viernes, 18 de septiembre de 2015

48. Té de marineros

Tercera parte




Cambiar la suerte


Un altillo sobre el río

Vamo a bailar

para cambiar esta suerte
si sabemos gambetear
para ahuyentar la muerte
Bersuit, El baile de la gambeta

  

Té de marineros


No es fácil vivir en el cielo. Requiere de mucha constancia, de paciencia, de visión, de fe. Podría llenar páginas y páginas de atributos celestiales. Una sola palabra, en cambio, un ligero desequilibrio bastan para caerse. Incluso tratándose de un cielito, del pequeño paraíso personal hacia el que se arrastraban señales y soles de cielos más vastos. El problema del cielo es que está enclavado en la vida, en los oficios terrestres, en el corazón humano. Y la vida no es un lugar fijo ni un largo día templado.
     Es la tarde que me cité con la Bersuit. Llueve. Hace frío. Un frío mordiente. El viento sopla con iracundia y arrastra agua y barro en embudos frenéticos como huracanes. El paraguas ha pasado de lo cóncavo a lo convexo y ahora, mientras avanzo bajo el asedio de la lluvia pertinaz, lo sacudo para que recobre su forma original. Sacudo y miro. Sacudo y busco un refugio, una parada de colectivos. Miro alternativamente hacia adelante, en busca de la parada, y hacia atrás, en busca del colectivo. Finalmente veo venir un 169. Le hago señas desesperadas con el paraguas, temiendo que no pare. Los colectiveros, a veces, son extremadamente escrupulosos y si no estás donde hay un cartel con el número de la línea, no paran. El hombre me ve, ve la convexidad espinosa del paraguas que agito contra la lluvia, ve la ropa mojada, el gesto suplicante. Pero no ve la parada y sigue de largo.
     Cincuenta metros más adelante, se solidariza. Detiene el coche y me espera. Agradecida como un náufrago le sonrío al espejo retrovisor y corro hundiendo las botas en el barro. Todavía tambaleándome en el estribo, cierro el paraguas y le indico al chofer: “Hasta Del Cielito”. El hombre que quiso ser bueno me observa de refilón con fastidio. “¡Cómo llueve!”, subrayo para congraciarme. La ropa, el pelo, el paraguas, todo chorrea como una larga prenda a quien nadie se dignará escurrir.  El colectivero no hace ningún comentario. Los ojos airados atraviesan el parabrisas neblinoso donde las escobillas no dan abasto para barrer el agua. Saco el boleto y voy para atrás abriéndome camino entre los cuerpos de pie. Tres minutos después toco el timbre. El colectivero no se detiene. Me deja cuatro, cinco cuadras más adelante. Retrocedo hasta la calle Del Cielito. El temporal arrecia. El paraguas ha dejado su vitalidad a merced del viento y cambia de forma, se desciñe de las varillas. Desde el fondo de la calle, como amortiguada, avanza una figura oscura y silenciosa. Tiene las manos en los bolsillos y parece soportar el agua con resignación. Vuelvo a mirar al hombre que no se apura, que no tiene prisa por guarecerse. Se trata de Gus. Sigue lloviendo con furia pero él se acerca y yo me mojo menos. Recuerdo las palabras de Juanse, “él te crea un clima”. Caminamos. El viento patrulla las calles y arrastra el agua de un lado al otro como en desacuerdo consigo. No obstante, el paraguas, ahora en manos de Gus, parece haberse ordenado.
     Ya en el estudio me ofrece una toalla y después un té ahumado. En la oficina reina una temperatura primaveral. Arrullada por el ruido constante de la calefacción y con ambas manos abrazadas al tazón, empiezo a templarme.
