La fidelidad a a
a á
El día de su regreso a los
escenarios, después de cuatro años de ausencia, el Indio Solari dice que la
fidelidad tiene cierta cuota de perversión. Pero levanta la vista hacia el pogo
más grande del mundo y agradece que todos seamos un poco perversos.
Desde una tribuna alta observo la febril
marea humana que ha venido a escuchar la
voz áspera y rugiente del último mar. Sobre el escenario llueven luces como
latigazos de fuego. No hay cornisas apacibles. El cantante se mueve entre dos
imposibilidades: en toda fidelidad hay una renuncia. En toda infidelidad hay
una vocación. Si juntamos la vocación y la renuncia tenemos algo así como un
monje. Un monje perverso.
Comprimido entre el desfiladero y el mar,
el hombre canta. Aprieta la voz y las manos, no es un canto de alabanza.
Tampoco de protesta. Para alabar, para protestar, tiene que haber alguien allí.
No hay nadie.
Un grito destemplado se cierne sobre el
pogo. Patéticas fidelidades ciñen
sus manos a la roca y patalean en la nada. Él les muestra la cara del abismo.
Ha estado largo tiempo mirándolo.
Con las manos en los bolsillos y un gesto
de desaprobación, un hombre de anteojos oscuros y cabeza rapada sufre al del
escenario. No sé cómo lo ha logrado: a su alrededor no hay nadie. Quisiera
acercarme, pero entiendo que está rodeado de fantasmas. Amores como flechas van cruzando el sueño.
-La fidelidad, para mí, es un
grado de perversión que yo practico
-afirma el Indio en la tarde lluviosa-. No tiene que ver con ningún
hecho natural: vivir en pareja es un condicionamiento social. Hoy en día ya no
significa mucho, son muy pocos los casos.
-Como dice Woody Allen: “La fidelidad sólo
existe en los equipos de audio” -acota
Gustavo.
-Todo depende, insisto, de cuál es la
mirada que uno necesita -relativiza el
Indio-. Yo creo mucho en el principio ordenador del placer pero no elijo cosas
muy meloneras. Las describo meloneramente pero lo que yo elijo es lo que quiero
hacer. Tengo este momento, se me están dando las posibilidades de hacerlo...
-La vida en pareja, el matrimonio,
¿riñen con la famosa libertad necesaria al artista o, por el contrario, sirven
para contenerlo?
-Yo creo que pasa de todo, pero que pasa
de todo en cualquier silla en la que te sientes en el restaurante de la
naturaleza. Es muy difícil contrastar el hecho de que salís y todo el mundo te
pasa la lengua por la oreja, que sos divino, que sos más lindo de lo que sos,
que sos un capo, que sos inteligente, y en tu casa, el que tiene acceso a tu
intimidad, te trata y te respeta tratándote como pelotudo porque dejaste
prendido el calefón. Entonces en ese momento no sé si es agradable porque no
está sustentando tu estado de ánimo que alguien te reconozca como un miserable
o como un egoísta o como un jodido. Pero por otro lado es el que te preserva de
que uno crea que no es ni miserable, ni jodido, ni tiene mal aliento de origen
bucal. De origen Bucay. Creo que cada uno tiene que saber lo que es mejor para
su vida, para poder hacer lo que quiere hacer. Entonces: yo elegí eso -es un atributo de la seducción que no la
nombre, que se refiera a la vida en pareja dejando un enorme espacio
innominado, anónimo. Y después, casi como si se excusara-: Lo que pasa es que
cuando uno tiene cincuenta y seis, cincuenta y siete años, veinte no son nada,
son menos de la mitad de tu vida. Yo creo que cada uno elige. Hay gente que, al
contrario, necesita de una especie de caos, de lo que en la psicodelia
llamábamos circo mágico, el pensamiento lateral. Dejarse conmover por ese circo
que presenta desordenadas visiones que el artista después tiene que ordenar si
es que va a transformarse en artista. Yo no necesito el circo mágico.
El Indio Solari en New York, durante la mezcla de Luzbelito, en 1996
-¿Ni siquiera en la primera parte de tu
vida se dio eso?
-Bueno, yo soy un hombre de la psicodelia.
Casualmente, la idea, en ese momento, era un poco apartarse del circo mágico,
no quedar prendido de las visiones sino ir a la profundidad, más allá del
neocórtex, al estado del sistema límbico... bueno... estamos hablando de cosas
que...
-No, no, es muy interesante lo que estás
diciendo.
No te frenes, Indio, no ahora, cuando
estás a punto de saltar donde las palabras no tienen razón de ser. Pero
entonces, justamente, ¿cómo hará para trasvasar lo entrevisto en aquel
territorio a estas vasijas sonoras que no alcanzan a apresar ciertos sentidos
sin fragmentarlos y convertirlos en otra cosa? ¿Se puede contemplar el océano en un vaso de agua
salada? ¿Puede la palabra encadenada distribuir libertades? ¿O la palabra ciega
hablar de luz?
-De drogas no me gusta hablar -cierra el Indio.
-Temés que se te tome por un defensor
-arriesgo.
-En definitiva lo soy. Lo que pasa es que
lo soy de una manera muy particular cuyo discurso depende de una comprensión
social que no hay. Sobre todo hoy en día, por cómo se usan las drogas.
-Y además de las drogas, ¿qué otra cosa te
parece que puede ampliar la conciencia más allá del neocórtex?
