El ascenso de Bersuit
A fines de 2001 el
país estaba en llamas. Todo el mundo estaba varado en el fuego, con el dinero
verdadero detenido en el “corralito” y un circulante espurio, el patacón, que
tenía algo de billete circense. El Cielito estaba vacío. Todo su equipamiento
había desaparecido y ahora esperaba su liquidación final: ser vendido como un
terreno con una construcción allá en el fondo, con forma de galpón, o salón. El
sueño se había terminado y el despertar era una pesadilla.
Sin embargo las llamas no habían alcanzado
del todo a Bersuit. Ellos también terminaron cobrando en patacones sus
esfuerzos, pero 2001 había sido un buen año para la banda. Ahora querían
comprar una sala de ensayos. La experiencia que denominaron “La Quinta del Tío”
había dado sus frutos. En la quinta del tío del mánager se gestó ese magnífico
álbum que es Hijos del Culo y más adelante las maquetas de Libertinaje, el primer disco de la
Bersuit producido por Santaolalla. Finalmente, los caóticos muchachos de
Avellaneda habían encontrado la cohesión necesaria para evolucionar.
-Queríamos conseguir, en las afueras, un
lugarcito que tuviera características de quinta para agarrar una piecita o un
quincho y armar nuestra sala de ensayos
-explica Gustavo Cordera-. En una inmobiliaria a Cristian le dicen que
tienen algo así. Pero no se trataba de una quinta: nos estaban ofreciendo el
estudio Del Cielito.
-Con mi señora,
Lili, fuimos a ver como catorce lugares
-recuerda Cristian Merchot, el manager de Bersuit-. Y había una puja
entre los que son del sur y los que somos del oeste. Al final los convencí de
que teníamos que comprar la quinta en la zona oeste. Pero nada de lo que vimos
nos convencía. Un día, alguien me dice que el Cielito está a la venta. Yo le
digo a esta persona que no, que no puede ser porque en el Sí de Clarín había
leído que lo habían comprado los Divididos. Y fue muy loco porque casi
paralelamente en una inmobiliaria me ofrecen este lugar. Entonces vine. Un día,
a las seis y media de la tarde vine con Lili y toqué el timbre. Me atendió
Gauvry que me mostró el estudio y la casa. Cada rincón tenía una historia o una
canción. Spinetta, Charly, Lebón, el Indio, los Ratones, todos tenían algo para
decir ahí. Pero yo le dije a Gustavo que no podía pagar todo ese valor
agregado, lo cual me dio una tristeza increíble. Acordate que el país había
explotado en pedazos. Tuve que negociar mucho con Gauvry porque yo estaba muuuy
lejos del número. Le dije: “Mirá, Gustavo, yo tengo x cantidad de patacones y
un montón de trabajo. Si vos sos vendedor, yo soy comprador”. Y él me dijo: “Yo
soy vendedor”. Me acuerdo, no me voy a olvidar nunca, que cuando volví al auto,
cerré la puerta y arranqué, mi señora me miró con los ojos muy fijos y serios y
me dijo: “No te vas a meter en este quilombo, quiero suponer”. Le dije:
“Disculpá mi amor, ya me metí”. No sabía cómo iba a hacer pero adentro mío yo
ya lo había comprado. Ya no quería comprar ningún otro lugar. Sentí que si lo
dejaba escapar, íbamos a perder un patrimonio del rock, de todos. Tuve que
hablar mucho con Gustavo. Soy bastante agresivo en las transacciones, pero con
él nunca pude negociar como yo sé negociar. Siempre Gustavo me tocó lo
afectivo. Porque yo entendía, podía ver todo lo que esto había sido y significaba
para él. Al final armé como un esquema de negocios que era rarísimo, pero él
aceptó.
-Era diciembre y
estábamos en México, me acuerdo. Habíamos hecho una gira de esas en las que
todo sale mal, desde el comienzo hasta el fin. Pero la gran noticia que
recibimos fue que se había llegado a un arreglo con Gustavo Gauvry. En ese
momento fue apostar todo a una sola ficha
-Carlitos Martín, el baterista, se remueve en su asiento-. Era un
momento muy crítico del país pero
nosotros teníamos un montón de trabajo. Y dijimos bueno: todo a ganador,
todo al estudio. La compra del Cielito garpaba todo lo malo que podía habernos
pasado en cualquier lugar del mundo. Fue muy fuerte. Poder disponer de un
estudio es el sueño de cualquier artista. Y ni hablar de un estudio como éste.
-Nunca voy a parar
de agradecerles a los pibes -dice
Cristian, refiriéndose a los integrantes de la Bersuit- que confiaran en el
proyecto, que me dejaran hacerlo. Porque ninguno de ellos tenía casa, ninguno
tenía auto, y tranquilamente me podrían haber dicho “no, mirá, yo ya estoy
grande, me quiero comprar una casa, no quiero estar más sujeto a un alquiler” o
“quiero tener un auto”. Hubiese sido lógico. Así que yo les agradezco la
confianza sine qua non que me tuvieron y que permitió que soltaran esas otras
cosas que por ahí querían o necesitaban, para que pudiéramos hacer esto.
”No compramos todo el lugar de entrada.
