lunes, 31 de agosto de 2015

30.Sólo una vez más, como enlace

Sólo una vez más, como enlace


-Bueno, para retomar donde dejamos el otro día: hicimos esa grabación discográfica, Ratones Paranoicos, y salí a mostrarla. La llevé a compañías como CBS, RCA, a todas. Pero nadie me la quiso comprar.
      El aire nocturnal de Gus no termina de acomodarse al ámbito de luces cenitales, espejos y cuerpos esculpidos a fuerza de sudor e histeria. Estamos en el bar del gimnasio donde trabajo.
     -¿Y vos cómo te sentías, después de haber corrido con todos los costos de la grabación?
     -A pesar del bajón de las negativas, yo seguía convencido de que la grabación que habíamos hecho era buena. Entonces me dije okey, ¿nadie me la compra?, se la doy simplemente a alguien para que la publique y que después me pague sobre las ventas de los discos. Se la regalo a una compañía a cambio de tener una regalía mayor que si la compañía hubiera pagado la grabación. Fui de nuevo a ofrecer la grabación, con este convenio, y a nadie le interesó. Ni regalada la querían. Para entonces ya había pasado bastante tiempo, ya hacía como uno o dos años que estábamos en contacto con los Ratones. Y todos nos estábamos empezando a poner un poco nerviosos  -Gustavo baja la cabeza hasta sus manos y muerde un tostado de jamón y queso-. En medio de todo eso yo estaba grabando en el estudio un disco de César “Banana” Pueyrredón, que en ese momento estaba intentando encarar una carrera como solista. Él iba a sacar el disco en forma independiente, con su propio sello, a través de Distribuidora Belgrano. Entonces, cuando le cuento mi situación con los Ratones, me dice: “Por qué no vas a ver a los Amorena”. Los hermanos Amorena son los dueños de Distribuidora Belgrano. Y estaban tomando producciones. Realmente ya no tenía muchas cartas, así que un día me reuní con Ramiro, uno de los hermanos, le hice escuchar el disco y le gustó. Ya para esto los Ratones eran bastante conocidos en el ambiente de los productores porque yo hacía tiempo que se los estaba mostrando a todos. Me acuerdo que en esa época Guillermo Vilas venía mucho al estudio, y a Vilas le encantaban los Ratones. Yo se los había hecho escuchar y le encantaban. Bernardo Bergeret, el productor de Viudas e Hijas de Roque Enroll, que trabajaba en Abraxas, le había hecho una apuesta a Vilas, incluso. Porque a Bernardo Bergeret no le gustaba nada el rock. El era muy defensor de la música pop, de la música para discotecas. El rock no le gustaba. Le gustaba la música tecno y todo eso que había florecido en esa época. Y decía que si los Ratones algún día llegaban a ser exitosos, él se retiraba de la música.


     “En 1986 leo, en una revista, que Guillermo Vilas dice que los Ratones Paranoicos son la mejor banda de la Argentina. Entonces voy a uno de sus shows en Montana, un bolichito putrefacto de Flores. Acaba de salir el primer disco de los Ratones y no hay casi nada de gente. Hacen covers de los Sex Pistols. ¡Imaginate! Pero tocan ‘Holidays in The Sun’ y me vuelan la cabeza”.
                                                                           Fernando Ruiz Díaz, 
Catupecu Machu.
Rolling Stone, octubre de 2004.
El show que me marcó.


Dibujo del Indio Solari dedicado a Gustavo Gauvry
 (alias Nosferatu, alias El Principe de las Tinieblas)


 Gustavo Gauvry, considerado por Juan Sebastián Gutiérrez como una especie de Príncipe de las Tinieblas que espera a sus víctimas en el castillo Del Cielito, parpadea y entrecierra los ojos. La luz del fitness-bar resulta agotadora para el personaje que le faltó a Los locos Adams. Observa mi botella de Gatorade casi vacía y me pregunta:
     -¿No nos podemos ir de acá?
    Llegamos a mi casa a eso de las nueve de la noche. Especulo con su negativa y le pregunto cortésmente si quiere cenar. Me dice que sí.
     Dejo sobre la mesa el grabador encendido y abro la puerta de la heladera. En la bandeja de las verduras sobreviven algunas hojas de lechuga. Pongo a hervir un par de choclos y huevos. No hay mucho más. Le pregunto a Gus si se comería también un plato de polenta con queso. Hace un gesto con la cabeza y continúa, imperturbable, su relato:
     -Como te decía: fui a DBN y a ellos les gustó, a Ramiro especialmente. Me dijo: “bueno, yo tengo un sello”. En ese momento él distribuía un sello independiente que se llamaba Umbral donde había otro grupo nuevo: Los Violadores. “Lo que podemos hacer”, me propone Ramiro, “es hablar con el dueño y sacarlo por Umbral”. Acepté. Firmamos el contrato y el primer disco de los Ratones salió por Umbral. Al poco tiempo de la salida del disco tuvieron un problema entre ellos, los de DBN con los de Umbral.
     Desde la cocina, reparto mi atención entre las peripecias de los Ratones y la harina de maíz que dejo caer en forma de lluvia sobre la leche. El minuto en que se hace la polenta es un minuto crítico.
     -Entonces me llama Ramón Villanueva, el dueño de Umbral  -continúa Gustavo- y me dice “mirá: yo me voy a ir de DBN”. Y a mí no me gustó porque yo había entrado en contacto con él por una autorización de DBN. Le dije: “dejame hablar con la gente de Belgrano porque yo no sé si me quiero ir con vos a otra distribuidora”. Hablé con Ramiro y le dije: “mirá, Ramiro, este tipo se quiere ir de acá y me quiere llevar con él, no sé, ¿qué hacemos?”. “¿Y vos qué querés hacer?”, me dice. “Y bueno, yo me quiero quedar acá”. “Okey, pero vos no tenés un sello, ¿cómo hacemos?”. Entonces le digo “bueno, armemos un sello”. Ahí vi, finalmente, la oportunidad de hacer ese sello que había sido mi idea original. Y así nació, una vez más casi por accidente, Del Cielito Records. Para reeditar el disco de los Ratones.

