miércoles, 19 de agosto de 2015

18.La gira continúa

La gira continúa


-De Ushuaia a La Quiaca fue una de las cosas más increíbles que hice, una de las cosas que recuerdo con más cariño. Se generó una relación muy linda con León, con Santaolalla y con todos los que participamos de ese viaje.
     -¿Contaste con la ayuda de algún asistente de sonido?  -le pregunto a Gustavo Gauvry.
     -Sí, con la de Héctor Starc.
     -¡Qué lujo!
     -Sí, un lujo total. Como Héctor tenía una compañía de sonido y estaba en contacto con muchos sonidistas que trabajaban con él, le pregunté si me podía recomendar a algún pibe para que me acompañara como asistente. Entonces cuando le digo me contesta: “Voy yo. Yo puedo ser tu asistente”. Y yo le digo: “¿Pero vos estás loco? ¡¿Cómo vas a ser mi asistente?! Aparte yo no te puedo pagar a vos lo que vale tu trabajo”. Entonces me dice: “No, yo no quiero nada, voy gratis. Con que me pagues todos los gastos, ya está. Esto no me lo pierdo ni loco”.



Gustavo Gauvry, junto al Estudio Móvil Del Cielito,
En Amaicha del Valle, Tucumán. 1984
(Foto Héctor Starc)