     -No sé por qué todo lo ahumado evoca en mí una vida recia en el mar  -comento.
     Gus abre una lata de galletitas danesas. Nos reímos. En la tapa se perfila una fragata en relieve.
     -Esto no se hace  -le advierto, y ensopo la punta de una galletita en el té de los marineros.
     -Ahora los chicos están reunidos en la oficina de Cristian. Pero me dijeron que en quince, veinte minutos, van a estar disponibles. Igual con el que vas a hablar es con Cordera, pero te los quiero presentar a todos.
     Enseguida se ocupa con el teléfono y la computadora.  Bajo a la cocina. Al rato se me unen los “chicos”.
     -Salí con un poco de taquicardia de la reunión  -confiesa el Pelado-. Lo que se viene es impresionante. Estamos condenados a tener éxito -hace una pausa, suspira-. Necesito fumarme un pucho para relajarme.
     Osky Righi, guitarrista de Bersuit, prende la hornalla de la cocina y pone agua para el mate. Dani Suárez, uno de los cantantes, sale. Los otros dan algunas vueltas pero la tendencia es hacia la salida. Son las siete de la tarde.  El viento sigue soplando con fuerza. El agua pega y se desliza contra los vidrios. Gus, que también acaba de bajar, se acerca a la chimenea y observa que, para una tarde así, el fuego es pobre. Pero no quiere agregar más leña porque el día anterior tuvo que apagar un incendio. Después de consumir el material aislante, las llamas habían llegado hasta el techo.
     Vuelve el Pelado Cordera y se sienta en uno de los sillones. En la pared de atrás hay fotos de Serú Girán, de David Lebón, de Los Redondos sentados en el banco del jardín, de Gustavo Gauvry pellizcando el perfil telúrico  de Mercedes Sosa. Carlitos Martín, el baterista de Bersuit, se acerca y me señala la foto en la que Charly se deja abrazar por  Marta. Después se sienta al lado de Cordera, que tiene los brazos cruzados sobre un buzo polar.
     -¿Les molesta que esté parada?  -acabo de acercarme al fueguito de la chimenea y aunque no sea muy abundante, alcanza para sacarme el frío.
     -No, no, todo bien  -se apresura a responderme Gustavo Cordera y algo en él, todavía indefinible, me hace sentir muy cómoda de entrada.
     Les pregunto acerca de sus comienzos y de las primeras grabaciones que hicieron en el Cielito.
     -En el año ’91  -rememora Cordera- vinimos a grabar dos canciones que ya teníamos demiadas para el disco que salió al año siguiente. Como dato significativo, no le pagamos a Gauvry.
     -¿Los dejó hacer un demo sin que le pagaran? 
     Al desgrabar descubro una constante en las entrevistas: la mayor parte de mis preguntas son poco menos que estúpidas. Sin embargo, compruebo también que preguntas deslavazadas sirven, en el peor de los casos, para hacer avanzar la conversación, y en el mejor para favorecer respuestas geniales.
     -No, no  -explica el Pelado-. Lo estafamos. Durante muchos años él trató de cobrarnos, infructuosamente. Cada vez que nos encontrábamos, le decíamos que no le podíamos pagar porque nos iba a traer mala suerte, iba a traer un aura negativa a nuestras carreras.
     -O sea que a vos te trajo suerte no pagar. 
     -En este caso, sí. Cada vez que nos encontrábamos en DBN, que en ese momento distribuía nuestros discos, me miraba mal.
     -¿En serio te miraba mal?
     -Sí. Después, en el ’93, vinimos a hacer otros dos temas: 20 millones y Tuyú  -el cantante de la Bersuit se queda un instante en silencio, luego agrega-: Nos cobró por adelantado.
     -No quería seguir mirándonos mal  -remata Carlitos.

