sábado, 12 de septiembre de 2015

42.Andrew Oldham en el Cielito de Ratones Paranoicos

Andrew Oldham en el Cielito de Ratones Paranoicos



Los Ratones Paranoicos, entonces, graban sus tres primeros discos como artistas del sello Del Cielito Records. Y crecen. Vaya si crecen: las mismas compañías que en un principio los habían descartado, ahora los llaman por teléfono y ponen sobre la mesa todos los recursos que tiene una compañía discográfica grande: más promoción, más publicidad, adelanto de regalías. Gustavo Gauvry no puede competir con esas ofertas pero como todavía, por contrato, les restaba grabar un disco más como artistas del Cielito, negocia su salida del sello: se reúne con la gente de Sony (una de las compañías que los querían contratar) y llegan a un arreglo por el cual Gauvry queda relacionado como director artístico.
     Sin embargo, los Ratones Paranoicos todavía volverán al Cielito como se vuelve al primer amor.
     -Todos esos años que trabajamos juntos  -rememora Juanse-  fue como que vimos crecer a nuestras familias también. Yo a Paul y a Violeta los conozco desde que eran chiquitos, desde bebés. Entonces, cómo te puedo explicar: se formó una relación interesante desde todo punto de vista. Porque yo siempre estuve del lado de la producción. No en la producción contante y sonante sino más bien como una especie de copiloto del productor. Así que con Gustavo hemos laburado mucho juntos  -y acá otra vez ese movimiento particular de Juanse: uno pensaría que ahora va a agregar “fueron horas y horas de matarnos con la producción”, pero no-: Hemos aportado horas de... de todo: de tomar alcohol, de divertirnos, de dejar todo, por ejemplo, y estar sin hacer nada  -dice, en cambio, para agregar después-: Fijate cómo sería el trato que Floki me preparaba la habitación de Paul para que me quedara a dormir. Yo dormía, yo me instalaba ahí. Mi vieja me llamaba para preguntarme qué pasaba, cuándo iba a volver. Por mí, me hubiera quedado a vivir en el Cielito.
     Pero suena el teléfono. Juanse ya no vive con “la vieja” ni tampoco está durmiendo en la camita de Paul. El teléfono suena donde vive solo y aunque está durmiendo, aunque está dormido, pega el manotazo y lo atiende igual. Juanse no entiende nada, todavía no termina de salir de la noche, de los sueños. Al otro lado de la línea, una voz en inglés:
    “-Hola, soy Andrew Oldham.
    Juanse no entiende nada.
    -¿Vos sos el cantante de la banda?
    -Sí.
     -¿Cuántos discos tienen?  -Andrew no se andaba con vueltas.
     -Cuatro. Estamos lanzando nuestro cuarto disco: Tómalo o Déjalo.
     -Okey, bueno. ¿Cómo hago para escucharlos?”
     -Yo no sabía qué contestarle  -confiesa Juanse el día de la entrevista.
     “-Te grabo un casete  -le dice-. Y te lo mando.
      -Para mí es lo mismo: un casete, un ensayo. Y los discos anteriores... me gustaría escucharlos.
     -Bueno, te los mando también  -promete Juanse.
     -No, no, no -le responde Oldham-. Empecemos a escucharlos ahora”.
     -Todo en inglés. Yo de inglés no entiendo, encima el británico de él, me costaba entenderlo. Pero le entendí. Por lo menos tuve la suerte de entenderle que quería escuchar los discos -Juanse se ríe y señala un portarretratos sobre el aparador-: Ahí está Andrew  -alarga un brazo y pone sobre la mesa la foto donde se los ve a los dos-. Entonces fui al living, puse el teléfono, que encima no era inalámbrico ni nada, era un teléfono gris con un cable enrulado que estiré lo más que pude.
     Juan Sebastián Gutiérrez hace una pausa y le da una pitada al cigarrillo. De perfil. Después gira la cabeza y me dice:
     -Se comió los tres discos por teléfono.
     -¿Y vos qué le decías? “Ahí va el otro, sale con fritas”.
     -Al final del coso le decía: “¿Todo bien?”. Next one, me contestaba.
     Andrew Oldham ha escuchado toda la producción de Ratones Paranoicos. Emite un un largo suspiro:
     “-Estoy muy cansado. Quiero que me mandes todo lo que me dijiste que me ibas a mandar. Yo te voy a volver a llamar. Me gustaría verlos”.
      La conexión-Oldham se dio a través de Mario Breuer, el técnico de grabación de Tómalo o Déjalo. Breuer había ido a Colombia con Cachorro López y ahí conocieron al primer productor artístico y mánager de los Rolling Stones.
     -Fue increíble  -recuerda Juanse-. Alguien le contó la historia nuestra en relación a nuestra formación, a nuestra edad, a nuestra imagen. Y el tipo... el tipo tiene una antena. Andrew no necesita nada, es una especie de ente, él percibe todo tac  -Juanse golpea el dorso de una mano contra la palma de otra-. Llamó y tac, no hubo forma de frenarlo. Arregló por fax un pre-contrato con Sony, se tomó un avión y se vino para acá. El pre-contrato consistía en que él iba a chequear la banda en el estudio: si iba para adelante, se quedaba. Y si no, se volvía. A Sony te imaginás, le crecieron los colmillos hasta acá  -el frontman de los Ratones coloca  la mano derecha a veinte centímetros por debajo del mentón-. El mejor productor de rock & roll de la historia llamaba para... Imaginate: fue una revolución increíble.
     La fuerza del deseo: un Juanse algunos años menor que éste sueña en ácido que comparte un escenario con los Stones. La visión o el sueño no sólo se concreta sino que viene precedida por la misma persona que hizo de los Rolling Stones la banda que conocemos.



The Rolling Stones junto a Andrew Oldham en 1967.

     Andrew Oldham está en Buenos Aires. Asiste por primera vez a un show de los Ratones en Morón. La banda se encuentra en un momento de efervescencia, de explosión. El mismísimo hombre que hizo que Mick Jagger y Keith Richards se pusieran a componer, que fue publicista de los Beatles, productor también de Bob Dylan y de Eric Clapton, se baja del auto una noche en Morón. Lleva sombrero y todavía se resiste a tomar en cuenta la advertencia de Juan Sebastián Gutiérrez. Presumiendo que el inglés pensaría que en este país tan al sur todo era muy virgen, el cantante de los Ratones le había dicho que tuviera cuidado, que prestara atención: acá, todo era un descontrol. Oldham lo miró con aire displicente, como diciendo: “Come on, baby, come on, flaquito, yo estuve con los Stones en Holanda, para darte sólo uno de tantos ejemplos que podría ofrecerte: el público le tiraba botellas a la cana, los canas les daban garrotazos a los pendejos y éstos agarraban a los músicos de los pies: tuve que sacar a la banda del escenario”. Pero Juanse lo puso en alerta: “Esto no es lo mismo. Acá vamos al conurbano bonaerense, son las doce de la noche, vamos a tocar a las dos de la mañana”.
     El lugar del show está lleno de patrulleros. Los bajan del auto. Andrew, pegado a Juan Sebastián, se acalora,  suda. Su nórdica piel blanca se arrebata. Afuera del recinto esperan más de mil quinientos jóvenes: todos disfrazados con las lenguas, con los lentes, todos dados vuelta.
     -Tardamos como un año y medio en llegar desde el auto hasta la puerta de atrás del lugar. Cuando entramos, todavía no nos habían visto, estábamos atrás del telón, pero cuando entramos se siente un “ooohhh”. El tipo nos miró como diciendo “¿qué es esto?”. Todavía no nos habían visto, sólo se había movido el telón. Cuando se abrió, él estaba parado a un costado: vio eso y se murió, no lo podía creer.
     Era un momento de mucha euforia para la banda: los Ratones Paranoicos no querían parar de tocar, los tenían que sacar a la fuerza del escenario. Juanse se arrojaba a las fauces del público y tres mil manos lo llevaban hasta el fondo del teatro y después lo devolvían al escenario, a la música. Oldham no daba crédito a lo que veía.
     El primer día de grabación, multitud de cámaras de televisión, micrófonos, noteros, periodistas de medios gráficos, se  agolpan a la entrada del Cielito.
     -Fue un vértigo tan grosso el que sentimos...  -evoca Juanse-. Porque yo por un lado estaba re-seguro y contento pero por otro lado se había armado una bola tal que por lo menos tenía que salir un Rock del Pedazo. Mínimo. Bueno  -se ríe el músico-, afortunadamente salió un tema como Rock del Pedazo.
     No sin inconvenientes. En efecto, el disco grabado en el Cielito se mezcla en Nueva York, en un estudio denominado Marathon, utilizado entonces por Coca Cola para grabar sus jingles y comerciales. La cosa iba a lo grande: todo el piso de un hotel cinco estrellas para los Ratones; todo el piso de arriba para Andrew Oldham. Pero los martes Mr Oldham quería descansar un poco y se mudaba al hotel de enfrente.
     -Para que te des una idea  -grafica Juanse-: Tómalo o Déjalo lo grabamos con diez mil dólares. Para este nuevo disco Andrew llevaba gastados sesenta mil y todavía no lo habíamos mezclado. Pero él llamaba a Sony y les pedía plata: “Necesito treinta mil dólares más”. Vamos, pum: se los mandaban. La compañía no podía abrir la boca porque era orden directa de arriba, de Sony americana. Teníamos en el control a Steve Rosenthal, que era el técnico de Lou Reed. O sea, para que te des una idea: llamó a Keith Richards para que ponga violas en un tema que se llama Sharon Cander.
     Algún tiempo después, Oldham envía el master. La compañía organiza un cóctel impresionante: están todos. Toda Sony, todos los medios.
     -El mitin fue un éxito total  -afirma Juanse-. ¡Pero el Rock del Pedazo había quedado afuera del disco! ¡No lo había mandado!
     El presidente de Sony Argentina se comunica con el presidente de Sony en Estados Unidos:
     “-Mire, escuchemé, nosotros estamos muy contentos, esto va a ser un éxito. De hecho ya es un éxito porque tenemos vendidas cincuenta mil copias y todavía el disco ni está fabricado. Pero este muchacho no mandó el Rock del Pedazo, que es el tema que nosotros, en el área local nuestra, elegimos como elemento de difusión.
     -Voy a ver qué puedo hacer”  -le responde Calder, el presidente de allá.
     Yo quiero mi pedazo
     Calder llama a Oldham y éste le responde:
     “-No. Ese tema no va”.
     La secretaria del presidente de la compañía lo llama a Juanse y Juanse llama a Andrew.
    Por qué no me lo dan.
    “-Loco, por favor  -le dice un suplicante Juanse al productor inglés-  se cae todo, no podemos dejar ese tema afuera, al margen de que a vos y a mí  -le concede-  nos parezca que no tiene que estar.
     Andrew Oldham vacila. Al fin responde:
     “-Okey”.
     Si yo ya puse plata
    y el pedazo no está.
     -Y no mandó el tema agregado al final  -concluye Juanse, sentado frente a mí-: volvió a masterizar y lo puso en el medio del disco, del lado B. Una cosa de locos. Y bueno, salió y empezó a ocurrir todo lo que ocurrió hasta ahora.
     (Veinte años de rock & roll).
     Fieras Lunáticas, el disco que se graba en Del Cielito y se mezcla en Marathon, termina siendo un disco sumamente exitoso.
     -Andrew los tenía horas y horas y horas y horas encerrados en el estudio, los hacía repetir tomas y tomas y tomas: los mató.
     La camarera se acerca. Todavía no nos pusimos a mirar la carta. La miramos ahora. Gus me pregunta qué quiero comer. La camarera se palmea el delantal, sopla  hacia su flequillo con labios apretados, la punta de su sandalia derecha marca un compás impaciente en el piso. Gira su cabeza hacia las otras mesas. Le pedimos que mejor vuelva en cinco minutos.
     -Como te decía, este tipo les exigió tanto, los apretó tanto, que los forzó a encontrar adentro de ellos la respuesta a “por qué te dedicaste a la música”, “por qué te dedicaste al rock”. Estuvieron un montón de tiempo grabando en el estudio. Viejo Jamón era un tirano, me acuerdo que no los dejaba ni ir comer. Una vez al baterista lo dejó sentado en la batería y ordenó que le llevaran un sandwich y se lo comiera ahí, junto a los platos. Un tirano total. Juanse, por ejemplo, tenía muchos problemas para terminar las letras de las canciones: un fin de semana no lo dejó irse del estudio. “Vos te quedás acá hasta terminar todas las letras”, le dijo. “Nosotros volvemos el lunes y seguimos grabando siempre y cuando tengas las letras terminadas”. Juanse se pasó todo ese fin de semana caminando por el pasillo que va del estudio a la cabaña: iba y venía con un cuaderno y una birome, hablando solo.

Ya me estoy agotando
de tanto caminar
hace dos horas que ando
detrás de un poco de grass

     -Era infatigable  -continúa Gus-: se podía quedar sentado en la consola quince horas sin moverse. Se quedaba ahí y decía: “Toquen”. Entonces tocaban. “Toquen de nuevo”. “De nuevo”, “de nuevo”. Entonces era impresionante porque ellos pasaban de la euforia al bajón, del bajón a la desesperación, de la desesperación a empezar de nuevo. Llegaba un momento en que no sabían qué hacer para que al tipo le gustara. Y fue como que tuvieron que llegar al fondo de sí mismos. Y eso les hizo muy bien. Salieron renovados de esa experiencia. De hecho después hicieron más discos con él. En Memphis, Estados Unidos, grabaron uno que se llamó justamente Hecho en Memphis. Después hicieron otro más que se grabó en el estudio Del Cielito y se llamó Planeta Paranoico.
     La camarera vuelve. Saca del bolsillo de su delantal una libretita y un lápiz. En eso no difiere de un escritor.

-¿Cómo vivieron la salida del sello Del Cielito Records?  -le pregunto a Juanse.


     -Gustavo nos impulsó, incluso. Él estuvo atrás de la negociación apoyando todo, cuidándonos para que no cometiéramos ningún error. Estuvo atrás de nuestra vinculación con Rodríguez Ares que, desde el punto de vista del espectáculo, fue muy importante para nosotros. Y estuvo atrás, también, de nuestra vinculación con Roberto Costa, que es la otra pieza importante de nuestra carrera. O sea que siempre estuvo atrás. Y yo siempre lo llamo para consultarlo. Hace tres, cuatro años nos autohomenajeamos haciendo Los chicos quieren más.


Pablo Memi y Juanse durante la grabación de Planeta Paranoico. 1996

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