     -Gustavo me llamó para pedirme un asistente  -recuerda Héctor-. Me dijo: “Necesito un asistente para una gira muy grande”. Le dije: “Contame de qué se trata”. Entonces cuando me contó le dije: “Voy yo”. Y él me dijo: “No, pero cómo vas a venir a juntar cables”. Porque el asistente tenía que enchufar los cables de los micrófonos mientras él se quedaba en la combi. O sea: él se quedaba adentro de la combi ésa y no salía. Y hacía bien. Había lugares en los que no quería bajar porque le daba miedo. Por ejemplo, en la casa de los Carabajal no quiso salir por las moscas y la mugre que había. Y yo, como un boludo, como me encargaba de los cables, tenía que enchufar las cosas entre la basura que tiraban al piso  -se ríe-. Mi función era tirar una manguera que salía de la combi hasta el lugar en el que se grababa, que podía ser una montaña, un médano, un río.
     -Tengo entendido que llevaban un generador.
     -Sí, tratábamos de ubicarlo lo más lejos posible del lugar de grabación para que no se escuchara. Pero siempre se escuchó, siempre. Porque si vos estás en el medio de una montaña, donde no hay nada, lo pongas donde lo pongas, se va a escuchar. Nosotros teníamos como doscientos metros de cable. Agarrábamos el generador entre dos y lo alejábamos cuanto fuera posible. A veces lo movíamos con unos colchones. Ésa era mi función. Y poner la cámara de televisión. Entonces Gustavo se quedaba adentro de la combi donde tenía el famoso televisor del Cielito, que todavía debe andar por ahí, fue multiuso. Y él miraba a los monos, les poníamos el monitor para que él les hablara. Yo ponía los micrófonos y eso era todo.
     -¿Y a vos, qué fue lo que te tentó como para hacer este viaje?
     -Quise hacerlo para conocer el país porque yo soy tan antinacional que no gastaría nunca un mango para ir a Jujuy. Entonces de esta manera pude conocer todo el Norte, que no me acuerdo nada porque nos chupábamos hasta el pis que hacíamos.
     -¿Y cómo hacían para levantarse a las cinco de la mañana, con esos desbordes?
     -Éramos jóvenes. Y ojo que aparte había que manejar entre la grabación de la mañana y la de la tarde. A veces de un lugar a otro teníamos 700 kilómetros.
     -¡Por eso!
     -Y... manejaba un poco él y un poco yo. Aparte el alcohol a mí siempre me levantó. Antes de derrumbarme por completo.
     -¿Querés hablarme de eso?
     -Sí, yo perdí todo por el alcohol: a mi mujer, a mis hijas. Yo abandoné todo por el alcohol y la cocaína. Todo. No perdí la empresa de casualidad, pero casi casi me cago de hambre también. Ahora hace ya once años que no tomo. Pero como te decía: en la época de Serú Girán, David Lebón me compraba vino blanco Suter etiqueta marrón, cuando tenía que manejar. Porque con Serú yo manejaba el auto, los llevaba a todos en mi auto, si los tipos no tenían ni para comer. Yo los llevaba de gira a todos lados. Era sonidista y remís y taxista. Y David, que chupaba mucho más que yo, era un profesional, se encargaba de que a mí no me faltara el Suter para manejar. Yo tomaba y no me ponía en pedo, yo me ponía bárbaro. Los demás dormían, vomitaban, y yo manejaba: “Qué bien, dame otro, prendeme un Marlboro”, viste. Y aparte teníamos menos de treinta años.
     ”Hubo una impresionante  -sigue Starc-: un día estábamos en Tilcara y era el cumpleaños de León. Y estaba Santaolalla, también. Quiero que conste: De Ushuaia a La Quiaca sin Santaolalla no se podría haber hecho. Porque terminó haciendo todo. Faltó que me cambie los calzoncillos a mí. Él fue como amigo de León Gieco y se terminó haciendo cargo de conseguir hotel, gasoil para el micro, habitaciones para dormir, todo. Porque el mánager de León se borró en la mitad, desapareció y nos dejó a la buena de Dios. Y éramos como treinta personas. Pero Gustavo se encargó de todo: dirigir cómo van los temas, las cámaras, todo lo hizo él. Nosotros recibíamos sus órdenes. Es un tipo impresionante, por eso le fue como le fue. Independientemente de las garchas que a veces produce como La Camisa Negra, Café Tacuba,  por favor. Bueno, pero eso no le quita mérito al gran laburador que es. Aparte es un muy buen músico. Hace unos años atrás sacó un disco que grabó acá con los que después fueron GIT y Lerner en teclados. Es uno de los mejores discos en castellano que escuché en mi vida, pero claro, con laburos como ése no se come, viste,  se come más con La Camisa Negra. Así que bueno: Santaolalla fue el que hizo posible esta gira. Entonces, en Tilcara era el cumpleaños de León. Yo estaba con Gustavo Gauvry en una especie de motel. Se escuchaba, ¿no?, a la noche  -y me mira como para registrar si entendí qué es lo que se escuchaba. Asiento. Héctor continúa-: Habíamos comido, festejado, nos habíamos chupado todo, y después con Gustavo nos fuimos a dormir.
     Ahora Héctor se pone de pie y hace que golpea una puerta imaginaria. “Toc, toc, toc, toc”, dice, y lo acompaña con la mímica.
     -“¡Sabemos que están ahí! ¡Abran!”, decían.
     -¿Quiénes?  -le pregunto.
     -León y Santaolalla  -me dice Héctor-. Golpeando. “¡Sabemos que están ahí! ¡Dale, hijos de puta, abran!”. Bueno, total de que en un momento abrimos y León dice  -pone un tono de voz solemne, pero de “choborra” y se balancea en el aire elevando un dedo índice conminatorio-: “Nos hemos quedado sin bebidas y es mi cumpleaños”. Le digo: “León, yo no voy a permitir que esto pase, vamos a reventar la cocina del hotel, qué le vamos a hacer”. Dice: “¿Te parece?”. Le digo: “Claro, mañana agarramos y pagamos todo lo que nos robamos. No vamos a robar, vamos a tomar prestado”. Entonces empezamos... No se veía nada, nada. Salimos de la pieza y yo con un encendedor, viste. No se veía nada. “Tené un cacho que me estoy quemando”, le tuve que decir. “Me parece que estamos cerca de la cocina”. Abro la puerta... ¡y había una pareja, una pareja garchando! ¡Nos habíamos metido en una pieza! “Disculpe, disculpe, señor, disculpe”. Entonces seguimos. “Pará, agarrá el encendedor que me quemo”. Avanzamos un poco más  -hace toda la mímica, se aleja unos tres, cuatro metros, imitando la incursión nocturna; habla en susurros, como probablemente hablarían aquella noche- y le digo a León “¿sabés que me parece que estamos?”. Yo no sé por qué no se veía nada. Sería del pedo que teníamos, pero no se veía nada.
     -¿Y no podían prender las luces?


     -¡No! ¡Si teníamos que entrar a robar a la cocina! ¡¿Cómo vamos a prender las luces?! Aparte no sabíamos ni de dónde se prendían. Estábamos en los pasillos del hotel. Entonces en un momento, yo abro así  -abre una puerta imaginaria y después se agacha-  y se prende todo: era una heladera industrial con unos cosos, unos cadáveres, unos cerdos colgando, todos congelados viste, para la cena del otro día, unos conejos, chinchulines, todo. Bueno, total de que al final reventamos una heladera mostrador que abajo tenía champagne, no sé, nos llevamos todo para seguir chupando. Y al otro día le digo al tipo del hotel: “Mire, usted se habrá dado cuenta de que anoche le reventamos unas bebidas y yo le quiero pagar, disculpe pero era el cumpleaños de León”. Y dice: “¡No, dejeló, hombre, dejeló!”.


Héctor Starc y Gustavo Gauvry, grabación en las Ruinas de los Indios Quilmes, 
Tucumán. 1984

No hay comentarios:

Publicar un comentario