     Llegan al estudio una noche, enviados por DBN, para grabar unos demos. Uno de los temas era 20 millones.
      No deja de sorprenderme lo desorganizados, delirantes, caóticos y zarpados que son. El Pelado, desde el control, se comunica por el talk-back con el resto de la banda, que está en la sala. Trata de imponer un poco de orden.
     -Pero escuchenmé, las conchas de sus hermanas...  -les dice.
     Si en ese momento alguien me hubiera dicho que ese grupo iba a terminar tan vinculado al estudio, llevando adelante conmigo el proyecto Del Cielito, no lo hubiera podido creer ni con la parte más salvaje o más audaz de mi imaginación.

     -¿Siguen siendo así de desorganizados, de caóticos?  -inquiero.
     -Sólo cuando creamos  -dice el Pelado-. Llevamos todo ese caos y toda esa aparente desorganización a la creación porque la creación es, antes que nada, un evento caótico.
     -Ahí se sueltan completamente.
     -Ahí jugamos. Dejamos todas las reglas, todos los prejuicios, todas las estructuras. Tratamos de soltar todos los conocimientos que tenemos de la vida cotidiana.
     -Hablame de Asquerosa alegría, el primer disco de ustedes que, al menos en parte, fue grabado acá.
     -En esa época era todo un delirio. Y si hay algo que acredita a este estudio en gran parte de su historia, es el reviente. No te olvides que durante la década del ’90, el desencanto, la locura, el frenesí, constituían como el glamour del rock nacional. Sobre todo el desencanto  -hace un breve silencio, parece reflexionar o recordar algo-. Traíamos de la verdulería cajones de berenjenas, papas, batatas y en ese mismo lugar donde estás vos, prendíamos un buen fuego y metíamos todo ahí adentro. Recuerdo también que arriba había camas. Una noche nos encontramos con un búho. El búho simboliza justamente, la noche de ojos abiertos.
     -Y el no dormir  -recalca Carlitos.
     -Y el no dormir  -refrenda Cordera-. Tenía mucho que ver con la época que nosotros estábamos viviendo. Nos pasábamos muchos días con los ojos abiertos y sin dormir.
    -¿Por qué ese disco se grabó en tres lugares distintos?
    -Tuvimos muchas complicaciones con los horarios. Además, la mayoría de los estudios no nos soportaban por mucho tiempo.
     -¿Qué hacían que los tornaba insoportables?
     -Éramos muy barderos. Muuuy barderos. Muy prepotentes, teníamos mucha locura. Recuerdo que en aquel momento la casa de Gustavo era un territorio inexpugnable con amenaza de muerte para quien intentara invadir su espacio, su familia, su heladera, su intimidad. Pero esto siempre tuvo ese halo relacionado con el hecho de que de acá partía toda la energía del llamado rock nacional. En una época villana, desde todo punto de vista, Gustavo tenía bandas como Los Redondos, los Ratones Paranoicos, Los Piojos. Además, el concepto del estudio-quinta fue tempranamente holístico. Un estudio en las afueras donde podías pasarla bien, podías disfrutar del parque, de la pileta, del sol.
     -Se podían relajar.
     -Bueno... en ese momento lo que menos queríamos era relajarnos.
     -¿Y por qué este primer álbum que terminaron de grabar acá, se llamó Asquerosa alegría? ¿Por qué “asquerosa”?
     -Porque en aquel momento había como una farandulización de la política que era mediática, del primer mundo, de las fiestas, de las cuatro por cuatro, de los celulares. Todo eso marcaba el advenimiento de una alegría que a nosotros nos perturbaba.
     -Porque enmascaraba en realidad otra cosa. La corrupción, por ejemplo.
     -Sí: era repugnante. Entonces Asquerosa alegría tiene, de alguna manera, ese alma.
     -Tiene un sesgo político.
     -No, más que político, anímico. Era una respuesta anímica a ese momento que estábamos viviendo que, para nosotros, era de caída. La Argentina, en cambio, por lo general lo vivía como una levantada social. Nosotros no. Lo vivíamos como una caída.
     -Cuando decís “nosotros” te referís a la banda.
     -A Bersuit y al movimiento del rock nacional. El movimiento del rock empezó a sentir como una especie de desprecio por esa forma de vida. Nosotros, de alguna manera, nos hicimos carne de toda esa putrefacción. Y bueno, también estábamos cayendo, desintegrándonos, experimentábamos una situación de mucha desintegración, como lo que le estaba pasando a la sociedad argentina. Éramos un poco sintomáticos.


Bersuit Vergarabat en Del Cielito durante "La Argentinidad al palo". 2004







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