     Julieta golpea la puerta del comedor y apenas asomando el perfil de su cara, nos pregunta si queremos más café o té. Le decimos que no y vuelve a cerrar con sigilo.
     -Yo creo que Gustavo nos bautizó  -Juanse da otra pitada a su cigarrillo-. Nos puso en la frecuencia correcta y nos dio no sólo la apertura sino la posibilidad de demostrarnos que había alguien afuera del grupo que confiaba en nosotros. Alguien que no era el público sino un tipo que estaba metido en el mundo de la técnica. Gustavo hizo que, al entrar nosotros al estudio, viéramos todo ese mundo nuevo que se complementaba con el que llevábamos. Y ése fue el mensaje de él: “Acá, por más que tengas la música y todo lo que te gusta, si no traés vos el contenido para que quede registrado lo que hay y lo que sos, no sirve para nada”. A partir de ese momento, yo ya no necesité grabar. Para mí se había terminado todo lo que yo quería o anhelaba, incluso sin ver el primer disco en la vidriera. Me fui a dormir diciendo: “Bueno, ya hay alguien que nos conoce, que reconoce...”
     -... que lo que nosotros hacemos es bueno  -agregué, completando la frase.
     -No bueno o malo. Que es algo. Entonces claro, lo demás fue todo increíblemente mágico porque sonaba bien.
     -Aún a pesar de estos dos años de espera hasta que lograron editar el primer álbum.
     -Sí. Gustavo le puso una personalidad al sonido que es muy de él, también. Se armó como una química. Porque algo había ahí. Y Gustavo lo vio antes que nadie. Él es un experto en eso. Se da cuenta enseguida cuando algo va a funcionar o no. Él sabe cuándo hay una personalidad artística.
     -Tiene esa sensibilidad.
     -Sí, aparte son muchos años de trabajar con los mejores artistas, no sólo del país. Yo creo que Spinetta es uno de los más grandes artistas del mundo, de la música. Y él trabajó con Spinetta, trabajó con Charly, trabajó con Fito, trabajó con Lebón  -se ríe como diciendo “mirá, de los mejores, ninguno quedó afuera del reino de Gauvry” y traza una figura espiralada, en el aire, con los dedos que sostienen el cigarrillo-. Trabajó con los Redondos, trabajó con Divididos, trabajó con Bersuit, trabajó con Los Piojos. O sea: nada de lo que pasa por adentro de esa cabeza es casual.
     Sonreí. Lo que Juanse decía llevaba a su interlocutor en una dirección para después, sorpresivamente, dar un volantazo y tomar la dirección contraria o caminos inesperados. Cuando dijo “años de trabajar con los mejores artistas, no sólo del país”, yo me quedé esperando una enumeración de bandas extranjeras. Pero Juanse se dio la media vuelta y nombró a los de acá llevándolos, con ese movimiento singular, a la categoría de los mejores del mundo

Sin estar muy convencida del resultado, puse en una fuente para horno una capa de polenta, queso, y otra capa de polenta. “La próxima vez quizá prefiera invitarme a cenar”, pensé.
     -El disco gustó  -siguió Gustavo, ajeno a mis incertidumbres culinarias-. Sonaba mucho en la Rock & Pop, le gustaba a Bobby Flores. Los chicos empezaron a hacer más shows.
     -¿Y quién es Bobby Flores? -le pregunté acercándome a la mesa.
     Gustavo se quedó en silencio. Se quedó en silencio y me miró.
     -¿Vos no leés los diarios, las revistas de actualidad?
     Giré la cabeza hacia la puerta del horno. El tono de sus palabras había resultado hiriente como una bofetada. Uno de mis problemas con la “actualidad” era que no le podía seguir el ritmo. La veía entonces  -y la veo ahora, ocho años después, cuando ya conozco a Bobby Flores y tuve, incluso, la oportunidad de trabajar en la misma radio que él donde nos cruzábamos cuando terminaba su programa y empezaba el nuestro- como una dama vertiginosa que se las arreglaba para tener centenares de romances y vernisages mientras el mundo se derrumbaba a su paso.
     -No hace falta que me lo preguntes así  -me defendí.
     -¿Así cómo?  -pero Gus se había dado cuenta y no esperó mi respuesta-. Bobby Flores es un disc jóckey de la radio. ¿Nunca lo viste? Un flaquito con los dientes separados.
     Traté de recordar. Y me pareció que sí, que alguna vez había leído una nota, tal vez en la revista Viva de Clarín, o quizá en el suplemento de espectáculos. Hice sonar los dedos de una mano mientras me levantaba para apagar el fuego.
     -¡Ah, sí! Ya sé quién es.
     -Bah... ahora se puso aparatos –abundó. Volví a desconcertarme.
     Gus se quedó callado. Enseguida agregó:
     -Están de moda ahora los viejos con aparatos.
     -Es verdad.
     -Vos te deberías poner. 
     -¿Te parece?
     -Tenés una sonrisa re linda pero los dientes se te van a torcer cada vez más.
     Gauvry estaba bravo. Me prometí tomar velocidad,  leer todos los diarios y revistas en forma consistente.
     -Dos años con brackets, hay que bancarse.
     -Y bueno, qué sé yo  -cerró, impaciente, Gus-. Al año y medio hicimos otro disco, que se llamaba Los chicos quieren rock. Ya estaban empezando a hacerse más conocidos, a tocar en lugares más grandes, como Cemento, y en ese disco hay una canción, Enlace, que tuvo bastante difusión.
     Saqué la polenta del horno y la serví.
     -Con los Ratones convertidos en artistas del sello Del Cielito Records grabamos tres discos. Con el tercero, que es Furtivos, aparece el primer tema de ellos que se convierte en un hit total: Rock del gato.
     -¿Y vos cómo te sentías en tus nuevas funciones? ¿Te resultaba placentero todo lo que pasaba en el estudio y alrededor?
     Soplé la polenta con queso que había podido atrapar en el tenedor y la probé: no tenía sal y estaba ligeramente acascotada. Me levanté a buscar el salero.


     -A mí me encantaba  -tragó, él también, una montañita de polenta. Acto seguido extendió el brazo hacia la sal-. Siempre me gustó el fenómeno del rock, también en el sentido de cómo un pibe de barrio que hace música con sus amigos en el garage de su casa, llega a convertirse en un personaje que genera modas, que genera maneras de hablar, que genera canciones que todo el mundo conoce. Yo a los Ratones los conocí cuando ellos tocaban en el garage de su casa y de mi mano llegaron a llenar Obras. Viví todo ese proceso con mucho orgullo. Fue la confirmación de que no me había equivocado, de que el potencial que había visto en ellos terminaba siendo reconocido por todo el mundo. Encima no había resultado fácil: había tenido que ir en contra de la corriente y correr todos los riesgos. Entonces, haberlo logrado, fue una satisfacción. A partir de ese momento, además, se abrió para mí todo otro campo de acción. Del Cielito ya no era sólo un estudio que se alquilaba y un técnico que se contrataba. Yo podía elegir los proyectos que me interesaban y producirlos  -untó el chocho con manteca y lo mordió; después miró alrededor como buscando algo-: ¿Vino no tenés?  -preguntó.


