, siempre bichos jodiendo... Como esta maldita mosca dando vueltas alrededor de mi cabeza y que no puedo terminar de espantar.
¿Dónde está la mosca? Me saco los auriculares dispuesto a darle caza. Recorro con la vista el interior de la combi. ¡Ya te voy a agarrar, mosca hinchapelotas! Pero no la encuentro, no veo ninguna mosca. Se habrá ido, pienso, y me pongo otra vez los auriculares. Entonces de nuevo, ahí está, zumbando, monótona, zumbando.
Miro por la ventana. Gieco y Santaolalla cantan El Cardón en las ruinas incaicas. Los acompaña Ringo, la famosa cabeza holofónica que capta el sonido en forma tridimensional, como el oído humano. Entonces me doy cuenta: ¡es alrededor de esa cabeza que revolotea la mosca! Sonrío aliviado. Por lo menos no la tengo en la combi.
Grabando desde el móvil en el Pucará de Tilcara. 1984
(Foto Gustavo Gauvry)
-¿Pero te volviste por qué? -le pregunta León a Gustavo Gauvry en su estudio de Parque Centenario-. Si vos estuviste en Santiago del Estero...
-Sí, nosotros pasamos dos veces por Santiago del Estero -le dice Gustavo.
-Fuimos primero a grabar a Sixto y a Elpidio Herrera... -León empieza a hacer el recuento con los dedos: el índice de la mano derecha golpea a los dedos índice y mayor de la izquierda.
-Sí -confirma Gus.
-Después fuimos a grabar con... -acá León hace una pausa y lo mira a Gustavo significativamente; yo todavía no sé cuál es el significado de su risa, pero está cargada de una información que, lo sé, no compartirán del todo conmigo-... con los Carabajal -completa León, pero en sus ojos, en su boca, hay otra cosa, recuerdos “estudiantiles”.
-Claro -responde Gustavo.
-Que te agarró el ataque de las moscas a vos -le dice León.
-¡Sí! -Gus se ha vuelto monosilábico.
-“¿Esto es la cultura nacional? ¿Esto?”, decías. “¡Mirá: está lleno de moscas!”
-Sí -admite Gus, circunspecto-: me rayé porque nos dieron de comer en los platos sucios.
León se ríe a carcajadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario