domingo, 6 de septiembre de 2015

36.Who is that girl? Marta. Volumen II

Who is that girl?
Marta. Volumen II


-Así que bueno -cerró el Indio- el asunto es que estábamos en la ciudad y cada vez se nos hacía más difícil el ritmo de trabajar en los estudios muy pro y este estudio tenía una ventaja de estirpe hippie: el hecho de estar en un barrio parque, con pájaros y verde y pileta y Marta y todas esas cosas.
     En muchos de los discos grabados en el estudio, Marta aparece en los créditos. Marta es icónica: la mujer argentina por antonomasia. Y el rock & roll del país no ha dejado de rendirle homenaje.
     Ésta es otra de las particularidades del estudio Del Cielito: la inclusión de lo femenino en sus mismas raíces. En esto, como en tantas otras cosas, se puede apreciar el influjo Gauvry. Porque a poco que uno se ponga a observar, el rock & roll es un mundo que sitúa a las mujeres en la periferia. Gustavo Gauvry supo poner a la mujer en el centro. Se me podrá objetar que poner a la mujer en el centro para que cocine y lave los platos es más machista incluso que directamente no ponerla. Pero cocinar, en el mundo Del Cielito, es otra cosa. Sin duda la impronta estuvo dada por Floki, la esposa de Gus. Tanto Spinetta como Lebón recordaron sus comidas exóticas, el apoyo que les brindó, lo “volada” que era. Floki estuvo en la génesis de este estudio-hogar. Y cocinar, en el mundo de los Gauvry, nunca fue una cuestión de géneros. Hay que estar con ellos, hay que sentarse a comer con ellos alguna vez, para comprender que hacen, de los actos más sencillos, una práctica devocional. Gus me enseñó por lo menos dos cosas:  abandonar un lugar sin dejar rastro, “como un yogui”, y  nunca llegar a un lugar con las manos vacías.
     Puede que los exacerbados egos que nuestra cultura propugna, se indignen ante la frase: ¿cómo dejar un lugar así? ¿no hay que, por el contrario, “dejar huella”, crear una diferencia, hendir la madera indiferente con una marca novedosa? La vida de cualquier artista está signada por esta idea: hacer un gesto, crear algo que antes no estaba o no existía de esa manera particular, romper otra cosa que se veía demasiado virtuosa y acaso falsa, sacudir, como hicieron al menos los primeros rockers, la confortable somnolencia del statu quo. Entonces, si es así: ¿qué será esto otro de irse de un lugar como si no se hubiera pasado por allí? Tiene que ver, pienso, con las excrecencias del yo. Se me ocurre esta escena, relacionada por cierto con la vida de Gus, que, además de ser productor y sonidista, es marinero: hacés un paseo por el río. A lo largo del día, abrís latas, consumís botellas de cerveza o de alguna gaseosa, desplegás envoltorios. Fondeás en un sitio del río donde hay otras embarcaciones, no demasiado alejadas de la tuya. Bien: un yogui o un ser humano, mejor, un ser humano consciente, no invade con su música el espacio aéreo de otros que prefieren el silencio. No crea olas irritantes con, si la tuviera, una moto náutica trazando órbitas atronadoras alrededor de quienes fondearon allí buscando la paz de la corriente. No tira al río una bolsa de consorcio llena de basura. Hay una delicadeza en el hacer y también una para cuando se deja de hacer y el sonido de la acción puede reverberar y volverse molesto. Gus siempre busca eliminar el sonido molesto. Es en este sentido que borra las huellas de la acción.
    
Marta hace memoria:
-Primero mi trabajo acá fue cuidar a los nenes: a Violeta y a Paul. Yo empecé de niñera. Vine por quince días a reemplazar a la otra señora, que se había tomado vacaciones. Pero la señora de Gauvry me pidió que me quedara. Después ellos se fueron a vivir a la Capital, a un departamento y yo trabajé un año allá. Más adelante me pasé acá de nuevo porque esta señora que estaba antes que yo, se fue.
     -¿Y cómo fue para usted, Marta, esta experiencia de prácticamente convivir con tantos músicos, con tantas bandas, a lo largo de todos estos años?
     -La experiencia con los pibes que vinieron a grabar la verdad que fue bárbara, bárbara. Yo no me puedo quejar de un solo grupo, de que fueran malos o raros, no sé cómo decirte, cómo explicarte: todos respetuosos, todos buenos, todos cariñosos. Yo me sentía como si fueran todos mis hijos: del más grande al más chico.
     -Pareciera que funcionó y sigue funcionando como una suerte de “alma mater” del lugar.
     -Muchas cosas muy lindas me dijeron. Después se acordaban de mí. Por ahí venía alguien que yo nunca en mi vida había visto y me decía: “¿Usted es Marta? En tal parte me hablaron de usted, me dijeron tal cosa”. Pero bueno, todo eso viene también por la bondad de Gustavo, lógico: él me aceptó, él me puso a trabajar con ellos.


     -¿Y qué recuerdos guarda como más significativos para usted, como más lindos o queridos?


Violeta y Paul Gauvry, 1988

   -Uy... muchos. Me acuerdo por ejemplo de una vez: Los Redondos estaban grabando y era mi cumpleaños. Entonces me llama Poli y me dice: “Acá te trajimos un regalito”. Era un perfume, muy lindo, ¿no? Pero ella me dice: “Abrí y mirá adentro”. Y adentro había plata: un montón para aquel entonces. Yo me fui al baño y me largué a llorar porque para mí era una cosa... que me den algo así. Para mí era mucho, mucho. Ellos decían que no, que para ellos... También me decían, así por decir, ¿no?: “Si usted no fuera casada me casaría con usted”. Y me festejaban la comida.
     -Y en general, los músicos, ¿comían acá, en la cabaña?
     -Al principio comían en un quincho abierto que había. También comían en el estudio. ¿Ves ese tronco que está ahí afuera? –señala por la ventana, hacia un sector del jardín-. Lo tenían en el medio de la cocina y comían ahí, o en la barra, todos juntos.
     -¿Usted cocinaba acá y les llevaba la comida?
     -No. Cuando Gustavo vivía acá -se refiere a la cabaña, donde estamos conversando- yo cocinaba allá, en la cocinita de ahí  -extiende su brazo hacia el estudio-. Y ahí me arreglaba. Como me dijeron el otro día estos chicos que vinieron de España  -dice, aludiendo a los músicos que recalaron en el Cielito en el contexto un experimento musical de intercambio-: “¿Cómo se arregla usted para darle de comer a tanta gente con esas ollitas que tiene?”. Si me preguntás cómo lo hago: no sé. En mi casa tengo de todo: batidora, microondas, la cuchara que vos quieras, ya no sé dónde poner las cosas. Acá no tengo nada de todo eso. Pero me las arreglo igual.
     -Así que tiene muchos más implementos de cocina en su casa, donde por ahí no cocina tanto ni para tantos, que acá. ¿Alguna vez le pasó de tener que pedirles a Gustavo o a Floki que le compren una espátula, un cucharón?
     -No, cuando estaba Gustavo no había problema: Gustavo tenía de todo, de todo para la cocina. Pero después, como ellos se mudaron, sacaron todo lo suyo. Y Bersuit, bueno, cuando empezaron no tenían nada. Pero yo me arreglaba igual: estiraba la masa con una botella, por ejemplo. Lo único que lamento es que yo hago la comida acá y la hago en mi casa y en mi casa siempre me sale un poquitito más rica, me parece. No sé por qué.
     -Pero acá nadie se queja.
     -No, no. Yo estoy muy contenta. Siempre recibí halagos, de todos lados. Muchas veces lo escuché a Gustavo decir: “Falta el ruido de la cocina”. Porque claro, ellos comían en la mesa del comedor diario y yo estaba en la cocina con las ollas, lavando, limpiando. Y ellos estaban comiendo y escuchaban el ruido, el ruidaje. Me acuerdo, me acuerdo de haberle escuchado decir: “Lo único que falta acá es el ruido de Marta”.
     El comentario de Marta no me sorprende. Lo que sí me sorprendía al principio era el oído de Gus. En realidad no tiene oídos: tiene radares. Todos los sonidos y los ruidos que el común de los mortales tendemos a amalgamar y a dejar en el fondo de lo que estamos haciendo, viajan hacia donde Gustavo Gauvry se encuentra y lo interpelan. La reverberación de una copa de vino que choca con otra; un tema de Calamaro que está sonando en el interior de una casa, a cien metros de donde hablamos casualmente de Andrés; la resonancia de ciertas voces en su cabeza, como si vinieran cargadas de un ámbito propio; el tic tac de los relojes que avanzan decapitando el tiempo, y todos los sonidos, los matices, los paisajes que sólo él ve y comprende desde adentro de la música. Una marca de Gus: el sonido como escena, como paisaje, como atmósfera. Para él, el sonido no es algo que sólo se oye: es algo que también se ve.
     Como contrapartida, Gus prefiere, cuando no está trabajando, la oscuridad y el silencio. El camarote de un barco como el mejor de los hábitats. Mecido por las aguas, en un remedo rústico de vida intrauterina.
     Los infaltables de Gustavo Gauvry: el celular, la Victorinox y una caja llena de tapones para los oídos.
-Cuando recién empezaba a trabajar acá,  me acuerdo que grabó Soda Stereo. Fueron tantos los que pasaron por acá  -enumera Marta-: Mercedes Sosa, David Lebón, Serú Girán, Charly García, Juanse, Los Redondos, un montón de grupos de Uruguay, Los Piojos. Hay un compact de Los Piojos donde ellos ponen que tuvieron que dejar de mirar lo que yo hacía y dejar el arco para empezar a grabar. Porque ellos vinieron acá y pensaron, se ve, que estaban de vacaciones: comían y jugaban a la pelota, comían y jugaban a la pelota...
    

“El Pedromóvil atravesó el foso de la ciudad amurallada, la anhelada y paradisíaca (aunque para nosotros nunca veraniega) pradera Del Cielito. No había ya perros ladrantes y a falta de un esférico balón nos esperaban dos, a cual mejor.
     Inmediatamente el traje de gimnasia estuvo puesto y corrimos por los prados estrellando pelotazos por doquier. Fue entonces cuando nuestros benditos carceleros hicieron su aparición: Tío Alfredo (sagaz, ingenioso y ya viejo conocido malabarista de varieté, recordamos no sin emoción el número ‘El mago Alfredo y sus Conejos Sordos’) y su terrorífico e imparable compañero en bermudas Adrián ‘Manos de Perillas’ Bilbao. La fulbia se vio a partir de entonces infinitamente interrumpida, haciendo de nuestros excitantes campeonatos azarosos encuentros discontinuos.
     Bastante choto resultó entonces comprender que no habíamos ido allí a patear y a devorar los manjares de Marta, a sentirnos como reyes gracias a Steve, a ‘Toto’, Dieguito, la precisa presencia de Pocho y las fantasmagóricas  -pero oportunas-  apariciones de Gustavo. Un día llovió y la cancha se tapó y volvimos a los instrumentos y dijimos ‘esto suena’, así que nos agrandamos, concentramos y pusimos en cada tema todo lo que teníamos para dar: Sangre, sudor, lágrimas y rocanrol. Fue así como descubrimos que existía un Tercer Arco”.
                                                Los Piojos, “Tercer Arco”. Año 1996.


-Ahora que estuvieron los españoles salí en la Rolling Stone de España  -retoma Marta.
     -¡Ya tiene proyección internacional, Marta!
     -Yo sigo la misma, eh  -se ríe-. Yo sigo la misma acá en el Cielito. Ahora por último estuvo... cómo se llama el chico éste que vino de España...   -Marta apoya su barbilla sobre los dedos pulgar e índice-. ¡Calamaro!  -exclama cuando se acuerda-. Calamaro también me mandó un compact a mí exclusivamente. La mánager de él me invitó a España. Que cuando vaya a Francia, porque yo tengo un hijo que vive en Francia  -confiesa bajando la voz-, así que me dijo: “cuando vaya a ver a su hijo, venga a verme a España que yo la voy a recibir en mi casa”. ¿Lindo, no?
     Marta hace una pausa. Mira por la ventana.
     -Con David Lebón también tuve una relación muy cercana. El venía, se instalaba acá, y yo lo atendía. David es un divino, tan amoroso, tan respetuoso. Con Serú Girán estuvieron cuarenta y cinco días grabando. Habían alquilado la casa y el estudio. Gustavo vivía en la Capital.
     -¿Y de Charly tiene algún recuerdo, Marta?
     -De Charly tengo muchos recuerdos. Lindos y... bueno, lindos.
     -Un personaje por momentos difícil  -le digo, viendo que su autocensura funciona a la perfección.
     -Cuando estaban grabando acá el técnico de ellos me decía: “Tené cuidado, Marta: cuando limpies debajo de la consola, no te agachés porque si entra Charly, por ahí te da una patada en el cu...”  -Marta no completa la (mala) palabra-. Entonces, cuando yo iba a limpiar el control le avisaba al técnico que, para protegerme, se paraba en la puerta mientras yo limpiaba. Porque Charly entraba y... ¡pshh! contra todo lo que estaba ahí. Claro, él quería trabajar, es lógico  -agrega, contrita-. Una mañana llegamos con Diana, que era la secretaria de Gustavo, y estaba... no me acuerdo, había un chico ahí que le dice a Charly: “Che, Charly, ¿conocés a Diana?”. “Sí, sí, ya la conozco, estoy trabajando”. Tengo un cuadro allá con él  -dice Marta, y señala el estudio-. Carlitos, el fotógrafo, quería sacarle una foto pero Charly no quería. Entonces yo estaba sirviéndole la comida y le dice: “¿Y con Marta no te sacarías una foto?”. “Sí, con Marta sí”, dijo. Así que yo le pasé el brazo por arriba de los hombros y nos sacaron una foto, la que está allá, en la sala de estar del estudio.
     -Eso fue en el ’92, cuando se reunió Serú Girán.
     -Cuando se reunió Serú Girán. Yo la ayudaba a cocinar a Lidia, la hermana de David, que vino a hacer el catering durante esos cuarenta y cinco días que estuvieron.
     -Y dígame, Marta: ¿los músicos son de expresar sus inclinaciones culinarias? ¿Hay alguno que haya venido y le haya dicho: “A mí preparame tal cosa”?
     -Sí, claro. O también yo sirvo alguna comida y me dicen: “Esto quiero que me lo repita”.
     -¿Cuáles son los platos que más le piden?
     -Me pidieron mucho que repita los ñoquis caseros y el pollo al champignon. También el pastel de papas, fijate, una comida tan sencilla. Me acuerdo que un día vino el Chango Spasiuk y yo había hecho ñoquis. Había un montón de gente. Él se me acerca y me dice: “Yo ñoquis no como, no comí nunca, pero voy a probar”. Dos platos se comió. Dos platos: me pidió que le sirva nuevamente. Esas son las cosas lindas que te decía, porque que alguien que te dice “nunca comí ñoquis porque no me gustan”, después termine repitiendo, es muy gratificante para mí  -Marta suspira, se lleva las manos al pecho y se sonríe-. Mirá: yo a lo mejor en mi casa tengo un problemón inmenso pero basta que cruce el portón de entrada para que todos mis problemas se terminen.
     ”A mí este lugar me encanta. Yo tengo algunos problemas de artrosis y por ahí estoy rengueando, o me duelen las manos, o las piernas. Pero hay tanto compañerismo que me olvido de mis dolores. Muchas veces hacemos bromas entre nosotros y yo me integro como si fuera uno más.
     -Es un ambiente muy familiar, ¿no?
    -Sí, comen todos juntos, todos reunidos. Ahora yo llegué y Gisela, la secretaria, ya me está pidiendo que le lleve un mate, un mate rico. Así que le dije: “Bueno, voy a ver a la chica esta”  -se refiere a mí-  “y después te traigo el mate”. Compartimos, ¿viste? No están esperando que vos vengas y te pongas a laburar como una burra. Uno conoce sus responsabilidades, lógico. Yo llego y sé lo que tengo que hacer. A lo mejor me pongo a conversar media hora pero después esa media hora la recupero dándole con todo.
     -Usted es infatigable, Marta. Porque después me imagino que tiene que seguir trabajando en su casa, ¿no?
     -Yo sigo trabajando en mi casa, sí. Ayudo a mi hija, también, que hace catering. El catering del show del Indio lo hizo ella  -me dice, orgullosa.
     -¿Cuántos hijos tiene, Marta?
     -Cuatro: tres hijas mujeres y un varón. Mi hijo, cuando se fue a Francia me dijo: “Mami, ahora basta, ahora dejá de trabajar”. Pero yo con esto y mi marido con su trabajo, los hicimos estudiar a los chicos. Entonces yo le dije a mi hijo: “Escuchame: si yo me llego a quedar en casa, me convierto en una vaca, así que mejor que me dejes trabajar”.
     -O sea que para usted este lugar no sólo es bueno para la salud mental sino para la salud en general.
     -Este lugar es buenísimo. A veces vienen músicos que me traen noticias y saludos de otros músicos que vinieron hace años.
     -Es que usted es toda una entidad, Marta.
     -Sólo acá adentro  -responde riéndose y después, un poco más seria, agrega-: Cuando yo empecé acá, Paul era chiquitito. Tenía un arenero allá  -señala por la ventana un sector del jardín- y Paul me llevaba a jugar al arenero cuando recién entré.
     -Y ahora, con los Bersuit, ¿cómo se siente?
     -Bárbaro, son muy cálidos. Es una cosa increíble, todo el grupo y los que los rodean también.
     -A ver, Marta, cuando al pensar en Bersuit dice “increíble”, ¿en qué piensa exactamente?
     -Increíble en la forma de tratar a uno, de venir, de saludar, de no pasar sin entrar a saludar... son tan amables. Es una cosa que uno no puede creer porque ellos tienen éxito, tienen fama, y muchas veces eso la da vuelta un poco a la gente. Pero a ellos no. El día de Fin de Año se vinieron todos a saludar. Yo les pregunté si iban a quedarse a pasarlo acá pero ellos me dijeron: “No, vinimos solamente a saludar”. Tan sencillos, tan divinos. Todo ha sido y es muy, muy lindo acá.
     -Casi parece un cuento de hadas, Marta.
     -Para mí es como un cuento de hadas.
     -¿Y su marido qué le dice? ¿Está contento de que trabaje acá?
     -Mi marido está contento. Al principio mucho no le gustaba, ¿no? Mi marido es un hombre de carácter muy fuerrrte  -dice Marta, marcando bien la ‘r’-  y al principio no le gustaba.
     -Estaría un poco celoso, quizás.
     -Él es muy celoso. Muy celoso. Pero sabe hasta dónde puede llegar, ¿no? Además, ya estamos viejos los dos. Él estuvo retirado diez años y después lo convocaron de nuevo. O sea que seguimos trabajando los dos. Llegamos a casa a la noche, hablamos de nuestras cosas y después seguimos.

