El sonido y la furia
-Contame cómo fue, técnicamente, el registro sonoro de la gira.
Gustavo Gauvry escurre el saquito de té con una cuchara.
-Nosotros grabábamos con un sistema convencional de micrófonos, pero también viajó un tipo, Hugo Zucarelli, que había inventado un sistema de grabación llamado “holofonía”. El aparato, diseñado por él, era una especie de busto de maniquí con una cabeza que tomaba el sonido reproduciéndolo como escucha el oído humano. Normalmente el micrófono capta dos dimensiones: cerca o lejos; te da una idea de distancia, pero no una idea de ubicación en el espacio, como el oído humano. O sea: vos me escuchás a mí, y si cerrás los ojos sabés que yo estoy frente tuyo. A la vez, por ahí escuchás otros sonidos en este momento, más leves, que te pueden sonar a la izquierda, a la derecha, adelante, atrás. El oído humano y el cerebro generan como un espacio y una ubicación dentro del espacio. El micrófono no hace eso. Si hay un montón de personas hablando en una habitación y vos ponés un micrófono, no vas a saber quién está a la derecha, quién está a la izquierda, quién está arriba, quién está atrás, quién está adelante. Se van a escuchar un montón de voces todas apelotonadas, probablemente algunas más fuertes y otras más suaves de acuerdo a la distancia a la que estén del micrófono, pero no vas a poder discernir dónde están. Bueno, con este sistema, sí. Este sistema tomaba el sonido que estaba ocurriendo en un lugar y lo ubicaba dentro del lugar.
-Ideal para lo que ustedes estaban haciendo.
-Claro. Entonces lo que yo hacía era: en cada situación de grabación poníamos micrófonos, como normalmente se hace, tomando a cada uno de los intérpretes y probablemente algún micrófono más tomando el sonido del ambiente y, además, la cabeza holofónica.
Control de grabación en la carpa. Purmamarca 1984.
(Fotos Héctor Starc)
-Cuando vos te ponés los auriculares -me explica León- escuchás todo alrededor. Y el loco este de Zucarelli hacía experimentos con nosotros. Nos decía, por ejemplo: “Hemos puesto el muñeco en un cajón, hemos cerrado el cajón, y le hemos echado tierra encima. Y lo grabamos. ¿Quieren escuchar eso?”. Entonces nos hacía acostar en el suelo, apagaba las luces y nosotros escuchábamos como se cerraba el cajón acá arriba -señala un lugar sobre su cara-. ¡Pá! Y después la tierra te caía encima. Gustavo Santaolalla en un momento me dice: “¿No será que quedaremos marcados con esto y de pronto será la generación que escuchó esto y la generación que no lo escuchó?”
-Sonaba medio latoso pero le daba un tinte que mezclado con los micrófonos quedaba muy bueno -interviene Gustavo Gauvry-. Yo me acuerdo que decían que parecía un micrófono egipcio, viste, porque sonaba como antiguo, pero le dio color a la gira.
Menciono El Cadillal y el hombre sin cabeza
-Tengo la foto -asegura Héctor Starc-. Tengo una foto alucinante de eso. Una foto en la que estoy yo, el tipo éste, cómo se llamaba... era un tipo bastante pelotudo ese que vino con la cabeza...
-Hugo Zucarelli.
-Sí, era un boludo. Vino con la mamá, con la novia. Gustavo se peleó con ellos muchas veces porque decía que sonaba como el culo la cabeza ésa. Pero Santaolalla y León estaban con eso como si hubieran descubierto la pólvora.
Grabando con holofonía en la ciudadela de Los Quilmes, Tucumán. 1984
(Foto Alejandra Palacios)
-Teníamos bastantes conflictos con él -corrobora Gustavo Gauvry con tono aséptico- porque era un tipo complicado. No quería mostrar mucho el aparato ni que le sacaran fotos. Lo tenía siempre tapado con un pañuelo. Si bien había participado de producciones importantes… había trabajado con Michael Jackson y con Roger Waters -precisa Gauvry- y el aparato era increíble porque generaba esa sensación de espacialidad de la que te hablé, a mí no me gustaba mucho cómo tomaba la música. En cambio, para tomar ambiente o situaciones era bárbaro. Un día, por ejemplo, lo pusimos en medio de un corral de ovejas. Las ovejas pasaban alrededor del aparato y bueno, vos te ponés los auriculares y sentís que las ovejas te están caminando alrededor.
-Se llevó un montón de efectos que había hecho para nosotros -confiesa León- porque se terminó peleando con Gustavo -se refiere a Santaolalla-. El tipo era muy fanático, tremendamente fanático de su invento. Te decía: “Primero fue mono, después fue stereo y ahora es holofónico”. Y Gustavo le decía: “No, no es así. Tu invento no tiene nada que ver con el mono o con el stereo. Porque el mono y el stereo se escuchan dentro de la cabeza y lo tuyo se escucha fuera de la cabeza. Entonces la combinación perfecta es stereo y -remarcó la ‘y’- holofonía.
Mientras armamos todo para grabar ahí al día siguiente, Héctor se da manija con que “esta es la zona por donde anda el hombre sin cabeza, que se aparece a la noche”. Estamos en El Cadillal, un dique que se encuentra a unos cincuenta kilómetros de la ciudad de Tucumán, entre las montañas. Junto al lago que forma la represa se levanta un anfiteatro con unas butacas de cemento. También hay un parque infantil, pero está abandonado. Decidimos quedarnos a dormir para cuidar los equipos. Armamos una carpa al lado de la camioneta y nos disponemos a dormir, en el medio de la nada.
En medio de la noche me despierta un alarido terrible. “¡Aaaaahhhh!”. Pego un salto adentro de la carpa y busco la linterna.
Cuando la prendo, veo a Héctor parado en el medio de la carpa con un hacha en la mano.
-¿No oíste los ruidos? -me pregunta en un susurro feroz-. Al primero que se aparezca le parto la cabeza.
Si se trata del hombre sin cabeza le va a resultar difícil, pienso.
-A mí me pasó una cosa con Héctor Starc -reflexiona León- cuando hicimos lo del Cadillal, en Tucumán, que implicó una organización tremenda, viste, porque hubo que llamar a treinta y pico de micros y buscar a todos los chicos de los colegios, que eran más de 1500. Parecía una producción de Spielberg. Y ellos -se refiere a Gauvry y a Starc- se quedaron a dormir en una carpa esa noche para preparar todo. Y no durmieron. Se pasaron la noche en vela. Se ve que estaban conmocionados por lo que ocurriría al día siguiente: un montón de chicos iban a llenar el Cadillal y cantar bagualas y vidalas con sus maestras.
”Me acuerdo que cuando terminamos Héctor viene llorando y nos abraza a Santaolalla y a mí. “Es la primera vez que le doy pelota a mi bandera, loco”, me dice, “la primera vez que me gusta el color de la bandera argentina”. Y nosotros con Gustavo nos miramos y enseguida dijimos: “Si logramos conmoverlo a Héctor Starc con esto, entonces la gira De Ushuaia a La Quiaca definitivamente va a ser un éxito”.
Héctor Starc, durante la grabación en Anfiteatro El Cadillal, Tucumán.
1984. (Foto de Alejandra Palacios)
Hola, soy Pepe Migliorisi, músico y docente de música de Bahía Blanca. Estoy absolutamente conmovido y emocionado de haber encontrado este material. Muchísimas gracias por compartirlo.
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