Tercera parte
Cambiar la suerte
Un altillo sobre el río
Vamo
a bailar
para cambiar esta suerte
si sabemos gambetear
para ahuyentar la muerte
Bersuit, El baile de la gambeta
Té de marineros
No es fácil vivir
en el cielo. Requiere de mucha constancia, de paciencia, de visión, de fe.
Podría llenar páginas y páginas de atributos celestiales. Una sola palabra, en
cambio, un ligero desequilibrio bastan para caerse. Incluso tratándose de un
cielito, del pequeño paraíso personal hacia el que se arrastraban señales y
soles de cielos más vastos. El problema del cielo es que está enclavado en la
vida, en los oficios terrestres, en el corazón humano. Y la vida no es un lugar
fijo ni un largo día templado.
Es la tarde que me cité con la Bersuit.
Llueve. Hace frío. Un frío mordiente. El viento sopla con iracundia y arrastra
agua y barro en embudos frenéticos como huracanes. El paraguas ha pasado de lo
cóncavo a lo convexo y ahora, mientras avanzo bajo el asedio de la lluvia
pertinaz, lo sacudo para que recobre su forma original. Sacudo y miro. Sacudo y
busco un refugio, una parada de colectivos. Miro alternativamente hacia
adelante, en busca de la parada, y hacia atrás, en busca del colectivo.
Finalmente veo venir un 169. Le hago señas desesperadas con el paraguas,
temiendo que no pare. Los colectiveros, a veces, son extremadamente
escrupulosos y si no estás donde hay un cartel con el número de la línea, no
paran. El hombre me ve, ve la convexidad espinosa del paraguas que agito contra
la lluvia, ve la ropa mojada, el gesto suplicante. Pero no ve la parada y sigue
de largo.
Cincuenta metros más adelante, se
solidariza. Detiene el coche y me espera. Agradecida como un náufrago le sonrío
al espejo retrovisor y corro hundiendo las botas en el barro. Todavía
tambaleándome en el estribo, cierro el paraguas y le indico al chofer: “Hasta
Del Cielito”. El hombre que quiso ser bueno me observa de refilón con fastidio.
“¡Cómo llueve!”, subrayo para congraciarme. La ropa, el pelo, el paraguas, todo
chorrea como una larga prenda a quien nadie se dignará escurrir. El colectivero no hace ningún comentario. Los
ojos airados atraviesan el parabrisas neblinoso donde las escobillas no dan
abasto para barrer el agua. Saco el boleto y voy para atrás abriéndome camino
entre los cuerpos de pie. Tres minutos después toco el timbre. El colectivero
no se detiene. Me deja cuatro, cinco cuadras más adelante. Retrocedo hasta la
calle Del Cielito. El temporal arrecia. El paraguas ha dejado su vitalidad a
merced del viento y cambia de forma, se desciñe de las varillas. Desde el fondo
de la calle, como amortiguada, avanza una figura oscura y silenciosa. Tiene las
manos en los bolsillos y parece soportar el agua con resignación. Vuelvo a
mirar al hombre que no se apura, que no tiene prisa por guarecerse. Se trata de
Gus. Sigue lloviendo con furia pero él se acerca y yo me mojo menos. Recuerdo
las palabras de Juanse, “él te crea un clima”. Caminamos. El viento patrulla
las calles y arrastra el agua de un lado al otro como en desacuerdo consigo. No
obstante, el paraguas, ahora en manos de Gus, parece haberse ordenado.
Ya en el estudio me ofrece una toalla y
después un té ahumado. En la oficina reina una temperatura primaveral.
Arrullada por el ruido constante de la calefacción y con ambas manos abrazadas
al tazón, empiezo a templarme.
-No sé por qué todo lo ahumado evoca en mí
una vida recia en el mar -comento.
Gus abre una lata de galletitas danesas.
Nos reímos. En la tapa se perfila una fragata en relieve.
-Esto no se hace -le advierto, y ensopo la punta de una
galletita en el té de los marineros.