-Escúcheme Marta  -la llamo- no sé cómo decirle esto, pero usted habrá notado que en el estudio, dependiendo de quién esté, suele haber algunos olores raros. O por ahí, al hacer las camas, encuentra algún paquetito sospechoso... Usted no comente nada ¿vio? A mí me preocupa un poco porque su marido es policía y algunos músicos por ahí se fuman un porro o alguna otra cosa prohibida.

     -Mire Gustavo -me responde muy seria- por mi marido no se preocupe porque cuando estuvo Serú Girán acá dentro un mes entero, y yo me quejé de las cosas que hacía Charly, me dijo: “Mirá Marta, a mí no me importa si Charly es drogadicto, es borracho, maricón o lo que sea... Charly igual es mi ídolo”.

-Yo les agradezco a Gustavo y a Floki todo lo que me pasó a mí durante estos años porque ellos me dieron esto. Si ellos no me hubieran aceptado, yo no estaría acá. Además me entregaron la casa y el estudio así  -hace un gesto con los brazos, extendiéndolos hacia adelante con las palmas de las manos vueltas hacia arriba-. Ellos fueron tan buenos, tan amables, tan confiados. Entonces vos no querés perder eso: vos querés cuidar al máximo de la cosa ajena.
     -Cuando la escucho hablar, Marta, me da la sensación, justamente, de que usted cuida lo ajeno como si fuera propio, o más que lo propio. Y eso debe ser lo que todos perciben.
     -Yo si encuentro algo trato de cuidarlo, guardarlo y ver de quién es. Igual, una vez nos pasó... Esto nos pasó a mi marido y a mí. Hubo una época en la que cuando sonaba la alarma acá, sonaba el teléfono en mi casa. Suena el teléfono, atiende mi hija y me dice: “Mami, está sonando la alarma del estudio”. Yo sabía que Gustavo se había ido a navegar con la familia. Entonces le digo a mi marido, que estaba haciendo un asado en la parrilla: “Raúl, es la alarma del estudio”. “Llamá a un remís”, me dice él. Y agarra el mantel de arriba de la mesa, envuelve el arma y salimos. Vinimos acá y no había pasado nada. Pero cuando volvimos a casa, los perros nos habían comido toda la carne  -Marta se ríe-. Después, cuando le conté a Gustavo lo que había pasado, me dice: “¡Ay, fui yo! Volví a buscar algo y me olvidé de cortar”.
     -Le deben un asado, entonces, Marta.
     -Yo nunca le comenté a Gustavo lo que me pasó con los perros, me dio vergüenza.
     -Pero esa noche, más que vergüenza, debe haber sentido bronca.
     Marta hace caso omiso a mis ínfulas vindicativas.
     -Muchas veces, cuando nosotros sabíamos que no estaban, veníamos con mi hija a las diez, once de la noche, pegábamos una vuelta con el auto, mirábamos si todo estaba bien y nos íbamos.
     -Claro, en esa época no se había hecho el paredón ni había seguridad.
     -Nada, no había nada. Esto nadie lo sabe  -me dice Marta en tono de confidencia- pero a veces no estaba Gustavo, yo cerraba todo, me iba, y a mitad de camino por ahí me daba la sensación de que algo no había quedado bien cerrado. Así que volvía y revisaba todo de nuevo. Porque si no, no me quedaba tranquila. Después Gustavo se iba con su auto y venía a veces de noche, y yo cuando me iba y acá no quedaba nadie, ponía trabas, candados. Entonces un día me dice: “Marta, no trabe tanto que después no puedo entrar”. Es que yo tenía miedo de que alguien entrara, entonces por las dudas cerraba por todos lados.
     -O sea que además de niñera y cocinera, usted ha sido seguridad del estudio Del Cielito.
     -No sé si tanto como seguridad, pero cuidaba, cuidaba. Yo siempre venía con miedo de que pasara algo, de que algo no estuviera bien, pero no, por suerte, nunca. Han entrado, han robado, sí, pero...
     -Nunca en un momento en que usted estuviera acá.

     -No. El otro día nos estábamos acordando con Gustavo, acá en la mesa. Fue un domingo 1° de mayo. Uno no se olvida nunca de una fecha así. Floki se estaba por ir a Estados Unidos y me iba a traer perfumes para mis hijas. Acá en general se trabaja sábado y domingo también, pero ese fin de semana, esto ocurrió hace muchos años, me dijeron que no fuera el domingo. A la tarde de ese día,(era un día lluvioso, horrible, me llama Floki y yo les digo a mis hijas: “Chicas, rápido, dénme los nombres de los perfumes que quieren”. Pero no. Floki me llamaba para decirme que acababan de llegar del centro y les habían robado todo. Nosotros vinimos enseguida con mi marido, y sí: habían roto la puerta de adelante, habían entrado, y se llevaron ropa, ropa de cama, cajas enteras de compacts. Fue realmente algo muy feo. Y yo todavía diciéndoles a las chicas, pensando que Floki me llamaba para que le diera los nombres de los perfumes. Pero ella no viajó, lógico.


Marta Diaz junto a Charly Garcia 
en una pausa durante las sesiones de Seru '92
(Foto Gustavo Gauvry)

Buenos Aires, Miércoles 14 de Febrero de 1996. Crónica

     “El líder de la banda de rock ‘Ratones Paranoicos’, Juan Sebastián Gutiérrez, ‘Juanse’, fue asaltado ayer por dos delincuentes que lo golpearon, le robaron un automóvil Mercedes Benz y las letras y partituras de los temás inéditos del próximo disco del grupo, en la ciudad bonaerense de Ituzaingó, en Zona Oeste.

     El propio cantante refirió que cerca de las 15, cuando se disponía a ingresar al estudio de grabación de la empresa ‘Del Cielito Records’, en Parque Leloir, fue interceptado por dos delincuentes, uno de los cuales lo hirió al pegarle dos culatazos en la cara. ‘Fue jodido  -narró-. Yo estaba solo y bajé del auto para entrar al estudio. Entonces vinieron dos hombres jóvenes que creo no sabían quién era y uno me pega dos culatazos en la cara con un revólver. Cuando intento resistirme y sacarle el arma, aparece el otro apuntándome con una escopeta de grueso calibre’, añadió el músico (...). ‘El auto no me importa tanto, sino que lo que más quiero recuperar es una videocámara, demos, y los temas que iban a ser presentados al productor inglés Andrew Olhdam, y ropa que había traído para pasar un mes dentro del estudio de grabación”.


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