Ratones Paranoicos durante la grabación de su segundo disco 
"Los chicos quieren rock". 1987 (Foto de Héctor Milberg)

Juanse me mira seriamente y dice:
     -El mensaje no era el contenido sino la banda: cuatro tipos con cuatro instrumentos básicos tocando rock & roll. Ése era el mensaje. Detrás, bueno, había un montón de cosas que en ese momento uno tenía en la cabeza; ángeles manejando aviones Focker en primavera, por ejemplo, cosas que yo veía realmente.
     El momento spinetteano de la conversación ha llegado, pensé.
     -No sé si te sigo, Juanse. ¿Cómo que veías? ¿Estas eran imágenes que a vos te venían, que vos tenías...?
     -Imágenes artísticas que yo tenía adentro de mi cabeza.
     -Y el rock & roll que vos querías hacer, ¿lo veías como un elemento de resistencia en relación a otras músicas?
     -Sí, de resistencia al resto de lo que había, no de resistencia interna. Yo nunca fui un rebelde. Nunca. Pero vos escuchás nuestro primer disco y realmente suena muy diferente a todo, no solamente a lo que había acá: suena diferente a lo que había afuera también. Era otro tempo, otra afinación, otra... no sé cómo explicarlo. Eso fue lo que mucho tiempo después le llamó la atención a Andrew Oldham.
     -¿Incluso diferente a los Rolling Stones?
     -Sí.
     -Porque viste que al principio se decía: los Ratones son la banda que copia a los Stones. Después ustedes se fueron perfilando con una personalidad propia.
     -Fue al revés. Nosotros siempre tuvimos nuestra personalidad. Yo creo que lo más parecido a los Stones que hicimos fue un grupo que teníamos con Sarcos, Los Rostizados. Pero eso fue mucho antes porque entre Rostizados y Ratones Paranoicos estuvo La Puñalada Amistosa. Lo stone viene por el lado de la imagen.
     -Ah, no tanto por lo musical.
     -No. Mi influencia real como compositor, esta es una de las primeras veces que lo digo, son los New York Dolls. Para mí Johnny Tunder es... hay unas coincidencias terribles. Me acuerdo que una vez escuché temas de los Dolls y yo ya había compuesto temas que tienen la misma estructura. Y nunca los había escuchado.
     -O sea que más que nada lo que los emparenta con los Stones es una estética.
     -Sí, bueno, también tenemos, obviamente, nuestro perfil stone porque nosotros hacemos rock & roll y la mejor banda de rock & roll que hubo, que hay y que habrá son los Rolling Stones. Eso está claro. Pero a fines de los años setenta, con nuestro grupo de amigos del barrio dimos como un puntapié inicial a lo stone, digamos. El pañuelito que hoy usan muchos es una cosa...yo tenía una camisa de ese material; la usé tanto que se me rompió. O sea, no se me rompió, se deshizo del uso. Era como una bambula azul con unas rayitas. Entonces yo, para no tirarla, le corté las dos mangas, hice un pañuelito, me lo até acá  -se señala el cuello- y salí a la estación con eso. Nosotros vivíamos en Little Stone, un boliche que había en la Galería del Este: nos vestíamos ahí de pies a cabeza porque ahí vendían botas, pantalones, todo. Entonces eso también se mezcló porque una vez que tuvimos toda la parafernalia musical todo lo demás fue cayendo por decantación.
     -¿Y cómo fue para vos o para la banda grabar en el estudio de Gustavo Gauvry?
     -Fue una locura. Pensá que yo ahí  -señala un aparador- tengo los discos que escuchaba, que están grabados ahí: discos de Spinetta, de Charly, de Lebón.
     -Y de golpe vos estabas en el mismo lugar en el que todos ellos habían estado.
     -Yo estaba sentado en la cabina donde había ocurrido todo eso, con él. Porque cuando se graban todos esos discos el que está es Gustavo.
     -O sea que para vos fue empezar a cumplir ese sueño que tenías.
     -Yo nunca tuve sueños, eh. Lo que pasa es que yo a veces me voy de mambo, empiezo a decir en broma “vamos a tocar con los Rolling”, como dije una vez, adentro de un auto. Estábamos todos en ácido, adentro del auto.
     -Vos no tenés sueños. Tenés visiones.
     -No, son bromas, son bromas. Pero bueno, eso ya es parte del pasado. Ahora uno tiene la mente en otra cosa.
     -¿Dónde tenés la mente ahora?
     -Acá.
     Hace una pausa.
     -Acá y ahí  -señala ahora las guitarras desparramadas por todo el living-. Acá prácticamente no hay muebles. Hay equipos, violas, discos. Mi cerebro es eso.




domingo, 30 de agosto de 2015

29.Raros Ratones

Raros Ratones


-¿Qué fue lo que primero te llamó la atención cuando conociste a los Ratones Paranoicos? 
     Estamos comiendo las empanadas fritas que hace mi vecino. Torres tiene una parrillita ambulante que al mediodía arrastra hasta la avenida serpenteante. Se escuchan insistentes golpes de martillo en el departamento de al lado.
     Gauvry muerde una punta de empanada. El humo asciende por el lado izquierdo de su cara. Traga el trozo de repulgue y sopla en el cráter. Entra de inmediato en el recuerdo. Sonríe.
     -Las pintadas. Pero todavía no los conocía. Hubo una, sobre todo, que me llamó la atención: estaba delante de la Escuela de Mecánica de la Armada. Era el año ’82 u ’83, no me acuerdo bien. La pintada decía Ratones Paranoicos y yo me pregunté qué sería eso, porque en esa época los grafitis todavía no se habían popularizado; de hecho los Ratones fueron los primeros que salieron a pintar paredes con el nombre de la banda. Yo todos los días pasaba por ahí y me preguntaba si tendría algo que ver con la paranoia o con los desaparecidos.

     Tiene los codos apoyados en la mesa y fuma. Observo la vehemencia de sus manos, las lentas piedras metálicas que raspan el aire cuando mueve los dedos cargados.
     -En el ’79  -dice Juanse- hice un viaje a Brasil. Habíamos decidido tomarnos un descanso con Pablo porque estábamos todo el tiempo juntos y éramos dos personalidades muy obsesivas y fuertes, entonces claro, nos terminábamos saturando el uno al otro. Y en Brasil veo en las calles que las bandas, no las bandas de rock sino las bandas, se mandaban mensajes con aerosol. Me llamó mucho la atención. Y mientras yo pestañeaba y veía eso desde el colectivo, ahí en Flamingo, cuando cerraba los ojos veía toda la Capital blanca. Entonces me dije: “Esto es. Con esto por lo menos nos vamos a dar a conocer”.


     Doy otro mordisco a la empanada. Gustavo ya va por la segunda. Se apresura a tragar. Tiene el bollito de una servilleta de papel en la mano.
     -Pablo Memi, un primo mío unos cuantos años menor que yo, me dice que tiene un grupo y quiere venir al estudio para mostrarme lo que hacen. Arreglamos. Una tarde se aparece por el estudio con otro chico de la banda. Se presentan como los Ratones Paranoicos. Entonces ahí me cayó la ficha de que ellos eran los de las pintadas. El pibe que vino con Pablo era Juanse. En ese momento me llamó mucho la atención porque lo veía así como muy inquieto, muy... era todo un personaje. Por la forma en que me habló pude ver enseguida que él estaba muy seguro respecto de lo que quería hacer, de su ambición artística de querer ser una estrella de rock. Era un chico de veinte, ventidós años a lo sumo y sin embargo, tenía un perfil, una determinación tal que se veía claramente que el tipo algo iba a lograr. Me hicieron escuchar un casete que habían grabado en el garage de la casa de mi primo, en Devoto. Y me gustó porque lo que ellos querían hacer no tenía nada que ver con lo que estaba de moda. En ese momento tenían mucho auge los grupos pop: Virus, Soda Stereo, Zas y toda esa moda bien característica de la música de los ’80: mucho colorido, peinados raros, músicas muy plásticas, sonidos muy electrónicos. Y ellos odiaban todo eso, hablaban pestes de todo eso. El famoso sonido de tambor que hace qshhh, es bien de los ’80; como decía un músico, Rinaldo Rafanelli, “tambor con sebita”. Y ellos no, ellos querían sonar...