-Ahora los chicos están reunidos en la
oficina de Cristian. Pero me dijeron que en quince, veinte minutos, van a estar
disponibles. Igual con el que vas a hablar es con Cordera, pero te los quiero
presentar a todos.
Enseguida se ocupa con el teléfono y la
computadora. Bajo a la cocina. Al rato
se me unen los “chicos”.
-Salí con un poco de taquicardia de la
reunión -confiesa el Pelado-. Lo que se
viene es impresionante. Estamos condenados a tener éxito -hace una pausa, suspira-.
Necesito fumarme un pucho para relajarme.
Osky Righi,
guitarrista de Bersuit, prende la hornalla de la cocina y pone agua para
el mate. Dani Suárez, uno de los cantantes,
sale. Los otros dan algunas vueltas pero la tendencia es hacia la salida. Son
las siete de la tarde. El viento sigue
soplando con fuerza. El agua pega y se desliza contra los vidrios. Gus, que
también acaba de bajar, se acerca a la chimenea y observa que, para una tarde
así, el fuego es pobre. Pero no quiere agregar más leña porque el día anterior
tuvo que apagar un incendio. Después de consumir el material aislante, las
llamas habían llegado hasta el techo.
Vuelve el Pelado Cordera
y se sienta en uno de los sillones. En la pared de atrás hay fotos de Serú
Girán, de David Lebón, de Los Redondos sentados en el banco del jardín, de
Gustavo Gauvry pellizcando el perfil telúrico
de Mercedes Sosa. Carlitos Martín, el
baterista de Bersuit, se acerca y me señala la foto en la que Charly se deja
abrazar por Marta. Después se sienta al
lado de Cordera, que tiene los brazos cruzados sobre un buzo polar.
-¿Les molesta que esté parada? -acabo de acercarme al fueguito de la
chimenea y aunque no sea muy abundante, alcanza para sacarme el frío.
-No, no, todo bien -se apresura a responderme Gustavo Cordera y
algo en él, todavía indefinible, me hace sentir muy cómoda de entrada.
Les pregunto acerca de sus comienzos y de
las primeras grabaciones que hicieron en el Cielito.
-En el año ’91 -rememora Cordera- vinimos a grabar dos
canciones que ya teníamos demiadas para el disco que salió al año siguiente.
Como dato significativo, no le pagamos a Gauvry.
-¿Los dejó hacer un demo sin que le
pagaran?
Al desgrabar descubro una constante en las
entrevistas: la mayor parte de mis preguntas son poco menos que estúpidas. Sin
embargo, compruebo también que preguntas deslavazadas sirven, en el peor de los
casos, para hacer avanzar la conversación, y en el mejor para favorecer
respuestas geniales.
-No, no
-explica el Pelado-. Lo estafamos. Durante muchos años él trató de
cobrarnos, infructuosamente. Cada vez que nos encontrábamos, le decíamos que no
le podíamos pagar porque nos iba a traer mala suerte, iba a traer un aura
negativa a nuestras carreras.
-O sea que a vos te trajo suerte no
pagar.
-En este caso, sí. Cada vez que nos
encontrábamos en DBN, que en ese momento distribuía nuestros
discos, me miraba mal.
-¿En serio te miraba mal?
-Sí. Después, en el ’93, vinimos a hacer
otros dos temas: 20 millones y Tuyú -el cantante de la Bersuit se queda un
instante en silencio, luego agrega-: Nos cobró por adelantado.
-No quería seguir mirándonos mal -remata Carlitos.
Llegan
al estudio una noche, enviados por DBN, para grabar unos demos. Uno de los
temas era 20 millones.
No deja de
sorprenderme lo desorganizados, delirantes, caóticos y zarpados que son. El
Pelado, desde el control, se comunica por el talk-back con el resto de la banda,
que está en la sala. Trata de imponer un poco de orden.
-Pero
escuchenmé, las conchas de sus hermanas...
-les dice.
Si en ese
momento alguien me hubiera dicho que ese grupo iba a terminar tan vinculado al
estudio, llevando adelante conmigo el proyecto Del Cielito, no lo hubiera
podido creer ni con la parte más salvaje o más audaz de mi imaginación.