Primero compramos la parte de acá -se
asoma a la ventana que da al parque y señala un límite imaginario-: el estudio
y la pileta. Gustavo se quedó en la casa. Y yo me dije: “Cuando Gustavo empiece
a ver el desfile de esta gente se va a querer ir corriendo”. Estábamos en un
ámbito medio triste, ¿no?, porque a ellos les costaba mucho desprenderse... fue
tremendo, horrible. Me acuerdo -se
sonríe- que le dije a Violeta: “Mirá, Violeta, hagamos una cosa: yo te presto
la pileta y vos me prestás el quincho”. En un momento le digo a Gustavo: “El
problema es que no sé cómo voy a hacer para tener a los Bersuit con Violeta”. Y
acá arriba hay un altillo donde había quedado una especie de tiro al blanco.
Entonces Gustavo me lleva al altillo y me dice: “¿Ves ese blanco que está
ahí?”. Observé el blanco en la pared; tenía un montón de tiros en el centro.
“Ese blanco es la síntesis de lo que le va a pasar al que le haga algo a
Violeta”.
-Finalmente, entre
lágrimas, Gauvry nos vende esta parte
-dice Cordera refiriéndose al terreno en el que está el estudio-. Él se
quedó viviendo ahí, en la cabaña, con su mujer y sus hijos. Y cuando la hija se
tiraba a la pileta nosotros la espiábamos, viste. Él tenía ganas de matarnos.
La cosa se estaba poniendo difícil. Entonces decidió, antes de matarnos, vender
la otra parte.
-No habría pasado
un año -calcula Merchot, el
mánager- cuando Gustavo me dice: “Por
favor, arreglemos algo con la casa porque me tengo que ir, me estoy muriendo,
mi señora me va a matar”. Finalmente, en el transcurso de dos años y medio,
tres años, terminamos comprando todo. Pero hubo un punto de inflexión, porque
esto iba a ser una sala de ensayos, no un estudio. En un momento yo empiezo a
negociar con la compañía -la voz del
mánager se vuelve ronca y lenta, es una voz que, efectivamente, sabe negociar- y termino
incluyendo, dentro del contrato, el recording,
que es el gasto de la grabación del disco. Entonces ahí les planteo a los
chicos lo de montar el estudio. Me dije: entre salir yo a pagar un estudio, y
poner un estudio acá, me quedo con esta última opción. Justo se da una
transformación tecnológica también, que fue lo del Pro Tools y todo eso, una
nueva forma de grabar. Y los chicos me dicen que sí: “Vamos para adelante”.
Cuando Gustavo nos viene a cobrar la cuota número siete, ya esto pintaba de
otra manera porque la modificación estaba encarándose. Y él se paró ahí -señala
un lugar incierto en el jardín, frente al estudio- y es como que, en un
segundo, se le vino todo lo que había pasado acá. Fue muy fuerte ese momento.
Yo le vi la cara y tenía los ojos brillosos... viste. Al otro día le dije a
Cordera: “Mirá, yo estoy sobrepasado de trabajo y el estudio es un quilombo.
Creo que tenemos que contratar a Gauvry”. Al Pelado le pareció genial así que
al otro día lo llamé y le propuse que se hiciera cargo del estudio. Y fue
tremendo. O sea, para mí, la base del éxito del estudio es que Gustavo Gauvry
esté al frente. Porque los papeles van y vienen, viste. Así que bueno, tomamos
todo esto con un cariño increíble y volvimos a ponerlo en marcha. Y el primer
disco que hicimos fue La Argentinidad al
Palo que vendió 300.000 copias. Tremendo.
-Nosotros empezamos
a hacer una reconstrucción que tuvo dos etapas
-explica Cordera-: en la primera, los pisos, el techo, todo salió mal y
tuvimos que volver a reconstruirlo. Abrimos en la sala dos ventanas, trajimos
equipos y lo armamos. Cuando lo terminamos nos hablamos con Gustavo y le
preguntamos qué le parecía. Él miró con alegría lo que le estábamos mostrando.
Entonces le dijimos: “Esto fue un sueño tuyo, vos siempre fuiste el capitán del
barco, y bueno: ahora lo seguís siendo”. Sigue siendo el capitán de su barco.
”Gustavo Gauvry es el líder espiritual de
este lugar. Y no pasa por el tema de la posesión, la posesión es absolutamente
estúpida porque cuando nosotros nos vayamos de este mundo esto no va a ser
nuestro. Pero lo importante es que siga funcionando el alma de lo que esto fue,
el sueño por el cual fue concebido: hacer música, ser una fábrica de música en
la Argentina. Esto sigue siendo un bastión del rock nacional y de alguna
manera, la presencia de Gustavo Gauvry le da continuidad a ese espíritu que
siempre tuvo este estudio. Esto es una usina de ondas energéticas, de ondas
magnéticas, de vibraciones que la gente sintoniza cuando escucha un disco o
corea las canciones que se hicieron acá.
-Yo a Gauvry -dice Cristian- lo tengo como un hombre que
acá, pasó por todo; que vio a muchos a los que les fue muy bien y a los que hoy
no les va tan bien. Y una vez yo iba hablando por ahí -señala el parque- y me sonaba el otro
teléfono. Él me paró y me dijo: “Cristian, tené cuidado, porque éste es el
mejor momento de tu vida. Y si vos no la pasás bien, este momento se va a ir y
te va a pasar lo que me pasó a mí, que cuando me quise dar cuenta, ya era
tarde. Y no pude aprovechar el mejor momento de mi vida”. Eso fue como un “crack”
para mí, porque la variable mía era ser feliz y la estaba perdiendo.
Cordera rescatando a Gisella, la secretaria de Cristian Merchot,
luego de arrojarla a la pileta de Del Cielito. 2006
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