     -No quiero sonar moderno  -se impacienta Juanse-. No quiero cámara en la voz, me hace sentir que estoy cantando adentro de una cámara... ¡pero de auto! Yo quiero que mi voz suene normal, como la de un tipo cantando con un micrófono. Lo que nos gusta es el sonido inglés.
     Que un chico de veintidós años diga eso en 1984, en pleno auge de las primeras máquinas, el tecno y demás modernidades, me causa una mezcla de sorpresa, respeto y alivio. Está claro que a los Ratones Paranoicos no les interesa la moda pop que invade Buenos Aires, los colores chillones, los sonidos plásticos, los peinados batidos. Es evidente que nunca escucharon rock sinfónico, ni jazz rock, ni acid house. Sus fuentes son obvias: Sex Pistols, Iggy Pop, NY Dolls, Lou Reed, Stones.
     -Es más  -insiste Juanse, doblando la apuesta-: no me copa el sonido de ‘estudio’. Los monitores suenan demasiado perfectos, me gusta más el sonido de los bafles Audinac que tengo en mi casa. Lo que suena bien ahí sé que va a sonar bien en cualquier parte.
     -¡Pero los Audinac son un bochorno!  -me alarmo, porque ya me lo veo venir-. En los setenta eran de lo mejorcito que se fabricaba acá, pero a esta altura...
     -¿No te animarías a mezclarnos el disco con mis bafles?  -arriesga con timidez.
     -Y bueno, dale…-respondo aceptando el desafío.

     -Era muy gracioso cómo se expresaba  -Gus sonríe y clava la mirada en la bandeja de cartón-. Lo vi como un tipo carismático, original, y que tenía muy claro lo que quería hacer.


     -Para mí ya está bien  -con un gesto de la mano invito a que se sirva la última empanada.


Gustavo Gauvry y los Ratones Paranoicos. 1986
(Foto de Elina Memi)

  Juanse prende un cigarrillo,  le da una pitada y tira el humo hacia arriba, de perfil a mí. Bebo un sorbo de café y lo miro.
     -Nosotros no queríamos tanta distorsión como sustain, que era algo que a él le gustaba. Si hay algo en lo que somos como una misma persona con Gustavo, es en ese aspecto: nos gusta el sustain, el delay y la compresión, digamos. Esas son cosas que básicamente manejamos cuando trabajamos juntos. Él es un verdadero artista en eso y creo haber aprendido mucho. Y era algo que yo ya tenía antes de conocerlo. Eso generó una conexión muy directa. Fue como si volviéramos a encontrarnos después de no hablar durante mucho tiempo. El resto de la banda quedó un poco abstraído de la comunicación que se dio entre nosotros.

    
     La bandeja de cartón está vacía y grasienta.
     -Vas a tener que pintar pronto esta mesa  -observa Gustavo- si no se te va a manchar toda  -es una mesa de pino, comprada en el Puerto de Frutos de Tigre, una semana atrás.
     -¿Y cómo la pinto?
     -Diluís en partes iguales barniz y aguarrás. Le das una mano. Cuando se seca la lijás y le das dos manos más de barniz.
     -Lo extraño  -confieso.
     La mirada de Gus estaciona a la vera de estas palabras. No diría que me mira, aunque lo hace. No diría que espera alguna otra explicación, aunque también lo hace. Se presenta con la magnanimidad silenciosa de un refugio  en una noche de tormenta. O con la de un oasis, para quien transita el desierto. No señala el agua o el albergue. No hace bulla. Ofrece lo que tiene  -todo lo que tiene- con gestos mínimos pero incontrovertibles. No hace, jamás, de su generosidad una escena.
     -Eso no implica que no lo odie también. ¿Alguna vez extrañaste a alguien a quien odiabas?
     Gus no dice nada. Doblo en dos la bandeja de cartón, tomo también las servilletas de papel arrugadas y llevo todo a la cocina. Piso el pedal del tacho de basura y levanto la voz:
     -La mano del hombre, es eso: su presencia en la casa, no tener que preguntar algunas cosas. O no tener que hacerlas.
     -Y sí. Es lógico  -al otro lado del vano de la puerta, Gus se inclina en su silla para encuadrarme-. A mí me parece bien que las mujeres no sepan ni quieran hacer algunas cosas que los hombres solemos hacer naturalmente bien. Está bueno que podamos ayudarnos, que podamos complementarnos. La semana que viene voy a estar muy ocupado, tengo que grabar a unos chicos, pero después podría venirme un día y te la pinto.
    
     Algo así como diez días después, revuelvo con una ramita el barniz y el agua ras. Gus quita el envoltorio transparente que cubre las cerdas de un pincel.

    -A mí me gustaba esa música  -dice-. Me gustaba la música inglesa, me gustaban los grupos que le gustaban a Juanse, que acá no habían sido muy difundidos, exceptuando los Rolling Stones. Igual los Rolling Stones, en los ’80 no eran tan conocidos en la Argentina; en ese momento no hubieran llenado cinco estadios de River ni por casualidad. De todas maneras había también otras cosas que me gustaban, que me parecían buenas, como por ejemplo David Bowie, los Sex Pistols, Iggy Pop, The Clash, Lou Reed, New York Dolls, qué sé yo, grupos que acá no eran muy conocidos. No eran conocidos porque toda esa época del rock punk en la Argentina pasó casi desapercibida. Fue reemplazada por el rock sinfónico o el jazz-rock, ese tipo de cosas. Entonces, bueno, los invité a al estudio y grabamos varios temas. El más redondo fue Descerebrado. Me gustaba porque tenía un clima muy desolador y describía toda la situación de sentirse perdido que tiene un chico en la adolescencia. Descerebrado por la calle voy/ descerebrado sin saber quién soy, decía la letra, que contrastaba con las letras en boga en esa época, que eran todas así muy de felicidad, más alegres. Grabamos ese tema y empecé a mostrar lo que hacían a músicos amigos y a los productores con los que yo trabajaba en esa época como Daniel Grinbank, Bernardo Bergeret, Alberto Ohanian, la gente de Abraxas. Aunque a varios de ellos les gustó, lo consideraban muy a contramano de lo que estaba en boga. Lo escuchaban y decían “ah, está bueno”, pero nadie me decía “me interesa contratar a este grupo”. Entonces pensé: tal vez lo que habría que hacer es grabar un master y vendérselo a alguna compañía porque quizás, qué sé yo, la compañía no quiere afrontar la inversión de hacer una grabación, pero si les doy la grabación ya terminada, por ahí la compran. Así que nos pusimos a grabar un disco en serio: incluimos algunas canciones que ya habíamos grabado en los demos, más otras nuevas. El primer disco de los Ratones Paranoicos se llamó Ratones Paranoicos.


