Bang, bang, estás liquidado
-En ese momento no me gustó porque estaba de moda este sonido más new wave, llamémosle. Pero, lo dije hace poco, en mi álbum solista quise rescatar ese sonido intenso, crítico, que tiene Bang Bang.
-Me llamó la atención que dijeras que te gustaba -le dice Gustavo Gauvry al Indio Solari en la sala del estudio Del Cielito.
-Bang Bang me encanta. Yo siempre estuve muy metido en el asunto de cómo sonaba y todo eso -dice el Indio, y me mira a mí-. Aunque en esa época uno era más lo que ignoraba que lo que sabía. Me acuerdo de haber tenido problemas con todos los operadores.
-En realidad -explica Gustavo- yo encaré para el lado de hacer un sonido descarnado, comprimido o críptico, digamos, por error.
-¿Qué otros discos grabaron acá? -pregunto-. Tengo entendido que éste es el estudio en el que más discos grabaron.
-Bang, bang, La mosca y la sopa, Lobo suelto, cordero atado...-empieza a enumerar Gauvry.
-En realidad, nosotros empezamos grabando en la ciudad, en estudios importantes de la ciudad -dice el Indio-. Estudios importantes entre comillas, porque tenían lo que en esa época parecía imposible de reemplazar, que era todo el andamiaje tecnológico. Por otra parte había una causa todavía más terrible que los hacía “importantes”: al estar en la ciudad, los dealers estaban cerca. Pero, a la vez, cuando nos dimos cuenta de que los dealers estaban demasiado cerca del trabajo, fue casi una necesidad venir a un lugar como éste: más bucólico, con una pileta, con solcito, pajaritos. Uno venía y se internaba, acá. Al dealer le costaba más venir, estaba más lejos.
Finalmente el Indio, sí. Nos reímos. El comienzo de la entrevista había sido más fácil de lo que imaginé: bastó que nos sentáramos para que el Indio empezara a hablar. No tuve que hacer ninguna introducción, nada.
-O sea que buscaban un poco de tranquilidad -dije.
-Sí, sí -me confirma el Indio-. Y más que nada, estar juntos. Porque cuando estás en la ciudad y no tenés ningún entorno que te ayude a hacer las pausas de la grabación pasa que por ahí salen dos y vuelve uno, el otro desapareció. O cada uno tiene su horario, viene uno, mete una guitarra y de golpe, qué sé yo, lo llaman de la casa, se va y vuelve recién a los dos días. En cambio, esta cosa de venir acá era medio como internarse, como estar en un lugar de vacaciones donde, además de la pileta y el quincho -se ríe- tenías un estudio de grabación. A nosotros nos entusiasmó esta idea. De hecho, nunca más volvimos a grabar en la ciudad. Yo creo que... ahora no porque se ha aggiornado y está espléndido, pero yo lo veía como uno de esos lugares que no presentan la magnitud estética de lo que se pide desde las revistas y todo eso, pero en definitiva, cuando hacés historia, es el estudio más mítico que hay en la Argentina. Es el estudio más mítico. No sólo por la gente que desfiló, que desfiló todo el mundo por acá, sino por el tiempo, el carácter que ha tenido. Hay muchos estudios que invierten en... qué sé yo, bueno, en lo que han invertido ustedes ahora -se ríe, y nosotros también-, que está bien. Pero durante mucho tiempo, sobre todo durante el gobierno del amigo -dice, y señala con el brazo extendido hacia la silla que ocupa Gustavo, ahora hablando por el celular- era como un estudio medio para venir a hacer el asado. Podías grabar, por supuesto, pero no había mucho dinero invertido en el “salón exclusivo”. Porque hay estudios, sobre todo en lugares como Los Angeles, en los que hay un montón de guita invertida al pedo en cosas que a los músicos no les sirven para nada. O sí: para salir en el “salón egipcio”.
-Sí, son como decorados para las fotos -agrega Gustavo, que acaba de cerrar el celular y retoma su participación en la charla.
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