-Mirá: yo me he untado casi todas las
mantecas y a mí, en realidad, lo que me ha transformado en un aventurado no han
sido las respiraciones yoga ni toda la editorial Kier completa: ha sido la
psicodelia. Uno curioseó en todos lados, fue a abrevar en distintos lugares
porque era lo que a uno un poco lo conmovía: zafar del estado de las cosas y ver
qué otros caminos, qué otras experiencias no ordinarias, qué otro tipo de cosas
podía provocar una vida que a uno le resultara más atractiva para ser vivida.
Independientemente de que tenga que ver con una circunstancia cronológica, a mí
me tocó la psicodelia como lo más importante. La psicodelia y estar metido en
serio en un movimiento cultural, para mí el más importante que ha habido en
muchísimo tiempo, que es la cultura rock. Todos los cambios que se han dado en
la sociedad... la gente cree que es una cultura perdedora. Yo no creo eso.
-Te referís a la cultura rock.
-Sí, sí.
-¿Y por qué “perdedora”?
-Porque muchas de las propuestas
originales, como la difusión del poder, la difusión de la riqueza... la cultura
rock tenía muchas propuestas políticas. Cuando yo hablo de la cultura rock no
estoy hablando del género rock. La cultura rock usa de música de fondo y de
hilo conductor el rock & roll, sus letras y el discurso de los músicos, las
búsquedas que hicieron todos los artistas vinculados con la cultura rock para
ampliar el campo de su quehacer, de su imaginación, de su sensibilidad, de sus
emociones, de todo eso. Se hicieron un montón de búsquedas que dieron distintos
resultados. Hablábamos de las diferencias entre un artista y otro en relación a
lo que les pasó en sus experiencias con las drogas: mientras unos murieron o
enloquecieron, otros yo creo que son personas mucho más aventureras y fueron
mucho más lejos que los psicólogos, por ejemplo, o los psiquiatras.
-¿Y qué pensás de la cultura rock hoy?
¿Sigue viva o se aburguesó?
-Yo creo que hay que aceptar que las cosas
tienen un tiempo de duración. Bastante duró esa cultura con un cierto
imperativo. A tal punto que mucha gente cree hoy en día que gobierna. Yo creo
que también es verdad, pero en un estado de decadencia. En los chicos no veo
las ambiciones que teníamos nosotros. La ambición de los chicos es pegarla,
llegar a ser importantes para ganar dinero y hacer buenos negocios.
-Claro, pero no hay una búsqueda del ser,
digamos, a través del quehacer artístico o musical.
-Yo creo que hoy en día es la música
oficial del sistema. No es una música confrontativa ni vanguardista. Sigue
representando, aparentemente, las necesidades de mucha gente, pero a los
artistas no se les ocurre nada nuevo. Hoy es la industria. Entonces a uno, que
tiene la edad que tiene uno, los revivals
permanentes medio que lo fatigan. De ahí que uno resulte ser un poco más
atrevido y hacer un álbum como el anterior en el que trato de incorporar algo
diferente para ver si en ese cuenco donde yo mezclo las cosas, me aparece algo
que me divierta, que me sea atractivo. Yo inventé la frase: “saltando por
encima de los decorados del rock”. Para un verdadero rocker, en realidad, lo
ideal sería que hubiera una puta novedad permanentemente, no hacerle la venia a
una cultura que ya era vieja en el momento que uno empezó.
-Y hoy, ¿qué te mantiene fresco, vivo?
-Nada
-se ríe el Indio-. Fresco, nada. Vivo, sí.
-¿Y qué te mantiene vivo como para seguir
creando? Porque en esa incipiente cultura rock había una utopía, unos ideales,
una búsqueda...
-En este momento estoy muy metido...
Siempre tengo para mí que un hijo es uno mismo en un proyecto nuevo.
-Te conmueve la paternidad.
-Sí, pero me conmueve en todo sentido, no
es esa cosa tontolina del papá baboso sino el redescubrimiento de la inocencia,
de la ternura, algo que yo tenía perdido porque fui tempranamente escéptico.
-¿Sos un duro? ¿O eras un duro?
-En realidad lo sigo siendo, para los
estándares de lo que la gente cree. Yo soy muy melonero. Desgraciadamente, eso
hace que no resuenes vivamente con respecto a cualquier estímulo, ¿no?.
Insisto: cuando has sido aventurero en los distintos rincones del cerebro,
pasan cosas difíciles de transferir, como no sea a través de lo que uno hace.
Hay lugares de los que es muy difícil volver. Circunstancias a las que el único
que les puede sacar provecho es uno, viendo cómo transferirlas de otra manera.
Con respecto a la inocencia, hay un momento donde vos ves realmente qué otras
capacidades podría tener la condición humana. Y que se pierden rápidamente, más
cuando el modelo vigente o el prejuicio vigente, o la convención vigente, casi
te ordena a apartarte de la esencia. Entonces, bueno, tenerlo ahí a mano...
ayuda mucho.
Se refiere a su hijo. Estuve tentada de
corregir: “Entonces, tener a mi hijo ahí a mano” o “tener a Bruno ahí a mano”.
No porque haya algo que corregir en lo que dice el otro, sino para que el
lector entienda. Pero me contuve porque el Indio no habla así, no personaliza
su discurso al punto de hablar de lo suyo (“mi” hijo, “mi” estudio, “mi” casa,
“mi” mujer). Nada de mi ni de mío. A lo sumo: “Tengo para mí”. Y, en estos
casos, se trata de una idea acerca de algo. Entonces: lo más propio aparece
vagamente. Nada de papá tontolín, ¿entendido?
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