Grabación del primer disco "Ratones Paranoicos" 1985
(Foto de Héctor Milberg)


 Juan Sebastián Gutiérrez, frontman de la banda, levanta la taza de té, bebe y después le da otra pitada a su cigarrillo.
     -Ya con Roy y con Sarcos estables, además de Pablo, con quien ya veníamos de antes, empieza el trabajo de crear y de ensayar  -hace una breve pausa, fuma-. A partir de ahí, inclusive en la sala de Ramos Mejía les empezamos a gustar a muchos que nos dejaban tocar... no digo por lástima, pero por conmoción, tal vez. Entonces nos dimos cuenta de que teníamos un par de cosas que eran importantes. De hecho, el primer disco nuestro, si bien es el resultado de un demo, tiene temas que hoy los Ratones siguen tocando en sus shows. DescerebradoEstrellaBailando conmigo, son temas que hoy se siguen tocando. Y cuando corrés el manto así de golpe y te encontrás, después de haber armado muchas bandas y de haber tenido un montón de historias, con la formación estable, fue como que todo lo que veníamos arrastrando, que parecía inconexo e irracional, cobró una forma muy definida. A partir de ese momento, nos dimos cuenta de que el compromiso o la angustia iban a pasar por el lado de que ya teníamos que salir de ese embrión y mostrar lo que hacíamos al establishment. Y eso fue lo más duro. Así que cuando aparece la conexión de Pablo que me dice “che, yo tengo un primo que tiene un estudio muy conocido”, yo le digo “escuchame, por favor, si no nos vamos a morir todos de desesperación”. Entonces bueno, cuando le llevamos una grabación que habíamos hecho en Ramos Mejía y Gustavo la escuchó y nos llamó, comenzó una larga... fue como la Cuaresma nuestra.
  -Una Cuaresma que en lugar de durar cuarenta días se prolongó durante dos años.
  -Yo con Gustavo frené la desesperación, digamos. Me la banqué. Me costó mucho porque yo era un tipo ta. Yo quiero, ta, ta, ta.
  -No querías esperar más.
  -No, no, porque no hay tiempo. Cuando hay tiempo, hay tiempo. Cuando no hay tiempo, no hay tiempo. O sea: no justifico ir a 90 por la ciudad, puedo tardar un año en llegar. Pero los tiempos en la música son globalmente musicales, desde la perilla que se aprieta hasta la cuerda que suena, y la que hay que esperar para que entre el otro instrumento. En ese aspecto esperé porque sabía que él... yo hice una ecuación una noche cuando llegué a casa. Porque nosotros íbamos por supuesto cuando él estaba libre, entonces nos encontrábamos a la noche, a veces a la tarde, pero en general de noche, y teníamos que volver de Parque Leloir en colectivo. El único colectivo que pasaba, no me acuerdo el número, te llevaba a Liniers y en Liniers había que tomar el que te llevaba a Devoto. A veces nos quedábamos con los ojos así  -hace un gesto con las manos, extendiendo los dedos delante de su cara-  de hablar con Gustavo. Y después de hablar con él, deliberábamos nosotros. Idas y venidas, idas y venidas. Yo creo que fue un gran logro de Gustavo porque lo que nos impuso justamente fue el “pará, pará, vamos a grabar, pero vamos a grabar bien, no a grabar por grabar y que después, en el 2000, no quieras escuchar eso que grabaste aquel día”. Entonces, lógico, esas cosas llevan un proceso muy largo. Pero nos puso en órbita, digamos, y en el ’85 grabamos la primera pista que fue Descerebrado. Ahí también Gustavo se relajó muchísimo porque el problema más importante que él tenía para apostar todo, era que no sabía realmente si había un compositor en la banda y en el caso de que lo hubiera, cuántos temas podían llegar a tener estos cuatro tipos. Ahí fue cuando empecé a apelar a todo lo que disponía en ese momento, porque antes de Descerebrado estaba Autocine, un tema que se llamaba La orden de Dora, después apareció DescerebradoEstrellaPrimavera nacional y pa, pa, pá. Un día estábamos mezclando el demo me acuerdo y llegó Héctor Starc y escuchó una frase de un tema nuestro que dice: “Tu nena está caliente/ yo sé quién se la tiende”, y en esa época, viste... Dijo: “¿Qué hacés con éstos?, ¿quiénes son?, ¿qué estás haciendo?”. “No, es la banda de mi primo, son mi primo y su banda”. “¡Pero esto tenés que hacerlo ya!”.
     -A Héctor le gustó lo que hacían.
     -Sí, a Héctor le gustó. Creo que fue lo único que le gustó.

     -Viste que la conexión se dio porque Pablo Memi, el que era bajista de los Ratones, es primo de Gauvry  -me explica Héctor Starc-. Entonces se ve que el tío de Gustavo lo llamó y le dijo: “Mirá, este pibe no quiere estudiar, es un vago, dice que toca rock & roll. Por qué no le grabás un tema y me decís si sirve para algo o lo mando a estudiar”. En esa época nosotros estábamos muy en la onda David Lebón, muy Spinetta. Entonces, escuchar un grupo que hacía rockito de cancha de fútbol para mí era una cagada. Pero me interesó Juanse porque el primer tema que me pone Gustavo dice Tu nena está caliente/ yo sé quién se la tiende  -Starc imita la voz de Juanse y toca el tema en su guitarra-. Cuando escucho eso le digo “¡chau! ¡tienen que grabar ya! ¡un tipo que hace esa frase va a ser un genio!”  -recuerda exaltado-. “Pasá a otro tema”, le pido a Gustavo. Y pone un tema que dice Descerebrado por la calle voy. Y yo pensé ¡no, este pibe es un genio! “Me lo tenés que presentar”, le dije. “¿Cómo va a hacer un tema que dice Tu nena está caliente y otro que dice Descerebrado? ¡Nos está hablando a nosotros!”. El disco costó sacarlo  -casi parece que reflexionara después de referirse a las drogas y el alcohol como los causantes de la descerebración padecida-  porque era bien Rolling Stone, era como son los grupos de ahora, los...  -chasquea los dedos- Callejeros, Los Villanos, bien berretas, así eran los Ratones -aunque parezca lo contrario, a su manera Starc los está ponderando-. Y en esa época todo tenía que sonar modernoso, viste, todo tenía que ser Soda Stereo.