-¿Siguen siendo así de desorganizados, de
caóticos? -inquiero.
-Sólo cuando creamos -dice el Pelado-. Llevamos todo ese caos y
toda esa aparente desorganización a la creación porque la creación es, antes
que nada, un evento caótico.
-Ahí se sueltan completamente.
-Ahí jugamos. Dejamos todas las reglas,
todos los prejuicios, todas las estructuras. Tratamos de soltar todos los conocimientos
que tenemos de la vida cotidiana.
-Hablame de Asquerosa alegría, el primer disco de ustedes que, al menos en
parte, fue grabado acá.
-En esa época era todo un delirio. Y si
hay algo que acredita a este estudio en gran parte de su historia, es el
reviente. No te olvides que durante la década del ’90, el desencanto, la
locura, el frenesí, constituían como el glamour del rock nacional. Sobre todo
el desencanto -hace un breve silencio,
parece reflexionar o recordar algo-. Traíamos de la verdulería cajones de
berenjenas, papas, batatas y en ese mismo lugar donde estás vos, prendíamos un
buen fuego y metíamos todo ahí adentro. Recuerdo también que arriba había
camas. Una noche nos encontramos con un búho. El búho simboliza justamente, la noche
de ojos abiertos.
-Y el no dormir -recalca Carlitos.
-Y el no dormir -refrenda Cordera-. Tenía mucho que ver con
la época que nosotros estábamos viviendo. Nos pasábamos muchos días con los
ojos abiertos y sin dormir.
-¿Por qué ese disco se grabó en tres
lugares distintos?
-Tuvimos muchas complicaciones con los
horarios. Además, la mayoría de los estudios no nos soportaban por mucho
tiempo.
-¿Qué hacían que los tornaba
insoportables?
-Éramos muy barderos. Muuuy barderos. Muy
prepotentes, teníamos mucha locura. Recuerdo que en aquel momento la casa de
Gustavo era un territorio inexpugnable con amenaza de muerte para quien
intentara invadir su espacio, su familia, su heladera, su intimidad. Pero esto
siempre tuvo ese halo relacionado con el hecho de que de acá partía toda la
energía del llamado rock nacional. En una época villana, desde todo punto de
vista, Gustavo tenía bandas como Los Redondos, los Ratones Paranoicos, Los
Piojos. Además, el concepto del estudio-quinta fue tempranamente holístico. Un
estudio en las afueras donde podías pasarla bien, podías disfrutar del parque,
de la pileta, del sol.
-Se podían relajar.
-Bueno... en ese momento lo que menos
queríamos era relajarnos.
-¿Y por qué este primer álbum que
terminaron de grabar acá, se llamó Asquerosa
alegría? ¿Por qué “asquerosa”?
-Porque en aquel momento había como una
farandulización de la política que era mediática, del primer mundo, de las
fiestas, de las cuatro por cuatro, de los celulares. Todo eso marcaba el
advenimiento de una alegría que a nosotros nos perturbaba.
-Porque enmascaraba en realidad otra cosa.
La corrupción, por ejemplo.
-Sí: era repugnante. Entonces Asquerosa alegría tiene, de alguna
manera, ese alma.
-Tiene un sesgo político.
-No, más que político, anímico. Era una
respuesta anímica a ese momento que estábamos viviendo que, para nosotros, era
de caída. La Argentina, en cambio, por lo general lo vivía como una levantada
social. Nosotros no. Lo vivíamos como una caída.
-Cuando decís “nosotros” te referís a la
banda.
-A Bersuit y al movimiento del rock
nacional. El movimiento del rock empezó a sentir como una especie de desprecio
por esa forma de vida. Nosotros, de alguna manera, nos hicimos carne de toda
esa putrefacción. Y bueno, también estábamos cayendo, desintegrándonos,
experimentábamos una situación de mucha desintegración, como lo que le estaba
pasando a la sociedad argentina. Éramos un poco sintomáticos.
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