      Gustavo Gauvry se pasa por los dedos un trapo con aguarrás para eliminar los restos de pintura. De su mochila saca un sobre de papel madera.
     -Te traje unas fotos de los Ratones.
     Son fotos en blanco y negro, tomadas en el estudio. Se los ve a todos muy jóvenes y muy concentrados.
     -En esa época, Héctor Milberg, un amigo mío que es muy bueno para la instantánea, solía sacarles fotos a los artistas del sello cuando venían a grabar. Se terminó haciendo amigo de los chicos.
     -¿Es el hermano de Pablo, el que te llevó al Far West?
     -Claro  -Gustavo se sonríe, recordando quizá el día que llegó a Parque Leloir por primera vez, o el día que me lo contó.
     La mesa recién pintada está en el patio, secándose al sol. Nos acomdamos en el piso y tomamos té en grandes tazas, con las fotos deslizándose entre los almohadones.
     -Ellos venían muchas veces a través del barro, tomándose un montón de colectivos.
     Los chicos crecen. El tiempo les va implantando un carácter a sus caras todavía jóvenes; la perseverancia dejará unos cuantos surcos.
     -Fue muy grato estar ahí y ser testigo de la transformación  -subraya Gustavo-. Poder observar  cómo llegan a convertirse en estrellas.
     Héctor Milberg pudo detener en imágenes a los que llegaban al Cielito con el barro hasta las rodillas. El movimiento inverso, en cambio, no quedó registrado.  Gus Gauvry sostiene, sin embargo, que él vio a más de uno correr hacia el barro huyendo de ciertas amenzas que a veces se cernían sobre las gráciles praderas del oeste.

     No sé si reirme o preocuparme.
     Fito se acaba de pelear por enésima vez con Faby. Cuestiones artísticas de la grabación del disco debut de Fabiana Cantilo y los Perros Calientes, mezcladas con su apasionada relación personal. Pero resulta que el tipo da un portazo y se va caminando para la autopista.
     Imagino la escena: medianoche, parada de colectivos en Brandsen y colectora del Acceso Oeste. Fito Páez, terriblemente enojado y sin tener la menor idea de dónde está, espera un colectivo que tal vez no existe, para que lo devuelva a la civilización. Es un cuadro surrealista.
     Le pido a Peter, mi asistente, que lo vaya a buscar.


    


sábado, 29 de agosto de 2015

28.Marta

Marta



Al día siguiente Gustavo Gauvry me llamó para preguntarme cómo me había ido.
     -Nos besamos  -confesé.
     -¿Cómo que se besaron?
     -Así, como lo escuchás: nos besamos. Un beso rockero.
     Oigo una risa corta, áspera.
     -¿Y cómo es un beso rockero?
     -Tumultuoso.
     -¿Fue durante la entrevista? ¿En su casa?  -Gauvry no daba crédito.
     -No: en un sueño.
     -Ah, menos mal. Me habías asustado.
     -Te dije que me iba a buscar un novio rockero.
     Como él no replicó nada, seguí:
     -Mi inconsciente ya empezó a tender redes. Primero el sueño erótico. A continuación, el encuentro. Juanse estuvo de acuerdo  -mentí.
     -Lo voy a tener que llamar a Juanse.
     -Pero somos grandes, Gus. ¿Qué le vas a decir? ¿“No debiste besar a mi biógrafa”?
     -¿Me estás diciendo que entonces pasó algo?
     -Claro que pasó.
     -Bueno, no sé  -se malhumoró Gauvry-. Eso no lo pongas. No le interesa a la historia.
     -Vamos… cómo que no. Es lo más jugoso. Literalmente.
     -Escuchame, te tengo que dejar. Estoy por pasar un peaje.
     -¿No querés saber lo que me dijo Juanse?
     -Ahora no. Te llamo la semana que viene.
     -¡Pero hoy es martes recién!
     -Podés pasarme la entrevista por escrito.
     -Juanse me dijo en qué parte del jardín está enterrado el enano.
     -¿Dónde?  -se interesó, por fin.
     -Te llamo la semana que viene y te cuento con lujo de detalles.
     Diez minutos después tocó el timbre de mi casa.
     Y le tuve que contar.


     -Yo le agradezco a Gustavo todo lo que me pasó a mí durante estos años.
     Marta tiene las manos entrelazadas sobre el delantal de cocina y se las queda mirando.
     -Hace dieciocho años que estoy  -ahora levanta la vista-. El tres de diciembre se cumplieron dieciocho años. Me acuerdo que había venido por quince días nada más. Una señora me trajo, porque se iba de vacaciones. Ella vivía cerca de mi casa y tenía un nene. El nene quedaba conmigo cuando ella venía a trabajar. Y un día viene y me dice: “Marta, necesitan una chica porque yo me quiero ir unos días”. Entonces vine por quince días y me quedé dieciocho años. Cuando me pongo a pensar me pregunto si no me habrán echado un montón de veces y no me di cuenta.
     Era un viernes de mediados de febrero, muy caluroso. Gus me había pasado a buscar a la mañana temprano para ir al estudio. Cuando llegamos, Pablo nos informó que los viernes Marta llegaba al mediodía. Pablo hace tareas de todo tipo en el estudio. Ese día me presentó a Mora y a Gua Gua, las perras de Cordera. Gus había subido a su nave del segundo piso. Tenía que trabajar. Así que anduve por ahí, revoloteando. El calor apretaba. Me saqué las zapatillas y sumergí los pies en el agua. Pablo se acercó y me dijo que podía buscarme alguna malla. Las chicas siempre las dejaban. No le pregunté qué chicas. Imaginé fiestas acuáticas y mujeres rientes que se dejaban tirar al agua completamente desnudas. Aunque me estaba insolando, le dije que me encontraba perfectamente, no hacía falta que buscara ninguna malla.  Gua Gua, al vernos junto a la pileta empezó a trotar. Venía del fondo, con la panza y las patas totalmente embarradas. Se zambulló. Ahora se acercaba nadando.  Pablo comentó que a Gua Gua le encantaba nadar. Mora, en cambio, prefería refregarse en los charcos, al lado de las plantas. Si el karma existía, pensé, estas perras tenían del bueno. Eran las únicas que ese mediodía tórrido hacían uso de la pileta y el parque con fines netamente recreativos. Todos los demás trabajaban. Y yo esperaba a Marta.
     Sacudí los pies y me dirigí a la cabaña. Abrí la puerta. Pedí permiso para pasar a una penumbrosa oquedad. Nadie me respondió. Entré. En la habitación que había sido de Gustavo y Floki todavía imperaba una cama matrimonial. Prendí el aire acondicionado y me tiré.
     A pesar de que la espera en cualquier lugar que no sea mi casa, donde puedo hacer otras cosas, me produce un enorme fastidio, sentí que estaba exactamente donde quería estar. “El lugar elige a las personas”, me había dicho Gustavo Gauvry  una vez, refiriéndose al estudio. Giré hacia un costado y me acurruqué. La habitación empezaba a enfriarse. Antes de cerrar los ojos observé la colcha: había un par de pelos negros, duros y espiralados. Instantáneamente los relacioné con ciertas zonas del cuerpo y con ciertas actividades de esa zona. Di un respingo y salté de la cama. Me sacudí la ropa y la piel. Volví a mirar la colcha. Quería detectar si también había manchas. Blanco amarillentas u otro tipo de manchas. Y sí: había todo tipo de manchas. Me senté en una silla  junto al escritorio. Corrí un poco las cortinas. El jardín se veía quieto como una estampa y yo empezaba a aburrirme. Abrí el cajón del escritorio para ver si encontraba algún libro. ¿Qué esperaba? ¿Encontrar una Biblia, como en los hoteles? Encontré una caja abierta de preservativos.


     Cuando llamaron a la puerta me sobresalté.

viernes, 28 de agosto de 2015

27.Ratoneándome

Ratoneándome


-Llamalo y arreglá vos directamente  -me dice Gus y me pasa su teléfono.      
     Ni asistentes, ni secretarias, ni mánagers. Llamo y atiende Juanse.
     -¿Cuándo te parece que nos podemos juntar?  -pregunto no sin cierto comedimiento.
     -Mirá, no te digo que te vengas ahora porque justo estoy por salir pero tratándose de Gus y el Cielito… en cualquier momento. Mañana si querés.
     -Quiero.
     La absoluta disponibilidad del hombre de Devoto no era una pose, no era una mentira, tampoco era una verdad: era un deseo.
     Lo siguiente, entonces, fue la dilación. A mi “quiero” siguió un “llamame mañana”. Eso hice. La respuesta a ese llamado fue: “hoy no”. Esta modalidad se repitió durante dos o tres semanas. Yo lo llamaba a su casa, al celular, otra vez a su casa. Él insistía con vehemencia: “llamame, llamame”. Yo nunca me había sentido tan feliz con alguien capaz de decirme que no tantas veces seguidas. 
     Un día, finalmente, toco el portero de la dirección que me dio. En el palier descubro un espejo. Me acomodo el cuello de la camisa y el pelo. Varios escalones más abajo, el viento desparrama hojas por la vereda y una anciana,  en un gesto tan inútil como el mío, da pasitos cortos y rígidos más atenta a los cabellos que quieren huir de su cabeza que a las anfractuosidades de las baldosas. Cuando vuelvo a mirar hacia el hall, veo venir, a través del vidrio, una mujer joven y rubia.
     -Hola  -me dice después de abrir la puerta-. Soy la mujer de Juanse.
     Julieta es suave y delicada. En el ascensor comenta lo  ocupado que está Juanse. El tono es menos de queja que de preocupación. Le pregunto cuántos chicos tienen. Dos, me dice con la voz y con los dedos de una mano. Y sin que yo se lo pida me dice también los nombres y las edades. Entramos por la puerta de servicio porque tienen un problema con la cerradura de la entrada principal. En la cocina, una señora circunspecta que prepara mate, se apresura a sacudir sus manos y secarlas en su falda o delantal. Sobre la cabeza parece llevar un gran gorro hecho con inverosímiles copos de nieve. La nieve no cae pero más abajo, como si procediera de allí, una sonrisa quieta, silente y moderada, se instaura en el rostro de la señora.
     -Ella es mi suegra  -presenta Julieta.
     La señora realmente se parece al chico que inventó la patria stone. La saludo y paso al comedor donde,  somnoliento y con el pelo revuelto, encuentro a Juanse esperándome. Señalo mi reloj pulsera, me disculpo. Habíamos hablado por teléfono tantas veces quedando para el día siguiente y hubo para esa cita hipotética y reiterada tanta cancelación, que cuando finalmente el día llegó, yo esperaba que me dijera “hoy no” y él esperaba que llegara a las dos.
     Lo llamó a Gus y Gus, azorado, me llamó a mí: “¿Qué pasó, Cande? Juanse te está esperando”. Marqué su número y con el tono afable y práctico de quien se encuentra a la vuelta, le dije: “Voy para allá”. Estaba en la otra punta de la ciudad. Llamé a un remís.
     -¿Qué tomás? 
     -Un café  -respondo.
     -Sentate donde quieras, acá hay un sillón  -su brazo se extiende en dirección al living y enseguida todo él desaparece.
     Observo la gran mesa de comedor y a la derecha, ingresando en el otro ambiente, un sofá de cuerina blanca de dos cuerpos, profundo, uno de esos en los que te sentás y te hundís a tal punto que para salir de un modo más o menos elegante necesitás ir corriéndote con disimulo hasta el borde. Pero el problema, cotejo, no es sólo el sillón o sofá. El problema es que las sillas y los butacones que completan el living están ocupados por guitarras. Un montón de guitarras duplicadas, al igual que las sillas, en el espejo que tapiza la pared del fondo. Pienso: “No nos va a quedar otra que sentarnos en el sillón de cuerina”.
    Unos días atrás, quizá como resultado de mi reciente separación, o de la pícara provocación de la vida que, como se dice, tras cartón me presentaba tantos personajes atrayentes, o de mi impensada respuesta a aquella pregunta de Gus (“¿Y vos qué harías?”. “Buscarme un novio rockero”) o de la diaria o casi diaria interacción telefónica con Juanse, o de todo eso junto, unos días atrás, decía, había soñado con Juanse. En el sueño, él me estampaba un beso.
    “Nos vamos a sentar”, sigo pensando ahora, en su casa, “y vamos a quedar sepultados en este sofá, uno junto al otro. Nuestras piernas van a rozarse. El grabadorcito digital se va a deslizar hacia mí, el otro ni siquiera se va a sostener parado, arriba de toda esta blandura blanca”. Miro alrededor en busca de una mesa ratona. Ninguna mesa. “Además”, continúo en mi soliloquio, “está el tema de las hojas, si eventualmente tengo que sacarlas, tal vez también se me deslicen, tapen el micrófono de los grabadores, se caigan al suelo. Y después ahí, los dos recogiendo por el piso, cabeza contra cabeza”.
     A todas las entrevistas había llevado, impresas, una serie de preguntas. El trabajo de formularlas por escrito me obligaba a recorrer la biografía de los entrevistados y a recordar los hitos de sus carreras. Nunca tuve que apelar a ellas pero saber que las guardaba en el bolso me hacía sentir más segura. Uno nunca sabe, me decía, a dónde lo pueden llevar las pleamares y bajamares del diálogo: a qué selva tropical, a qué isla desierta.
     Me imagino siendo tragada por la ciénaga de cuerina blanca. “Alcanzame esa hoja”, le imploro a Juanse con un brazo saliendo del miasma vaporoso, “alcanzame esa hoja que está adentro del cuaderno azul, no sé qué corno preguntarte”. Y Juanse, también hundiéndose: “No llego, las hojas se fueron para tu lado, pero por qué no improvisás, por qué no te soltás un poco, esto es rock, nena, sólo un poco de rock & roll”.
     Es demasiado riesgoso. Cuando vuelve con el café me encuentra finamente sentada a la mesa del comedor.
     -¿Te parece bien que nos quedemos acá?
     -Donde vos quieras.
     Me había salvado de la ciénaga.
     Dos horas después saludo de nuevo a toda la familia. La hija acaba de llegar del colegio o de baile. La mamá de Juanse me agradece, no sé por qué, pero me agradece. No sé qué decirle. Probablemente le digo o pienso que la agradecida soy yo. Todos resultaron tan sencillos y amables. Me siento como cuando voy a la casa de mi abuela. Suele haber bastante gente siempre en lo de mi abuela. Y cuando te vas todos salen a la puerta y dicen adiós con la mano como si te marcharas al fin del mundo. Acá fue un poco así también, el panel femenino de Juanse a pleno, diciéndome adiós y gracias y suerte con el libro.
    Juanse baja conmigo para abrirme. En el ascensor, me alienta para que escriba una historia “bien gorda” y me ofrece fotos. “Espero que todo lo que hablamos te sirva de algo”.
     Salgo a la calle. Me acompaña, apenas rezagado. Bajamos los escalones de la entrada. En la vereda el viento es fuerte, hace que nuestras cabelleras nos dejen atrás. Me doy vuelta para saludarlo. Los brazos con que nos acercamos crean un hueco que no es como la desolación del invierno. En ese hueco cálido me río. Juanse quiere conocer el motivo. “¿Qué pasa?”, pregunta. Muevo la cabeza y no le digo que es él, que él está pasando o me pasa.



Juanse. Luna Park 2011




jueves, 27 de agosto de 2015

26.Del Cielito Records La creación del sello discográfico

Segunda parte


Del Cielito Records

La creación del sello discográfico


“Por todas partes voy buscando un parlante
 por todas partes voy buscando así,
 solo, con mi cono de lluvia”.

Luis Alberto Spinetta,
Parlante





El rol del productor


-La idea de crear un sello siempre estuvo implícita  -me dice Gus-. Pero de alguna manera se demoró porque de entrada hubo tal aluvión de grabaciones en la cabaña y también de shows en vivo que no tenía tiempo de sentarme y pensar en producir a una banda. Hubo, no obstante, algunos emprendimientos en este sentido, como por ejemplo Suéter, el grupo de Miguel Zavaleta. Suéter estaba en la órbita de Daniel Grinbank, que tenía una oficina de representación de artistas donde también estaba David, con Serú Girán. Y estaban ahí, en la cola, esperando que Grinbank los hiciera grabar. Entonces nosotros, para hacerles la gamba, los invitamos a que grabaran en el estudio así podían arrancar de una vez con su proyecto discográfico. En lugar de estar esperando a que Grinbank les diera horarios en algún estudio podían llevarle una cinta ya terminada para que el tipo agarrara y la publicara. O sea que, de alguna manera, yo me estaba asociando a ellos en un proyecto de producción. Además, el estudio independiente y la productora independiente eran como dos cosas que venían de la mano. Así como nosotros, en el ámbito de Serú, habíamos soñado con tener un estudio propio en consonancia con lo que estaba pasando en Europa y en Estados Unidos en esa época, también habían empezado a surgir los sellos independientes. Incluso las grandes bandas empezaron a armar su propio sello, como por ejemplo Los Beatles, que crearon Apple. Por otra parte la idea del sello independiente estuvo muy ligada al rock porque los músicos de rock en general se sentían encorsetados en una estructura de compañía discográfica tradicional. Como en ese momento el rock no era lo que más vendía y por eso no interesaba mayormente a las compañías, a veces, como nos contaba Luis, te presionaban para que grabaras algo más comercial, de alguna manera tenías que hacer algo parecido a... no sé, a lo que hacía Palito Ortega. Todas estas cosas quedaban resueltas, obviamente, si tenías tu propio sello y tu propio estudio.
     -En este caso los músicos podían trabajar con total libertad.
     -Claro. De hecho, ésa era la razón por la cual no existían los productores discográficos en nuestro país: si eras un músico de rock, sentías que se te iba a meter un tipo ahí, en el estudio, para convertirte las canciones, cambiarte las letras, darte un perfil más mainstream. Y eso era justamente lo contrario a lo que querían los músicos de rock.
     -¿No existían productores discográficos o no existían productores discográficos de rock?
     -Había productores pero producían lo que en ese momento se llamaba música beat. En cambio, la música progresiva, de vanguardia, de angustia, de exploración, la música que fusionaba ritmos, que buscaba la manera de explorar nuevos sonidos, nuevos ritmos, nuevas fronteras, no les interesaba para nada. A las compañías les interesaba vender. Entonces si a vos te metían un productor...
     -Posiblemente desvirtuara lo que vos hacías en función de lo que la compañía quería. ¿Siempre que entrabas en una compañía te ponían un productor?
     -Sí, bueno, eso era lo que la compañía quería y en general el grupo trataba de que no. Era como una reivindicación...
     -De la libertad creadora.
     -Claro, es decir: “A mí no me produce nadie y yo hago lo que quiero”. Lo que pasa es que no siempre lo lograban. O pasaba que, en realidad, se metían en el estudio y no tenían idea de lo que había que hacer. O terminaban sonando muy mal porque no sabían cómo grabar, cómo lograr lo que querían, lo que se les ocurría. En Europa, en cambio, los músicos sí contaban con alguien que los guiaba adentro del estudio, que los orientaba, alguien con quien podían compartir el proceso creativo, que fuera como un espejo, un buen interlocutor, alguien que te dijera “mirá, esto está bueno, esto está malo, acá convendría hacer tal cosa, tal otra, esto está desafinado o esto no sé qué”. Había como un interlocutor calificado y respetado por el músico. Acá no. Acá durante muchos años no existieron los productores. Es algo que en el rock empezó prácticamente en los ’80. Lo que pasa es que, como te dije antes, la idea de crear un sello independiente terminaba quedando siempre postergada. Por un lado, porque el estudio era chico y casero: no había una gran capacidad horaria, no se podía grabar día y noche, con distintos técnicos y distintas bandas. Las grabaciones siempre se hacían de a una. Por otra parte, como el estudio era novedoso y empezó a generar discos que tuvieron gran éxito, había mucho trabajo. Y todavía necesitábamos invertir en la construcción del nuevo estudio y en seguir incorporando máquinas y tecnología. No podíamos dedicarnos a producir lo que nosotros queríamos. Entonces durante los primeros años el estudio funcionó como un estudio de grabación que se alquilaba, se contrataba. A veces sí se hacían pequeñas producciones como demos o discos que después tratábamos de colocar, como fue el disco de Suéter, que te mencioné antes. Pero la idea de hacer un sello independiente quedó ahí, como en stand by. Hasta que aparecieron los Ratones Paranoicos.
     Gustavo Gauvry hace una pausa.
     -¿Querés un té?   -ofrezco.
    Sigue haciendo frío y ha empezado a llover.
    Estamos en casa.



Ratones Paranoicos. 1986
(Foto de Héctor Milberg)